Los ángeles negros acompañaron a Lyssa hasta un castillo cubierto de nubes negras de aspecto terrorífico. Ella era lo más claro que se encontraba en el lugar. La acompañaron hasta una habitación nada acogedora. Las paredes estaban cubiertas de una moqueta negra con franjas rojas, y millones de cuadros abstractos con algún símbolo mortal colgaban de ellas.
-Espera aquí. -dijo uno de los ángeles negros. Le quitó las cadenas que cubrían sus muñecas. El chico miró a un lado y a otro de la habitación. -Te curaré las heridas, pero ni se te ocurra gritar. -Bradie asintió algo confusa. Las heridas de su piel fueron desapareciendo. Mientras eso ocurría Bradie no dejó de mirar a aquel chico, le resultaba familiar.
-¿Es esto correcto? Digo, que me trates de esta manera; se supone que eres un ángel negro.
-Soy mucho más que eso, Lyssa. -cada minuto que pasaba, este chico la desconcertaba más.
-¿Cual es tu nombre?
-Adrian, y un consejo, deberías esconder ese collar, saben para que lo usan los ángeles blancos.
-¡Mendes! La chica, Henel quiere verla. -dijo un robusto ángel abriendo la puerta de la habitación.
-Yo mismo la llevaré. -el otro ángel asintió a la respuesta de Adrian. -Vamos. -dijo agarrando a la chica con firmeza.
Iban andando por un ancho pasillo, del cual colgaban algunos retratos de otros ángeles, antepasados suyos, supuso Bradie.
-¿Porque te ha llamado Mendes?
-Es mi apellido.
-Mendes... Espera...
-Es aquí. -dijo él abriendo una enorme puerta de madera. -Entra.
Bradie se adentró en aquella sala en la cual había una larga mesa, de unos diez metros de largo, y una oscuridad casi absoluta. Se giró para ver si Adrian seguía en la puerta, pero esta estaba completamente cerrada. Caminó avistando una silueta de alguien al final de la mesa.
-¡Mayanor! -corrió a desatar las cadenas que rodeaban su cuerpo.
-No te esfuerces, pequeña, esas cadenas no se desataran con la simple fuerza de una joven como tú. -escucharon atentamente los presentes. Bradie miró alrededor de la sala, sin dar con quien había pronunciado aquellas palabras. Unos segundos después, unas alas negras se extendieron a ambos lado de Bradie, haciendo que esta se estremeciera de miedo. -No era mi intención asustarte.
Henel era un hombre de unos treinta y cinco años, alto y fuerte, con una cabellera totalmente negra y unos ojos azules penetrantes. Tenía unos pómulos y en general, unas facciones muy marcadas.
-¡Suéltalo!
-¿Soltar al único informador que tenemos del reino blanco? No funcionan así las cosas.
-Me tienes aquí. No necesitas a nadie más.
-Cierto. Ni siquiera te he dando la bienvenida, algo muy grosero por mi parte. Quiero que te sientas como en casa, siempre que cumplas con todo lo que te ordene, podrás ser libre.
-Nunca seré libre si vivo sometida a ti.
-La pequeña Lyssa ha crecido, eso puede notarse. Creo que una de nuestras normas es que no puedes ir vestida de esta manera por nuestro reino. -chasqueó los dedos y por la puerta entraron dos chicas de la edad de Bradie, seguidas de Adrian y otro ángel. Metieron a la chica en un vestuario improvisado, las dos chicas la vistieron de arriba a bajo con unos pantalones y chaqueta de cuero, unas botas robustas con algunos pinchos de metal, y una cinta en la cabeza para sujetar su larga melena. Las chicas se llevaron aquella blanca ropa. Bradie pensó en el collar que Mayanor le había entregado en su casa en forma de corazón, el mensajero. Se lo habían llevado. En cuanto salió del vestuario y los cuatro nuevos presentes desaparecieron, Henel sonrió con satisfacción.
-¿Que quieres de mi?
-Un ejército.
-Nunca aceptaré hacer eso.
-Te contaré una historia. -Henel empezó a pasear por la sala. -Elda no siempre estuvo así. El color blanco y negro de nuestras alas, en una época, estuvieron mezclados en el cielo, compartíamos las tierras de este mundo. Vivíamos armoniosamente, independientemente del color de nuestras alas. Gael y yo solo éramos dos niños cuando la división se produjo. El padre de Gael, uno de los mayores investigadores sobre nuestra raza que haya existido, decidió que la mejor manera de vivir en Elda era que los ángeles blancos gobernaran, porque tenían aptitudes de ir hacia el bien, contrariamente a nosotros, que tendemos a lo malvado. El padre de Gael se impuso como gobernador de todos los ángeles, creyendo que los ángeles blancos eran superiores; y los negros lideraron una lucha en su contra, justamente, mi padre fue quien llevó a los ángeles negros a esa batalla. Vi morir a mi padre a manos del hermano mayor de Gael. Él era mi mejor amigo por entonces, y pensé que la batalla no nos separaría. Vi a Gael acercarse a mi cuando mi padre acababa de morir y las únicas palabras que pronunció fueron, "tu serás el siguiente". Llevo guardando esas palabras dentro de mi todo este tiempo. -suspiró. -De esa manera, las tierras quedaron divididas en dos reinos. -Se acercó esta vez a Bradie. -Solo quiero demostrar que no somos peores que ellos y conseguir aquello que quería mi padre, un lugar donde convivir ambas razas, sin desprestigiarnos los unos a los otros.
-¿Crees que esa es la manera de hacerlo?
-Se que es la única manera.
-El problema que tienes es que te has creído que dentro de ti hay algo de malvado. Secuestros, maltrato a las personas, amenazas... No es necesario realizar todo eso para conseguir tu objetivo.
-No lo entiendes. Intentamos otros medios para acceder al poder, acuerdos, pactos... ¿Crees que no se que es mejor ir por el camino de la no violencia?
-No quiero formar parte de esto si va a ser de esta manera. No quiero ver morir a nadie.
-¿Porque no descansas y reflexionas sobre todo lo que te he explicado? Y recuerda, no hay otra manera. Puede que tengamos que luchar ahora, pero puede que eso traiga la paz de una vez por todas.
-Déjale ir. -dijo Bradie señalando a Mayanor.
-Si dices algo de todo lo que has escuchado a alguno de los ángeles blancos de tu reino, iré yo mismo a matarte.
Henel liberó a Mayanor de sus cadenas y llamó a uno de sus guardias para que le acompañara hasta la frontera entre los dos reinos.
-Lyssa, ahora este castillo es tu casa. Puedes hacer lo que quieras aquí dentro, siempre que tengas mi consentimiento para hacerlo. -una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Henel. -Uno de mis guardias te acompañará a tu habitación. -Adrian entró por la puerta, y Lyssa le siguió sin volver la mirada ni un segundo hacia Henel.
El chico la acompañó en el más puros de los silencios hasta una de las habitaciones de aquel pasillo.
-Si necesitas cualquier cosa, estaré por aquí. -Lyssa le cogió del brazo justo en el momento en que éste decidió darse la vuelta para marcharse.
-¿Puedes enseñarme todo esto?
-Como habrás podido comprobar, cada pasillo de este lugar es idéntico a los demás, no tiene mucho misterio. -Lyssa retiró su mano del brazo del muchacho algo decepcionada. -Pero puedo enseñarte algo mejor. -el chico miró a un lado y otro del pasillo. -Vamos.