CARACULO

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La profesora Fiala pidió a Jackson que adoptara una postura reclinada para el resto de la clase, y él se tendió sobre el diván de un modo que, sin ser lujurioso,resultaba bastante sugerente, con las rodillas dobladas algo en exceso y una sonrisa sensual. Esta vez no surgieron risitas ahogadas, pero Jungkook imaginó una oleada de calor en el ambiente, como si las chicas de la clase y uno que otro de los chicos—necesitaran abanicarse. Sin embargo, el no sucumbió y, cuando Jackson lo escrutó tras sus lánguidas pestañas, sostuvo su mirada sin vacilar. Inició el boceto empleando su mejor técnica y pensó que como su relación había comenzado con un dibujo, resultaba adecuado que acabara con otro. La primera vez que le vio estaba sentado a dos mesas de la suya en el bar Mostachos. Lucía un retorcido bigote de truhán, algo que ahora parecía premonitorio, pero después de todo se trataba del bar Mostachos. Todos los clientes iban ataviados con un bigote —Jungkook llevaba uno de Fu Manchú que había sacado de una máquina expendedora—. Aquella noche, más tarde, pegó ambos bigotes en su cuaderno de bocetos —el número 90— y el bulto que formaban permitía localizar fácilmente la página exacta donde había comenzado su historia con Jackson. Él estaba bebiendo con sus amigos y Jungkook, incapaz de alejar sus ojos de él, le había retratado. Siempre estaba dibujando, no solo a Yoongi y las demás criaturas de su vida secreta, sino también escenas y personas de su entorno cotidiano. Halconeros y músicos callejeros, curas ortodoxos con barbas hasta la cintura, algún chico guapo. Normalmente se alejaba con el dibujo sin que sus modelos se percataran, pero esta vez el chico guapo percibió su mirada, y lo siguiente que vio fue su sonrisa bajo el bigote postizo, mientras se acercaba. ¡Qué halagado se había sentido con aquel retrato! Mostró el dibujo a sus amigos, lo tomó de la mano para animarlo asentarse con ellos y mantuvo sus dedos entrelazados con los de el incluso después de que se acomodara en la mesa. Así comenzó todo: el idolatrando su belleza, y él deleitándose con ello. Y así fue más o menos como continuó.Por supuesto, Jackson también le había dicho que era hermoso, sin parar. De hecho, si no hubiera sido atractivo, no se habría acercado a hablar con el, pues no era exactamente de los que buscaban la belleza interior. Jungkook era, sencillamente, encantador. Piel de nata, preciosas piernas, pelo sedoso y azulado, ojos de estrella de cine mudo grandes y brillosos, movimientos como versos de un poema y sonrisa de esfinge. Su rostro, además de bello, estaba lleno de vida, tenía la mirada luminosa y alegre, y ladeaba la cabeza igual que un pájaro, con los labios juntos y una danza en sus ojos negros que sugería algo secreto y misterioso. Jungkook era misterioso. Aparentemente no tenía familia, nunca hablaba de sí mismo y era un experto en eludir preguntas —por lo que sus amigos sabían de su vida, podía haber surgido de la cabeza de Zeus—. Además, era una caja de sorpresas. Sus bolsillos estaban siempre repletos de objetos curiosos: antiguas monedas de bronce, dientes, tigres de jade del tamaño de la uña de un pulgar. Podía revelar, mientras regateaba por unas gafas de sol con un vendedor ambulante africano, que hablaba yoruba con fluidez. En cierta ocasión, Jackson descubrió al desnudarlo que llevaba un cuchillo escondido en una bota. A todo esto había que añadir el hecho de que nada lo asustaba y, por supuesto, las cicatrices de su abdomen: tres marcas brillantes que solo podían ser heridas de bala.

—¿Quién eres? —le había preguntado algunas veces Jackson, cautivado, y el respondía con nostalgia:

—Realmente no lo sé.

Porque en verdad lo desconocía. Ahora dibujaba con rapidez, sin rehuir los ojos de Jackson al pasear la mirada arriba y abajo, entre el modelo y el papel. Quería contemplar su cara. Deseaba ver el momento en el que su expresión cambiará. Solo cuando hubo capturado su postura levantó la mano izquierda hacia las cuentas del collar, y continuó dibujando con la derecha. Cogió uno de los abalorios entre el pulgar y el índice, y lo mantuvo agarrado. Luego pidió un deseo. Fue un deseo muy pequeño, ya que aquellas cuentas no eran más que scuppies. Al igual que el dinero, los deseos tenían diversos valores, y los scuppies equivalían a simples peniques. Incluso menos valiosos que los peniques, pues, al contrario que las monedas, los deseos no se podían acumular. Sumando peniques se conseguían dólares; sin embargo, los scuppies seguían siendo meros scuppies; una hilera de ellos, como su collar, no conseguía un deseo mayor, solamente un montón de deseos pequeños, casi inútiles. Deseos para provocar, por ejemplo, picores. Jungkook deseó que Jackson notara picor, y la cuenta se desvaneció entre sus dedos;una vez utilizadas, desaparecían.

ɦɨʝօ ɖɛ ɦʊʍօ ʏ ɦʊɛֆօ - Jikook/kookmin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora