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Te digo esto, porque cuando mis días lleguen a su fin...

Agosto de 1914, San Petersburgo.

—¡Eres un estúpido insensato! ¡Un idiota sin remedio! ¡Un maldito animal tiene más consciencia de sus actos de los que tú llegarías a tenerlos en toda tu patética existencia! —Eran las duras palabras que Zarist expulsaba a diestra y siniestra mientras miraba con enojo mal contenido al pobre serbio que parecía encogerse en su lugar a cada grito del Imperio. Era impensable para el gran Imperio Ruso seguir soportando tanta incompetencia a su alrededor pues ya parecía cosa de todos los días andar desahogando sus frustraciones a gritos. —Y ahora por tu negligencia y falta de capacidad diplomática me veré en la penosa necesidad de apoyar tu ridícula campaña bélica en los Balcanes, declarándole la guerra a Austria-Hungría y sus aliados. 

—Solo hice lo que consideré correcto para conseguir la libertad de mi gente, para ayudar a mis hermanos y para que dejen de creer que los eslavos de los Balcanes somos débiles que pueden conquistar a su antojo... —Susurró Serbia, temeroso de alzar la voz siquiera un decibel que pudiera molestar más al Imperio que tanto admiraba. —Usted dijo que-...

—¡SILENCIO ESCORIA! Tienes suerte de que la maldita perra codiciosa de Francia tenga sus ojos puestos en territorios alemanes y esté dispuesta a respaldarme en este conflicto con los imperios centrales pues de lo contrario te dejaría morir a ti y a toda tu gente frente a los germanos. —Confesó sin un ápice de remordimiento o empatía hacia la situación del eslavo menor, a pesar de que por dentro sus pensamientos se contradecían pues tampoco quería tener que ceder tan fácilmente la fuerte influencia rusa en un territorio de tanta importancia geográfica como lo eran los Balcanes en manos del Imperio Alemán y Austria-Hungría, quien ya había demostrado que no tenía un ápice de idea de cómo funcionaba la política de esos territorios. —Como es de esperarse, el Imperio Alemán no va a dejar que Austria-Hungría pelee solo en el conflicto, así que comenzaré a movilizar a mis tropas junto con Francia a los Balcanes, trataremos de frenar el avance del enemigo y necesito que reúnas a toda tu gente, prepáralos para el combate que viene, en estos momentos estás rodeado de enemigos que buscarán acabar contigo a la menor oportunidad.

—Si señor. —Asintió Serbia, adoptando una rígida pose militar, atemorizado de cometer la negligencia de decir una tontería que pudiera hacer cambiar de parecer al Imperio Ruso de brindar su amable ayuda a su causa. —Lo haré enseguida señor Zarist.

—Lárgate de mi vista, ya he tenido suficiente de tu patética presencia como para aguantarte un segundo más de mi valioso tiempo, has lo que te ordeno sin cuestionarme nada y puede que consigas obtener la molesta libertad que tanto andas llorando. —Lo despachó el mayor con un ademán desdeñoso, dirigiéndose a su escritorio para comenzar a redactar los telegramas que le mandaría a Francia sobre las declaraciones de guerra y las nuevas reuniones con los representantes diplomáticos de cada nación involucrada en el conflicto. Serbia dudó por unos instantes, pero al final optó por la opción más inteligente; con una respetuosa y exagerada inclinación, el joven eslavo se retiró del despacho de Zarist no sin antes escuchar la peligrosa advertencia del mayor a su espalda, atravesándolo como un cuchillo recién afilado. —Está es tu última oportunidad Serbia, yo mismo me encargaré de convertir tu vida y la de todos tus seres queridos en un maldito infierno si vuelves a fallarme.

—No lo haré señor, se lo prometo por lo más sagrado que tengo, por mi orgullo y por la vida de mi gente. —Fue lo último que pudo articular Serbia antes de salir a paso veloz de aquel lugar, sin poder atreverse siquiera a mirar a Zarist a los ojos. Su suerte ya estaba echada, ahora dependía de sus decisiones el saber inclinar a su favor la balanza.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2021 ⏰

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