Athía:
La ley de supervivencia era simple.
Comes al más débil para seguir viviendo, en todo ámbito era así, incluso en el mar.
Pero por más que lo intentara, no podía evitar las náuseas al sentir el olor de la cafetería de la Universidad cada vez que era Lunes de sushi.
Aunque la risa oculta de mis amigas, ya que ellas mismas se privaban de comer ese plato gracias a que se sentaban en la misma mesa.
—Miren, les traje esto.— Alejandra distrae mi atención de mis quejas internas al mismo tiempo de que escucho una bolsa de papel.
Mi amiga deja una de esas frente a mí, y la otra frente a Ana. Podría decir que no, pero estaba abriendo aquella bolsa desesperadamente para no tener que seguir concentrándome en el olor insufrible.
—De verdad, amiga.— Comienza Alejandra-. Viniste al peor lugar del mundo a pasar la vida. Ecuador tiene 90% de comidas de mar.
—Culpa a Ana.— La ceja levantada de mi amiga a mis palabras sólo me hacía retorcerme internamente.— Ella vivía aquí, nosotros nos mudamos aquí.
—Nos mudaremos a la Antártida si te parece bien. Con suerte se te congela el trasero y la cola.— auch, eso dolió.
Si no supiera que ella en el fondo me amaba, diría que quiere que me vaya tan mal como a cualquiera que se le cruza en el camino.
—Ni tu aguantarías estar allí.– Le respondo, visteando a lo lejos a aquel chico al otro lado de la cafetería que dejaba que la poca paciencia de mi acabara tan rápido como abría la boca-. Deberías llevar a Alex, y si apenas le gusta el agua, imagínate el agua congelada.
Ana dejó que su vista siguiera la mía, encontrándose con su hermano mayor concentrado en su teléfono, seguramente jugando a algún fastidio para mi amiga.
—Lo llevaría, lo ahogaría en el agua y diría que se lo comió un oso polar. Un problema menos para mí.— Susurra ella llevándose a la boca una bola de arroz.
Debería tomar menos a la ligera una amenaza de una persona que lleva una katana retráctil y cuchillos en las botas. Quizás podría contestarle algo realmente fastidioso, ya que ella no iba a hacerme daño realmente, pero mi cerebro carecía de neuronas al momento en que él se posicionó en mi vista.
Aidan caminaba desde la salida de la cafetería hacia la mesa habitual que ocupaban sus amigos.
Su sonrisa al saludar a Alex y Mark era algo que lograba cautivarme con facilidad, porque él solo hacía eso en mí, cautivar. Todavía no sabía que era lo que más me gustaba de aquel chico.
Sí, su manera de verse físicamente, pues Aidan era una persona cual cualquiera podría entender el encanto que poseía a simple vista. O, esa fascinación que él tenía por mi segundo hogar. Él no solo era un surfista dedicado por su pasión en el deporte, sino que también amaba el mar, e incluso la vida que habitaba allí. Por eso era que me encantaba verlo desde varios asientos atrás cada vez que mis profesores le hablaban sobre el mar, porque sus ojitos brillaban tan intensamente que era muy difícil no sucumbir al deseo de perderse en ellos, aun cuando él no los posara en mí.
Muchas veces deseaba tener aquel encanto de Sirena que mi forma humana carecía, porque estaba más que segura de que él me vería como todas esas chicas con las que su amigo Matt salía. Mis pensamientos se fueron al diablo cuando varios granos de arroz me golpean en la mejilla.
—¿What? — Espeto, pero a ella no le llega mi mal humor.
—Si lo sigues mirando, te van a denunciar por acoso. Y no creo poder protegerte de policías.— Agrega ella, como si no fuera suficiente que él no me registrase.
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Mirarte a escondidas
FantasíaDentro del agua, una futura reina se aproximaba. Fuera de ella, una más. Es algo loco de mi parte estar obsesionada de aquel chico de ojos encantadores. ¿Había algún hechizo mágico o persona que pudiera igualar aquellos sentimientos que tenía cada...