-Señorita Wong... señorita Wong -intentaba despertar aquel hombre de bata blanca a Mae.
Se levantó somnolienta, pensando en lo que tenía que hacer aquel día. Esa rutina que debía seguir.
Le pusieron aquella camisa blanca y extraña que no la dejaba mover. La mantuvieron en una sala blanca y acolchada en la que, por la pequeña ventana de la puerta, más hombres de bata blanca la observaban.
En la otra esquina de la sala estaba de pie Jim, con unos tejanos negros y una camiseta verde militar. Descalzo se acercaba a Mae, ella gritaba para detenerlo, pero Mae sentía que sus manos le apretaban la garganta. Ella por el rabillo del ojo miró a los doctores. Estaban lanzando miradas furtivas desde sus hojas rayadas por lápices de madera amarilla hasta la zona en la que Mae se encontraba.
-El tratamiento no funciona -dijo desde fuera un hombre de bata blanca-. Hacer que escriba cartas a un personaje creado por su enfermedad no hace que éste desaparezca o que, por lo menos, aminore la agresividad hacia ella misma. Inyecten la dosis.
Después de tal acto, Mae cayó en los brazos de Morfeo por un largo, largo tiempo.
Jim no volvió. Mae no se despidió. Los doctores no encontraron la cura.