Cap9 ♟️En busca de los vendedores

28 7 1
                                    

Blancas: h4
Al salir del despacho del doctor Pons se quedaron unos segundos sin saber qué hacer
o adónde ir. Luego, de común acuerdo aunque sin mediar palabra alguna,
encaminaron sus pasos en dirección a la salita en la que habían esperado las noticias acerca del estado de Altagracia.
No sabían a ciencia cierta por qué seguían allí, pero lo cierto es que no se les pasó
por la cabeza marcharse. Era como si ya formaran parte del hospital, o del destino de su amiga.
Vacilaron al ver que en la sala había otras dos personas, esperando también
noticias de otros enfermos. Entonces fue cuando vieron aparecer a José Luis; venía
corriendo, congestionado aún por la prisa que se había dado en llegar desde su casa a aquella hora.
Máximo llenó sus pulmones de aire. Edu se quedó quieto. Shirley fue la única en
reaccionar yendo, directamente, al encuentro del recién llegado para abrazarse a él.
Volvió a llorar.
—¿Qué… ha pasado? —preguntó José Luis alarmado.
Cinta no podía hablar. Fue Edu quien lo hizo.
—Está en coma.
—¿Qué? —Jose Luis se puso pálido.
—Ha sido una putada, tío —manifestó Máximo.
—Pero… ¿cuánto tiempo…?
—Está en coma —repitió Edu—. ¡Jo, tú, ya sabes!, ¿no?
La idea penetró muy despacio en su mente. Fue como si se diera cuenta de que
Shirley estaba allí, entre sus brazos. La apretó con fuerza, para no sentirse solo, ni tan
impotente como se sentía en ese instante.
—¿Qué dicen los médicos? —logró romper el nudo albergado en su garganta.
—Que hay que esperar. Las cuarenta y ocho horas siguientes son decisivas —le
respondió Edu.
José Luis apretó las mandíbulas.
—¿Qué mierdas habéis tomado? —alzó la voz de pronto.
No hubo una respuesta inmediata. Fueron los ojos de José Luis  que actuaron de
sacacorchos.
—Nada, sólo un estimulante —pareció defenderse Máximo.
—¿Para qué? ¡Mierda! ¿Para qué?
—Oye, si hubieras estado allí, tú también lo habrías hecho, ¿vale?
—¿Yo? ¡Si ni siquiera fumo!
—¿Qué tiene que ver esto con el tabaco? Lo tomamos para ver qué pasaba y estar
en forma y no cansarnos y…
—¡Y para ver qué pasaba, coño! —acabó Santi la frase de Máximo.
—Por favor… no os peleéis… por favor —suplicó Shirley.
—Yo no habría tomado nada —insistió mirándola—. Ni la habría dejado a ella.
¿Lo habéis hecho por eso, porque no estaba yo?
—Ha sido una casualidad —Edu dejó caer la cabeza abatido.
—¡Y una mierda! —gritó José Luis.
—Estábamos con Ana y Paco, bailando, y entonces… — Shirley volvió a verse
dominada por la emoción. Las lágrimas le impidieron continuar hablando. Se abrazó
de nuevo con fuerza a José Luis y balbuceó un desesperado—: Lo siento… Lo siento…
Lo siento…
Ya no encontró ninguna simpatía ni consuelo en él. La apartó bruscamente de su
lado.
—¡Iros a la mierda! —exclamó el muchacho—. ¡Parecéis críos de…!
No terminó la frase. Giró sobre sus talones y los dejó allí, quietos, inmóviles, tan
perdidos como lo estaban ya antes de su llegada, pero ahora mucho más vulnerables
por la condición de culpables ante sus ojos.

Negras: h6♟️
Se tropezó con Regina inesperadamente, mientras se sentía como un león enjaulado
en mitad del laberinto de pasillos y salas, sin saber qué más hacer para conseguir
abrir una brecha en el sistema. Los dos se reconocieron en mitad de la nada,
envueltos en su soledad.
—¡José Luis!
La hermana de Altagracia se le echó a los brazos. Por primera vez desde que la
conocía, y pronto haría dos años, él no la rehuyó, al contrario: la abrazó y le dio un
beso en la cabeza, por entre la espesa mata de su pelo. Regina temblaba.
Y él esperó, cauteloso, aunque en aquel momento sabía que se necesitaban.
Ya no tenía nada que ver el hecho de que ella, como muchas hermanas menores,
estuviera enamorada de él.
—Me han dicho que está… en coma —murmuró casi un minuto después.
Norma no se separó de su abrazo.
—Tengo miedo —reconoció.
—No me han dejado verla —dijo José Luis—. Llevo la tira pidiendo…
Esta vez sí. La chica se apartó de él para mirarle a los ojos. Luego lo cogió de la
mano.
—Ven —se limitó a decir.
La siguió. Era un contacto dulce y, en el fondo, una mano amiga. La primera en
aquel mundo inhóspito. ¡Regina y Altagracia se parecían tanto! De hecho, viendo a
Norma, recordaba cómo y cuándo se había enamorado de Altagracia. En aquel tiempo,
sin embargo, Altagracia se acababa de convertir en una mujer.
El trayecto apenas duró veinte segundos. Norma se detuvo en una puerta. Sin
soltarle a él de la mano la traspuso, empleando la otra para abrirla. Los dos se
encontraron dentro con los padres de las dos hermanas.
Pero José Luis apenas si reparó en ellos.
La imagen de Altagracia, inmóvil, con los ojos cerrados, la boca abierta y las
agujas, y los tubos entrando y saliendo de ella, le atravesó la mente.
—Hijo… —suspiró con emoción la mujer levantándose.
—Me quedé a estudiar… Lo siento, ¡lo siento! —apenas si logró articular palabra
aunque sin poder dejar de mirar a la persona que más amaba en el mundo.

Una cachetada fuerte de la vida 😔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora