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Recuerda, nuestro linaje siempre ha gobernado con sabiduría y fuerza...

Los años pasaron como si no fueran más que simples parpadeos, y tal vez para un country que vive siglos y siglos aquello era un acierto. Por un tiempo en las tierras imperiales se vivió un periodo de relativa paz, bastante frágil si lo detallamos con profundidad; ya no había grandes guerras exteriores de las cuales preocuparse más allá de las propias revueltas internas dentro del territorio, revueltas que cada vez comenzaban a estresar más y más al Zar.

¿Es que acaso estaba haciendo algo mal? ¿Cómo era posible que su gente estuviera tan descontenta? ¿Era acaso que no les prestaba la suficiente atención...? Si bien el descontento de los esclavos no le importaba en lo absoluto, la polación rusa de Petesburgo comenzaba a quejarse también; había leído los libros de crítica social que los estudiosos publicaban en los periódicos más importantes de la capital; lo preocupante eran esas ideas extranjeras que habían penetrado en los oidos del proletariado, dándoles ideas que no deberían siquiera pensarse...

Pero ¿Cómo podría él saber todo aquello...? ¿Cómo podría él abarcar todas y cada una de los descontentos de su vasto territorio?

Sus preocupaciones eran completamente comprensibles puesto que la enorme extención del imperio le dificultaba enormemente al ruso poder estar al tanto de todos los problemas al mismo tiempo. Pero era justamente ahí en donde su preciado hijo entraba en escena; era hora de que los frutos de su arduo entrenamiento comenzaran a dar resultados positivos, sobre todo para su padre que esperaba con ansias ver como el joven se desenvolvía en la sociedad, en ver cómo se hacia cargo de las responsabilidades que más adelante serían suyas.

"Responsabilidades" que ciertamente parecían estar más descontentas con forme pasaban los días...

—Quítatela. —Fue la orden, fuerte y clara, que salió de la boca de su padre en cuanto vio regresar a su joven hijo de una de sus tantas visitas al campesinado al sur de los territorios del imperio, casi colindando con los territorios árabes y los del Imperio Chino, ahí donde se extendía la enorme estepa central. Al parecer las revueltas estaban empeorando en las tierras salvajes más allá de los montes Urales, como solía llamarlas el imperio, pero nada que un poco de represión del ejercito no solucionara. El Imperio Ruso esperaba que Unión, estando expuesto a aquellas prácticas, pudiera desarrollarlas a su propia manera lo más prónto posible pues por las habladurías a baja voz se había enterado de que algunas cosas no estaban cursando del todo bien en el centro de Europa... De nuevo. —Deshazte de esa cosa inmunda inmediatamente.

El ruso mayor frunció el ceño ante la falta de respuesta de su primogénito. Evidentemente se estaba refiriendo a la característica ushanka que años atrás Finlandia le había regalado con tanta inocente emoción antes de que sus infancias fueran destruidas por los tortuosos entrenamientos del imperio. Unión lo sabía perfectamente, pero prefirió hacerse el desentendido, mirando a su padre con aquella impasibilidad que desarrolló con el correr de los años, con cada estricta acción dirécta o indirécta de su padre hacia él, rozando casi en la crueldad inconsciente.

Esa prenda en específico era muy especial, lo había acompañado por años, era ya un accesorio común en su guardarropa del día a día, casi podría decirse que ya era como un distintivo para él. No solo lo atesoraba porque Finlandia se lo había dado, lo atesoraba porque lo hacía sentirse más en contacto con el pueblo, SU pueblo; cuando portaba aquella ushanka sentía que era uno solo con su gente, por demás está decir que para la población el sentimiento era recíproco.

Veían en él a un verdadero representante de sus necesidades...

Era algo que todos comentaban a baja voz por temor a ser escuchados por los oficiales de Imperio Ruso; comentaban lo mucho que esperaban que el Zar terminara su reinado para que la joven promesa pudiera conseguirles la tan ansiada equidad que se les había prohibido durante 300 años. No era sorpresa para nadie que las ideas del joven country realmente movían las esperanzas del pueblo eslavo. Unión lo sabía, estaba consciente de ello, pero muy en el fondo también temía que su padre ya lo hubiese descubierto.

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