CAPITULO 15: UN LOBO CON PROBLEMAS LEGALES

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Me gustaría decirles que tuve una revelación profunda durante mi caída, que legué a un acuerdo con mi propia mortalidad, que me reí de la muerte, etcétera, etc.

¿La verdad? Mi único pensamiento era: ¡Aaaaaaggghhhh!

El rio venía hacia mí a la velocidad de un camión. El viento arrancó el aliento de mis pulmones. Agujas, rascacielos y puentes caían dentro y fuera de mi visión. Y luego:

¡FLAAAA-BOOOM!

Un centenar de burbujas. Me hundí en la oscuridad, seguramente estaba a punto de terminar atrapado en el fango y perdido para siempre.

Pero mi choque contra el agua no me dolió. Ahora caía lentamente, las burbujas se filtraban a través de mis dedos. Se asentaron en el fondo del río sonoramente. Un pez gato del tamaño de mi padrastro se alejó en la penumbra. Nubes de polvo y basura repugnante: botellas de cerveza, zapatos viejos, bolsas de plástico; todo se arremolinaba a mi alrededor.

En este punto, me di cuenta de algunas cosas: primero, no había sido aplanado como un panqueque. No había sido rostizados. Ya no sentía más el veneno de Quimera en mis venas. Estaba vivo, lo cual era bueno.

Segundo descubrimiento: No estaba mojado. Quiero decir, podía sentir la humedad del agua. Pude ver los lugares en mi ropa donde el fuego había sido apagado. Pero cuando toque mi playera, se sentía perfectamente seca. Miré la basura que allí flotaba y tomé una vieja colilla de cigarro.

—"No puede ser" —pensé.

Tome el encendedor. Chispeo. Una pequeña flama apareció, justo allí en el fondo del Mississippi.

Agarré un contenedor de hamburguesas que flotaba fuera de la corriente e inmediatamente el envase se secó. Podía incendiarlo sin ningún problema. Pero tan pronto como lo soltaba, las llamas se extinguían. El contenedor volvió a ser algo asqueroso. Extraño.

Supuse que era algo de Poseidón, no me había dado cuenta, pero con Leviatán tampoco recordaba haberme mojado. Y también respiraba bajo el agua.

Me paré en el profundo y resbaloso fango. Me temblaban las piernas. Mis manos estaban temblorosas. Debería estar muerto.

—Gracias... papá. —Bajo el agua, mi voz sonaba como si estuviera en una grabación, como un chico mayor.

No sabía si Poseidón podría escucharme, pero una suave corriente de agua pura me hizo creer que sí.

Un buque enorme se deslizaba encima mío, la luz del sol en la superficie del agua volvía todo de colores amarillentos. Un bote en el rio arremolinaba el agua a su alrededor.

Luego, en la penumbra, la vi. Una mujer del color del agua, un fantasma en la corriente, flotando fantasmalmente sobre la basura. Tenía el cabello largo y ondulado, y sus ojos, apenas visibles, eran verdes.

Un nudo se formó en mi garganta. No podía ser. Tenía que ser otra cosa. Otra persona.

—Mi nombre es Melibea mi príncipe, sirvo a su padre. Y es su voluntad que vayas a Santa Mónica. —dijo la mujer, con los ojos tristes —Por favor, mi príncipe, no puedo quedarme mucho tiempo. Este rio es demasiado débil para mi presencia.

Había mucho que quería preguntar, las palabras se agolparon en mi boca.

—No me puedo quedar valiente, —dijo la mujer. Se acercó y sentí el roce en mi rostro como una caricia —¡Debes ir a Santa Mónica! ¡Cuídate del Carnero! Y no confíes en los regalos...

Su voz se apago

—¿Regalos? —pregunté —¿Qué regalos? ¡Espera!

Hizo un intento más por hablar, pero no había sonido. Su imagen se disolvió.

Perseus JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora