LA COCINA ENVENENADA

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El resto de la jornada se desarrolló sin incidentes. Una lección doble de química y color en el laboratorio, una clase magistral de dibujo y el almuerzo, después del cual Taehyung acudió a clase de marionetas y Jungkook, a pintura, dos clases de tres horas en el estudio que los devolvieron a la misma oscuridad invernal con la que habían llegado por la mañana.

—¿Un veneno? —preguntó Taehyung al salir por la puerta.

—¿Hace falta preguntar? —respondió Jungkook —. Me muero de hambre.

Agacharon la cabeza para protegerse el rostro del viento helado y se dirigieronhacia el río.

Las calles de Praga parecían una fantasía apenas alterada por el siglo XXI, ni por el XX ni el XIX. Era una ciudad de alquimistas y soñadores, por cuyos adoquines medievales habían deambulado golems, místicos y ejércitos invasores.
Los edificios, de gran altura y pintados en luminosos tonos vara de oro, carmín y azul pálido, lucían escayolas de estilo rococó y tejados de un rojo uniforme. Las cúpulas barrocas tenían el suave color verde del bronce antiguo, y los capiteles góticos se elevaban hacia el cielo dispuestos a empalar ángeles caídos. El viento transportaba recuerdos de magia, revolución y violines, y las calles adoquinadas serpenteaban como riachuelos. Había muchachos con pelucas de Mozart que anunciaban en las esquinas conciertos de música de cámara, y marionetas colgadas de las ventanas que otorgaban a la ciudad el aspecto de un teatrillo con titiriteros ocultos tras una cortina de terciopelo.

Y sobre todo ello, en lo alto de la colina, se alzaba el castillo con su ángulosa silueta, como cubierta de espinas. Por la noche estaba iluminado, bañado por un resplandor inquietante. Aquella tarde el cielo se encontraba cubierto de nubes bajas cargadas de nieve, que formaban halos en torno a las farolas.

Bajando por el arroyo del Diablo se llegaba a La Cocina Envenenada, un lugar difícil de encontrar por casualidad; era necesario saber que estaba allí, y franquear un arco de piedra que daba acceso a un cementerio vallado, tras el que se hallaban las ventanas iluminadas del café.

Por desgracia, los turistas ya no debían confiar en la suerte para descubrirlo, pues la última edición de una guía de viajes había desvelado su ubicación al mundo:

En este lugar existió un priorato medieval cuya iglesia se incendió hace unos trescientos años; sin embargo, las celdas de los monjes se conservan y han sido transformadas en el café más extraño que pueda imaginarse, repleto de estatuas clásicas ataviadas con máscaras antigás de la Primera Guerra Mundial recopiladas por el propietario del local. Cuenta una leyenda que, en la Edad Media, el cocinero del priorato se volvió loco y asesinó a todos los monjes con un perol de goulash envenenado, de ahí el nombre tan macabro del café y su plato estrella: goulash, por supuesto. Adelante, siéntese en un sofá de terciopelo y apoye los pies sobre un ataúd. Las calaveras colocadas detrás de la barra tal vez pertenezcan a los monjes asesinados, o no......

..... y, durante los últimos seis meses, no habían dejado de asomar la cabeza a través del arco mochileros en busca de algún rincón morboso de Praga sobre el que escribir en sus postales.

Aquella tarde, sin embargo, los chicos encontraron el local tranquilo. En un rincón, había una pareja de extranjeros que fotografiaba a sus hijos con unas máscaras antigás puestas, y varios hombres bebían acodados en la barra, pero la mayoría de las mesas —ataúdes flanqueados por sofás bajos de terciopelo—estaban libres. Había estatuas romanas por todas partes: dioses y ninfas a tamaño natural sin brazos ni alas, y en el centro de la estancia, una réplica del gigantesco Marco Aurelio a caballo de la colina Capitolina.

—Qué bien, Pestilencia está libre —exclamó Jungkook, y se dirigió hacia la escultura.

Tanto el gigantesco emperador como su montura lucían la correspondiente máscara antigás, como todas las estatuas del bar. A Jungkook siempre le había recordado al cuarto jinete del Apocalipsis, La Peste, sembrando la enfermedad con su brazo extendido. La mesa preferida de los chicos estaba situada a su sombra, donde podían disfrutar de intimidad y de una perspectiva del bar —a través de las patas del caballo— que les permitía observar si entraba alguien interesante.

ɦɨʝօ ɖɛ ɦʊʍօ ʏ ɦʊɛֆօ - Jikook/kookmin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora