Carta uno

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Querido Jim,

Estoy en el sofá. Al lado de la chimenea y tomando nuestro chocolate caliente favorito. Cacao en polvo, leche, un poco de café y dos nubecitas. Espero que estés bien.

Mirando las llamas saltarinas del fuego, se me ha venido a la mente el día en que nos conocimos. 12 de septiembre de 2005. Yo tenía quince años y era mi primer día en un nuevo instituto, con nuevos compañeros, nuevos profesores, una nueva ciudad y muchas cosas más que me agobiaban. En una edad cambiante no es lo mejor, que digamos, pero sabes que fue por razones obvias.

Ese día entré a clase y me senté donde pude, antes de que la profesora llegara. Tocó la casualidad, en el grandísimo universo, que me sentara justo detrás de ti.

Te giraste, no te miré porque era muy tímida e insegura, pero aún así te presentaste. Estiraste la mano en mi dirección y dijiste: "Hola, soy Jim Hackett. Tú eres la nueva, ¿no? ¿Cómo te llamas?" Eras muy mono, amable y extrovertido. A mi, sin embargo, no me salían las palabras. Me habías preguntado por mi color de piel. Te expliqué lo que era el vitíligo y seguías con sed de aprender. Pero no me daban a más las palabras.

Más tarde, en el almuerzo, me senté sola debido a mi timidez e inseguridad. Me tiraste una bola de papel en la que habías escrito: "Me molan tus manchas. Son originales. Jim x." Ésa era tu firma conmigo: tu nombre seguido de una x o un corazón dibujado a tu estilo.

Ahora me rio y pienso en lo mal que se te daba el dibujo. Como aquella vez, en el mismo curso, que me dibujaste con una espada en una mano y un escudo en la otra. Habías escrito mal la palabra vitíligo en el centro del escudo. Cosa que me había hecho reír. Me dijiste que era yo, que era valiente y fuerte. Siempre me acuerdo de esa frase.

Me acuerdo de ti todos los días. Te extraño y te quiero,

Mae.

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