-¡Ah! -se quejó la muchacha.
-Lo siento. -Bradie podía notar la respiración de Alexander cayendo sobre sus labios. Estaban a escasos centímentros. Se miraron a los ojos y pareció que el tiempo se había detenido para ellos. -Vamos. -dijo un serio Alexander apartando la vista de la chica.
Bradie se levantó del suelo pensando en como, en cuestión de segundos, Alexander había cambiado su expresión. Le siguió entre las calles intentando no mirar a aquellos que se cruzaban con ella. Llegaron a una gran casa de color blanco, rodeada de un jardín precioso con flores blancas y rojas. Las rejas que rodeaban las casa y las puertas estaban cubiertas de oro, y una estrecha alfombra plateada recorría el jardín hasta la entrada de la casa. Desfilaron por ella hasta entrar en el interior. Dentro encontró una mezcla de blanco y dorada que teñía las paredes, muebles clàssicos de madera blanca, espejos... Aunque aquella casa era asombrosamente preciosa, no era nada acogedora. Hacía un frío invernal allí dentro. Bradie sintió escalofríos recorriéndole el cuerpo.
-Siento que no sea muy acogedora. -dijo Alexander echándole una manta de lana blanca por los hombros. -Pero nadie ha entrado aquí desde que te fuiste.
-¿De quien es esta casa? -preguntó curiosa.
-Es la casa de verano de los Weyslend.
-¿Weyslend?
-Lyssa Carter Weyslend, ¿me equivoco?
-¿Es mi casa?
-Veo que no te ha costado mucho llegar a esa conclusión. -la sonrisa de Alexander volvió a aparecer en su rostro.
Bradie empezó a recorrer aquella casa, seguida, unos pasos por detrás, de Alexander, que poco a poco se le hacía cada vez más familiar.
-¡Alexander, Alexander! -aquellas pitufinas voces le eran tan reconocibles...
-¿Chicos? ¿Que... que hacéis aquí? ¿Como habéis entrado? -aquellas cuatro cobayas corrían aproximándose hacia ellos. No paraban de hablar todas a la vez. -Por favor, de una en una.
-¡Talion viene hacia el reino con sus ángeles negros! -los músculos de Alexander se tensaron.
-¡Alexander! ¿A donde vas? -gritó Bradie corriendo tras él.
-¡Quédate aquí! Estarás a salvo.
-Déjame ir contigo.
-Eso no va a ser posible. -salió por la puerta junto a las cuatro cobayas parlanchinas.
Alexander corrió hasta donde las cobayas habían avistado a Talion por última vez, y no muy lejos de allí, le encontró.
-Oh, pequeño Alexander. -dijo Talion en cuando éste se puso delante de él con sus alas extendidas. -Ya no eres un niño...
-No puedes ir hasta nuestro reino. -en los ojos de Alexander se podía observar su ira contenida.
-No veo ninguna ley que prohiba que os haga una visita. -ambos estaban a dos metros el uno del otro. Detrás de Alexander solo existia un camino que llevaba hasta su reino, detrás de Talion, se encontraban ocho ángeles más.
-Estoy yo aquí para no dejar que lo hagas.
-¿Hay algún motivo para que no dejes que mis hombres y yo crucemos hasta tu tierra? -una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de Talion.
-No tenéis motivos para venir.
-Oh, claro que los tenemos... Lyssa. ¿Te parece suficiente motivo?
-Lyssa no está aquí.
-¡No oses reírte de mi! -Talion mostró en el aire una imagen de una chica recibiendo un latigazo en medio de una plaza. -¿Creías que por que hicieras que pareciera una de los vuestros nadie se daría cuenta de quien es realmente? -eso le hizo pensar a Alexander que alguien de su reino había informado a los ángeles negros, alguien estaba jugando sucio.
-Jamás la encontrarás.
-Justo tu me dirás donde la has escondido.
-Prefiero morir antes que hablar, pero a ti no te conviene que muera.
-Podría matarte y buscarla yo mismo sin que tu puedas impedírmelo. -en ese instante un látigo enrolló los pies de Alexander haciendo que cayera al suelo. -¿¡Quieres eso?! -le asestó otro latigazo en la espalda. Una herida ensangrentada de dibujó en ella, le cruzaba toda la espalda. Talion de acercó a él, le cogió por su cabellera y hizo que le mirara. La expresión de Alexander era de dolor mezclado con rabia. -Se que la quieres... que la amas... -le susurró Talion a Alexander. El chico quiso matarle en ese momento, pero apenas podía moverse. -¿¡Donde esta la chica?! -este golpe lo recibió en la parte de las costillas. Los gritos de Alexander penetraban por los oídos de los presentes.
-¡Déjale! -todos se giraron hacia el cielo, de donde provenía la voz. Un ángel se interpuso entre Alexander y Talion.
-Lyssa... No... -la voz de Alexander era casi un susurro.
-Pero... ¿A quien tenemos aquí? -Talion se acercó y acarició la mejilla de la muchacha.
-Ni me toques. -se apartó ella con expresión molesta.
-¿Vienes a salvar a tu querido Alexander? -Talion se colocó al lado del chico, con la punta de una de sus espadas descansando en la barbilla del chico.
-Me tienes aquí, déjale y me iré contigo.
-No lo hagas... -la voz de Alexander se quebrantaba, intentó mirarla a los ojos, los suyos brillaban y expresaban dolor.
-¡Cállate! Si la chica es lo que quiere, es lo que haremos. -Talion volvió con los suyos. -Lyssa, vamos.
-¿Vas a dejarle agonizando?
-He dicho que le dejaría tranquilo, no que iba a ayudarle. Y te dijo una cosa chaval, ni se te ocurra volver a por ella. -Talion echaba fuego por los ojos.
Bradie se agachó junto a Alexander.
-Lyssa, por favor... -la agarró fuerte del brazo. -No lo hagas, no sabes lo que son capaces de hacerte.
-No voy a dejar que te maten.
-Es mi destino, no tienes que protegerme.
-Lo siento. -Bradie besó la mejilla de Alexander. -Tengo que irme. -pronto se vio envuelta entre ángeles negros.
Se fueron alejando lentamente entre la maleza.
-Tenemos que hacer algo. -dijo una de las cobayas.
-Seguidles.
-Talion ha dicho que no...
-¡Me da igual lo que ha dicho ese tio! Seguidles y decidme que hacen con ella. Yo tengo que curarme las heridas.
-¿Estarás bien?
-No os precupéis por mi.
-En cuanto sepamos algo, te informamos. -las cuatro cobayas salieron corriendo por donde unos minutos antes habían salido los ángeles negros.
Alexander se encontró en medio de aquel sitio solo, con toda la espalda y parte del pecho ensangrentado. Alexander creó una bola blanca de energía con el que mandó un mensaje a Bradie. La llama voló entre los cielos hasta llegar donde se encontraba la chica, vieron caerla justo en el pecho de la muchacha, hasta su collar en forma de corazón que le había proporcionado junto al vestido aquel sastre de la casa roja. Así que para eso servía... Para guardar mensajes. "Te encontraré" -se escuchó como un susurro cuando abrió el corazón de cristal.
HASTA AQUÍ EL CAPÍTULO DE HOY! Gracias por leer, comentar y votar:) Os quiero!