Cuando Bradie llegó a casa a las cuatro de la tarde, Brad había preparado la comida. Un plato de arroz con verduras y algo de pollo estaba sobre la mesa acompañado de dos coca colas. Era gracioso ver a Brad con un delantal de flores de la madre de Bradie, corriendo por la cocina como un desesperado.
-¿Alguna buena notícia que tengas que contarme? -le preguntó Bradie entrando en la cocina con una gran sonrisa.
-¿Eh? No, si te refieres a que he echo la comida es porque... Prefiero no decirlo, va a quedar muy cursi. -dijo quitándose el delantal y depositándolo en la encimera.
-Me sorprende que hayas echo la comida, quieres envenenarme, es eso ¿no? -Bradie rió.
-¿No puedo tener un detalle con mi mejor amiga? Vi un programa de cocina porque salí antes de clase y no tuve una idea mejor que ponerme a practicar, ese es el motivo.
-¿Tu viendo un programa de cocina? Estabas más aburrido de lo que pensaba.
-¿Podemos empezar a comer? Me muero de hambre.
Ambos se sentaron en la mesa y disfrutaron de la comida entre risas. Al fin y al cabo no le había quedado nada mal. Por un momento Bradie tuvo la necesidad de contarle lo que había vivido hoy en clase, pero se reprimió, no era algo que quizás Brad debía saber o, en el caso de que se lo contará, pensaría que estaba delirando. Así que prefirió que su pequeña aventura con Alexander quedara en secreto, al menos por ahora.
Cuando acabaron de comer, juntos recogieron la mesa y los platos y cada uno se encerró en su habitación a estudiar. Bradie debía ponerse las pilas con algunas asignaturas que llevaba algo atrasadas, pero no pudo concentrarse, tenía la necesidad de saber que era lo que había pasado esa mañana. Alexander dijo que no era la primera vez que le veía, ni que había estado allí, y a todo eso hay que sumar que la había llamado Lyssa. Bradie no tuvo otra idea que buscar en su ordenador el nombre de Lyssa junto a su apellido, Carter. Como ella esperaba, la búsqueda no llegó a ninguna parte. Se tumbó boca arriba en la cama, pensativa, recorriendo con las yemas de sus dedos el collar que le había entregado horas antes Alexander.
"Bienvenida de nuevo Lyssa." Bradie giró sobre si misma mirando hacia su alrededor, pero no vio a nadie allí. "Señorita, estamos aquí, aquí abajo." Bradie miró hacia donde le habían indicado. ¿Ratones? Tenían unos ojos gigantes y brillaban como la luz de la luna sobre los edificios de Míchigan, eran peludos, como bolas de pelo, ovillos. Daban ganas de abrazarles, había cuatro de ellos alrededor de sus pies, uno negro, dos con manchas marrones y blancas y el último marrón entero.
-¿Sois ratones?
-Somos cobayas, cobayas reales. -dijo uno de aquellos bichejos.
-Cobayas que hablan, debo de estar soñando.
-¡Eh, chicos! -gritó alguien detrás de ellos, Bradie se levantó, ya que se había agachado a hablar con las cobayas.
-¡Alexander! -gritaron aquellas pequeñas bolas de pelo al unísono con sus voces de pitufo. Se tiraron encima de él y cayeron al suelo. Alexander empezó a jugar con ellas, sus alas habían desaparecido, parecía tan... humano. Sin apenas darse cuenta, Bradie estaba sonriendo al ver aquella escena. -Lyssa ha vuelto, Lyssa a vuelto. -Bradie sintió la mirada de Alexander clavada en sus ojos.
-Eso parece. -les contestó él con una bonita sonrisa. Alexander se levantó del suelo, una de las cobayas se había comodado en su hombro mientras las otras le perseguían por el suelo. -Ellas son, Tim, Kaila, Rexy y Mess.
-Encantada. -contestó Bradie acariciando a la cobaya marrón que seguía en el hombro de Alexander. Ambos se miraron sonriendo.
Empezaron a llegar cientos de nubes negras que cubrieron el sol. Las cobayas parecían haberse puesto nerviosas y la expresión de Alexander había cambiado radicalmente.