CINCO

37 5 6
                                    

Su alarma que indicaba que ya eran las 7:30 de la mañana sonó despertándola súbitamente. Su cuerpo dolía, no había dormido lo suficiente, pero ahora que se había despertado sabía que no volvería a dormirse.

Se levantó, se dio una ducha rápida antes de salir de su habitación y caminar hasta la cocina. Al entrar vio a su madre sacando un rico pan del horno con una mano envuelta en un pañuelo.

—Tengo hambre —avisó y su madre se volvió para verla.

—Oh ya estas despierta —dijo y ella asintió—. Ve a la mesa, te llevo una taza de té y un pedazo de pan.

—Gracias —se acercó para darle un corto beso en la mejilla.

Caminó hasta la mesa y se sentó con la vista perdida en la pared frente a ella. Su mente daba vueltas y vueltas sin parar, su parte racional le decía que huyera y escapara sin importar las consecuencias, pero su parte consciente sabía que no era lo mejor y sabía que no debía traicionarse a sí misma.

—Tu padre no quería ir a trabajar —habló su madre mientras ponía una taza humeante frente a ella junto con un pedazo de pan recién horneado y se sentaba frente a ella—, pero le he convencido que que vaya, me costó, pero lo logré.

—¿Y Edmund?

—Tampoco quería ir a la escuela, pero no le he dejado opción.

—¿Qué le has dicho a papá para convencerlo?

—Que no sabíamos si volverían por ti, que no era seguro —suspiró.—. Al salir no vio nada fuera de lo normal ¿Deberíamos huir?

Su madre también confiaba en ella, siempre le decía que era muy prudente y que siempre encontraba la mejor solución para todo. Sabía que tenía miedo, pero la calma había sido producto de una noche entera de llanto, sus ojos se lo decían.

—No creo que sea la mejor idea, ellos lo sabrían.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos?

Dos golpes en la puerta principal le impidieron responder. Observó la mesa frente a ella. La taza de té iba por la mitad y solo le había dado una mordida al trozo de pan que su madre había cortado para ella. Volteó a ver a su madre y vio el miedo claro en su mirada.

Luna se levantó y se encaminó a la puerta.

—¡No vayas! —la silla rechinó contra el suelo cuando su madre se puso de pie y corrió junto a ella.

—No tenemos opción, las cosas podrían empeorar.

Caminó con su madre detrás de ella hasta el patio, abrió la puerta y como esperaba, ahí estaba Johan. Él la miró con detenimiento y ella vio algo en su mirada que no logró interpretar.

—Vamos —habló desviando la mirada y posándola sobre la pared junto a ella—, sígueme.

Ella se dio media vuelta hacia su madre y la abrazó.

—Estaré bien —le habló al oído—, diles eso también a Edmund y a papá.

Se separó de ella y siguió a Johan hasta una camioneta blanca, muy parecida a la de la primera vez. Johan hizo que se subiera y se sentó a un lado de ella. Los vidrios volvían a estar cubiertos de negro.

—Tu celular —pidió Johan volteando hacia ella pero sin mirarla.

Ella lo sacó de la bolsa delantera de su sudadera y se lo entregó. Él solo asintió apretando los labios y pidió al chofer que bajara la ventanilla junto a Luna. Cuando lo hizo vio que su madre aun seguía en la puerta, Johan le pidió que se acercara.

Bajo la Portada (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora