cap 7

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Negras: de4🖤
El exterior del after hour era un hervidero de chicos y chicas no precisamente
dispuestos a disfrutar de los primeros rayos del recién nacido sol de la mañana. Unos
hablaban, excitados, tomándose un respiro para seguir bailando. Otros descansaban,
agotados aunque no rendidos. Algunos seguían bebiendo de sus botellas, básicamente
agua. Y los menos echaban una cabezada en los coches ubicados en el amplio
aparcamiento. Pero la mayoría reían y planeaban la continuidad de la fiesta, allí o encualquier otra parte. Cerca de la puerta del local, la música atronaba el espacio con su
machacona insistencia, puro ritmo, sin melodías ni suavidades que nadie quería.
El único que parecía no participar de la esencia de todo aquello era él.
Se movía por entre los chicos y las chicas, la mayoría muy jóvenes, casi
adolescentes. Y lo hacía con meticulosa cautela, igual que un pescador entre un banco
de peces, sólo que él no tenía que extender la mano para atrapar a ninguno. Eran los
peces los que le buscaban si querían.
Como aquella muñeca pelirroja.
—¡Eh!, tú eres Poli (vendedor), ¿verdad?
—Podría ser.
—¿Aún te queda algo?
—El almacén de Poli siempre está lleno.
—¿Cuánto?
—Dos mil quinientas.
—¡Joder! ¿No eran dos mil?
—¿Quieres algo bueno o simplemente una aspirina?
La pelirroja sacó el dinero del bolsillo de su pantalón verde, chillón. Parecía
imposible que allí dentro cupiera algo más, por lo ajustado que le quedaba. Poli la
contempló. Diecisiete, tal vez dieciocho años, aunque con lo que se maquillaban y lo bien alimentadas que estaban, igual podía tener dieciséis. Era atractiva y exuberante.
—Con esto te mantienes en pie veinticuatro horas más, ya verás. No hace falta
que te tomes dos o tres.
Le tendió una pastilla, blanca, redonda, con una media luna dibujada en su
superficie. Ella la cogió y él recibió su dinero. Ya no hablaron más. La vio alejarse en
dirección a ninguna parte, porque pronto la perdió de vista por entre la marea
humana.
Siguió su camino.
Apenas una decena de metros.
—¡Poli!
Giró la cabeza y le reconoció. Se llamaba Néstor y no era un cliente, sino un ex
camello. Se había ligado a una cuarentona con pasta. Suerte. Dejó que se le acercara,
curioso.
—Néstor, ¿cómo te va?
—Bien. Oye, ¿el Pandora's sigue siendo zona tuya?
—Sí.
—¿Estuviste anoche vendiendo allí?
—Sí.
—Pues alguien tuvo una subida de calor, yo me andaría con ojo.
—¿Qué?
—Sandro( camello) vio la movida. Una cría. Se la llevaron en una ambulancia.
Poli frunció el ceño.
—Vaya —suspiró.
—Ya sabes cómo son estas cosas. Como pase algo, habrá un buen marrón. ¿Qué
vendrías?
—Lo de siempre.
—Ya, pero ¿era éxtasis…?
—Oye, yo vendo, no fabrico. Hay lo que hay y punto. Por mí, como si se llama Valentía.
—Bueno —Salvatore se encogió de hombros—. Yo te he avisado y ya está. Ahora
allá tú.
—Te lo agradezco, en serio.
—Chao, tío.
Se alejó de él dejándole solo.
Realmente solo por primera vez en toda la noche.


Realmente solo por primera vez en toda la noche

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Blancas: Caballo x e4🃏


Norma vio cómo sus padres salían de la habitación en la que acababan de instalar a
Altagracia, reclamados de nuevo por los médicos que la atendían, y se quedó sola con
ella.
Entonces casi le dio miedo mirarla.
Tenía agujas clavadas en un brazo, por las que recibía probablemente el suero, un
pequeño artilugio fijado en un hombro y conectado a sondas y aparatos que
desconocía; un tubo enorme, de unos tres centímetros de diámetro, de color blanco y
amarillo, parecía ser el nuevo cordón umbilical de su vida. De él partía un derivado
que entraba en su boca, abierta. Otro, sellado con cinta a su nariz, se incrustaba en el
orificio de la derecha. Por la parte de abajo de la cama asomaba una bolsa de plástico
a la que irían los orines cuando se produjeran. Y desde luego no parecía dormir. Con
la boca abierta y los ojos cerrados, embutida en aquella parafernalia de aparatos, más
bien se le antojó un conejillo de indias, o alguien a las puertas de la muerte.
Y era aterrador.
Tuvo una extraña sensación, ajena a la realidad primordial.
Una sensación egoísta, propia, mezcla de rabia y desesperación. Lo que tenía ante
sus ojos, además de una hermana en coma y, por tanto, moribunda, era el fin de
muchos de sus sueños, y especialmente de sus ansias de libertad.
Ahora, a ella, ya no la dejarían salir, ni de noche ni tal vez de día. Y si Altagracia
moría tanto como si seguía en coma mucho tiempo, sus padres se convertirían en la
imagen de la ansiedad, convertirían su casa en una cárcel.
Siempre había ido a remolque de Altagracia. Total, por tres años de diferencia…
Ella aún tenía que volver a casa a unas horas concretas, y no podía salir de noche, y
mucho menos regresar al amanecer y pasar la noche fuera de casa aunque se tratara
de algo especial, como una verbena. Ella aún estaba atada a la maldita adolescencia.
También Altagracia, pero su hermana mayor se había ganado finalmente sus primeras y
decisivas cotas de libertad. Altagracia ya estaba dejando atrás la adolescencia. Era una
mujer.
¿Por qué había tenido que pasar aquello?
Los padres de Marcos, un compañero del colegio, habían perdido a un hijo en un
accidente, y se volcaron tanto en su otro hijo que lo tenían amargado. Eso era lo que
le esperaba a ella si…
De pronto sintió vergüenza.
Su mente se quedó en blanco.
Bajó la cabeza.
¿Qué estaba pasando? ¿Era posible que con su hermana allí, en coma, ella pensara tan sólo en sí misma y en sus ansias de vivir y de ser libre para abrir las alas?
¿Era posible que aún no hubiera derramado una sola lágrima por Luciana?
Se sintió tan culpable que entonces sí, algo se rompió en su interior.
Y empezó a llorar.
Altagracia podía morir, ésa era la realidad. O permanecer en aquel estado el resto de
su vida, y también era la misma realidad. Un coma era como la muerte, aunque con
una posibilidad de despertar, en unas horas o unos días. Una posibilidad. Ni siquiera
sabía si su hermana era consciente de algo, de su estado, de su simple presencia allí.
Le cogió una mano, instintivamente.
—Altagracia… —musitó.


Una cachetada fuerte de la vida 😔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora