A veces pienso en ti sin razón

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Mi dulce y bella Erith Mina Catelvi Vadunciel. A veces pienso en ti sin razón... Hay días en los que sueño que hago una vida contigo, pero tengo mucho miedo de decírtelo. No por la mecánica de mis labios diciéndolo, sino porque estos mismos no quieren decir nada sino besarte. Besarte con intensidad hasta quedarme sin aire, y luego inhalar tus respiraciones. No solo eso, pues sueño contigo constantemente. Sueño que somos ángeles en un cielo urbano volando en atardeceres violetas mientras nuestros brazos se entrelazan. Mientras te miro a los ojos y te digo cuanto te amo. 

Solo puedo atreverme a decírtelo en letras romances, palabras indirectas, porque viviendo tú en un barrio rico, esta es la única forma de tatuarte aún más en mi corazón. No existe manera alguna de que te olvide, eres mi hogar, tu pecho mi almohada, mis memorias tu bodega, mi útero tu repositorio, tu abdomen donde descansaría la punta de mi lengua subiendo hasta tus labios, bajando hasta tus labios. 

Sé bien lo que me fascina de ti, sé bien lo que me asusta de ti, ambas son las mismas cosas, tanto que no puedo aparentar confusión, sé bien lo que quiero contigo por tantos motivos que ni mil y una noches bastarían para enumerar y recalcar cuánto me obsesionas, de pies a cabeza, en cuerpo y alma. 

Son tus ojos negros una noche cálida en una playa tranquila, una mirada profundamente audaz, siempre sabes qué decir y cómo expresarte con esa mirada adornada con unas cejas pobladas que encuentran su feminidad en expresiones matizadas de inteligencia gitana irreverente. 

Eres la mujer más bella que vi, que veo y que deseo ver el resto de mis días, con una frente que no quiero parar de besar como una niña que volvió con su madre, después de haberla regresado donde pertenece. Te pertenezco de tantas maneras, no podría seguir adelante si no te escribiera, si no te soñara, si no te respirara cada vez que me hablas tan cerca, ¿acaso me seduces? Así como en cada fantasía húmeda que tengo al cerrar los ojos y encontrar tu ser al desnudo. 

Tu cabello lacio y suelto nada enmarañado, a veces adornado por un gorro negro a veces simplemente amarrado, se mira como una cascada de sabia del Axis Mundi. Como el resto de ti tus bellos corporales no son nada mundanos, si fueras mía te rogaría que nunca te rasurares, eres como lo que nunca vi, con un selecto brillo casi como si los mejores rayos de luz te tocaran solo a ti. Tienes la piel de un conejo blanco, completamente nívea, me deslumbras, estoy totalmente a ciegas cuando hablo contigo, no conozco tu aroma intrauterino y eso es lo que más me tortura, tu esencia debe de ser a cafecito perfumado, a flores salvajes, a tierra del bosque...

Y admito que posar mis labios en tu frente para besarla también sería para tener mi nariz en tu mollera, dando la inalada más profunda propia de un catador de vinos, eso haría contigo toda. Olisquearte de pies a cabeza de forma invasiva. Si me lo permitieras acariciaría cada hebra, probaría cada gota, y bebería toda la esencia que saliera de tu cuerpo. Tomaría tus manos y posando mis labios sobre ellas, ascendería lentamente hasta tu cuello, necesito morderte, succionar con levedad la piel de tu garganta pasando mi lengua por tus clavículas. 

Tienes un tegumento exquisito como la vainilla, más suave aún que la seda misma. Qué más quisiera yo que ocultar mis sentimientos y ser amigo tuyo toda la vida, pero sé bien que debajo de esa ropa ensanchada y marrón está una delicada diosa que me tiene rezándole a sus pies.

Martes 26

Adhira Relatos de una Jóven EnamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora