A LA DERIVA

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Logró llegar a la calle más cercana a la mansión Montomer que estaba tan lejos que un humano común y corriente caminaría como nueve o diez horas para llegar, pero ella corrió por lo menos dos horas para llegar. Se detuvo bajó un letrero que decía el nombre del pueblo vecino y se dio cuenta de que se estaba haciendo de día, caminó un poco hasta llegar a una estación de servicio y vio un cajero automático, entró y retiró algo de dinero de una de sus tarjetas bancarias, entró a la tienda, tomó un mapa y un montón de folletos de información del anaquel de folletos, compró un bolso que se veía bastante fuerte y puso ahí el dinero.

Caminó como por dos horas más, la carretera estaba súper vacía lo que daba más calor y estrés, se sentía cansada y sentía que en algún momento su corazón dejaría de latir por tanto dolor acumulado, por el cansancio que llevaba y por el sol abrasador que la estaba poniendo más de malas que de costumbre.

Al poco rato, vio a lo lejos unas cuantas casas, lo que la llevó a pensar que había llegado al pueblo, ya en la civilización, le compró un auto viejo para pasar desapercibida a un chico llamado Dilan que trabajaba en un taller de reparaciones que por cierto era muy gentil y también muy simpático, y se dio la vuelta con rumbo a el aeropuerto más cercano a su ubicación, tenía que desaparecer de inmediato si quería vivir. En realidad no había decidido eso pero aún así condujo todo el día y ya estaba a punto de salir de la ciudad cuando de pronto...

No supo si fue ella quien se pasó el alto o si fue alguien más, sólo sintío que un auto colisionó contra su auto y la puso a ella y al auto en el cuarto paño de la vía (Por suerte nadie estaba conduciendo por esas calles a esa hora).

El auto dio tantas vueltas que por momentos veía la calle y luego el cielo azul oscuro, luego todo se quedó callado por un momento y cuando abrió los ojos nuevamente, estaba dentro de un auto, había una niña a su lado que gritaba

_¡papá, se está despertando papá! ¡No está muerta!_ el hombre que debía ser el padre se volteó y le dijo _No te preocupes, ya vamos al hospital, todo estará bien_

_¡Hospital no! Él me encontrará y me va a matar..._ defendió Annale, pero nuevamente perdió el conocimiento.

De pronto despertó en la cama de una casa, sabía que era una casa porque tenía adornos de casa y había un montón de fotografías de atardeceres con el mismo ángulo que se veía desde el techo de su casa. Se asustó y se incorporó de un brinco, lo primero que pensó fue que estaba de vuelta en la casa con el psicópata de Eliot o por lo menos cerca de él.

Sintió unas manos volverla a acostar en la cama y cuando volteó, estaba la niña que había visto en el auto instantes atrás, sus ojos eran verdes y era rubia, la miraba fijamente y de pronto le dijo

_Dice la tía Sienna que no puedes levantarte aún porque tus costillas están rotas, quédate aquí, le diré que despertaste_ dicho esto salió de la habitación.

Al cabo de un rato la puerta de la habitación se abrió y una chica rubia, con ojos claros y muy linda se acercó a ella.

_Hola querida, me dio gusto que despertaras, soy Sienna Trembley_ le dijo amablemente.

_¿Dónde estoy?_ le preguntó Annale.

_Estás en mi casa, bueno, en nuestra casa, mi hermano, mi sobrina y yo vivimos aquí y cuando ocurrió el accidente nosotros íbamos en el auto de atrás, mi hermano es ingeniero y yo estudio medicina así que te trajimos aquí porque decías que no querías ir al hospital porque un tal Eliot te mataría si te encontraba_ dijo ella.

Annale la miró sorprendida, ¿En serio había dicho eso? ¿Qué más habría dicho?

_Y ¿Qué más dije?_ le preguntó preocupada.

LOS ATARDECERES DE ANNALE: El precio de ser inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora