Erith y yo

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Jugando juntas, escuchando videos de música frente a la computadora de mi cuarto, Erith estaba de pie detrás de mí, recargando su mentón sobre mi cabeza, sus brazos, rodeándome tiernamente, reposaban en mis hombros.

-Ya me cansé de estar de pie, hazme un espacio.-

Dijo Erith en tono juguetón. Pero había espacio para las dos en mi silla reclinable, así que se lo dije. Ella tan veloz e ingeniosa como solo ella sabía ser, dijo:

-Donde cabe una cabemos dos. Si no hay espacio haremos uno.-

Así comenzó una guerra de empujones traviesos para ver quién se quedaba con el asiento. Entre risas y frenéticos zarandeos, no la dejé sentarse en mi lugar; sin embargo, Erith terminó sentándose encima de mí.

Cara a cara, nunca pude negarme a su mirada felina, y expresiones etéreas. Envolviéndome con sus piernas, no pude objetar nada, me doblego siempre ante ella.

Con esa actitud impulsiva que la caracteriza, mi dueña divina empujó el escritorio hacia atrás, provocó que las ruedas de mi silla rodaran y las dos juntas chocamos con la pared contigua.

-Erith... ¿Qué estás haciendo?-

-Shh... A ver intenta levantarte.-

Mi corazón late a mil por hora cuando ella me susurra tan cerca del oído. Quería llorar, mis labios estaban idos, así como mi mirada. Hice lo que me pidió, traté de levantarme de la silla junto con ella con todas mis fuerzas, y aunque yo soy mucho más alta que ella, todos mis intentos fueron en vano.

Luego un movimiento brusco me nació, y la silla se ladeó hacia atrás, así que para no caernos me incliné sin pensarlo, tomando a Erith de la cintura con ambos brazos. La tenía sostenida fuertemente, no era un abrazo, era aferrarme a ella con toda mi fuerza vital. Ella era como un colibrí y yo quería asustarla, para ese momento la mitad de mi rostro se había posado en medio de su pecho, embonando una parte faltante mi en ella que me esperaba cálidamente como un lecho de plumas a un gorrión.

Luego de eso, Erith se quedó inmóvil, mirándome fijamente con sus fulgurantes ojos negros, empíreos, ferales e indomables. Por primera vez Erith perdió el control de la situación, su respiración era agitada, y sus fuertes piernas estaban aferradas a mí. No pude más, tenía que intentarlo de la forma que fuese, algo así que algo temblorosa, le dije en voz desafinada y retadora que no me iba a lograr quitar del asiento. Su apretón de piernas me constreñía esquicitamente el abdomen como enfatizando el camino físico al que estábamos llevando este juego de pupilas. (Aunque para mí no fuese un juego).

-Entonces Adhira, perdiste, como siempre contra mí, no pudiste levantarte ni tantito de la silla, gané, gané, gan...-

Erith había venido a mi casa a escuchar música como cada viernes lo hacía, he sido su mejor amiga desde siempre, y espero seguirlo siendo después de esto.

Mirada a mirada, atravesamos nuestras respiraciones, su vaho era dulce, y delicado, como tocar el cielo al ritmo de su ser, el tacto que nos teníamos conectaba más allá de lo fisiológico entrelazadas a más no poder, comencé a mover mis caderas a un ritmo muy particular el de su grácil resuello, aumentando así la frecuencia de sus jadeos y por consecuencia los míos.

Sabíamos lo que la otra quería, ninguna dijo nada.

Luz parda otoñal, un halo de luz ilumina el contorno de su figura mientras se desabrocha el pantalón. Su frágil semblante era una caída a lo inaudito, poseer a mi mejor amiga, en cuerpo y alma por primera vez.
Esa tarde, a solas en casa, algo cambió.

El corazón latiendo dentro de nuestros pechos al desnudo simplemente acentuaba las palabras insomnes que trataban de referir nuestros nombres, la intensidad era palpable y el talento apoteósico. Los besos en el cuello se volvieron mordidas, y las mordidas cubiertas por sus manos mientras me desvestían completamente.

Ambas caímos a una sábana salvaje que nos envolvió todas, pero no tanto como mi lengua sobre su cuerpo, descendí al paraíso, su bosque era el suave desierto de las arenas de Morfeo, completamente blanca, tersa y palpitante.

El robarla con inteligible lentitud era un arte, el sabor de su ser era eterno, su entrega era algo ajeno a este mundo, lo supe cuando temblando gritaba mi nombre:

-Oh, Adhira, Adhira, te amo, Oh mi amor soy tuya.-

Erith era la prueba de lo sobrenatural porque me hizo sentir un placer inconcebible, imparable, que subsiste en mis memorias a cada instante.

Sentimos lo que le seguía a la palabra exaltadas, mis fuertes brazos no eran nada comparados a los latidos que sentí como tamboreos incontrolables que bombeaban sangre a mis zonas más erógenas.

-Mira, siente mi corazón.-

Le dije a Erith tomando su mano, ya no la solté.

-Te pusiste roja.- Me dijo félida y arrogante. Como acentuando de forma hiperbólica la obviedad que era mi estado.

-Creo que eso es tu culpa, ja, ja. Pero, la verdad, siempre me pongo así cuando te veo, cuando te pienso, e incluso ahora después de tanto.-

En el pasado Erith reiría por lo que le habría dicho, pero en ese momento solo se quedó mirando al techo. Luego de unos minutos dijo:

-Esto no puede volver arepetirse.-

Adhira Relatos de una Jóven EnamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora