Capítulo 4

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Segunda semana

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Segunda semana

Las seis hojas de vida que había enviado hasta el momento no habían dado resultado alguno; no la habían llamado. Trataba de no desanimarse, sin embargo, porque algo le decía que entristecerse al respecto solo haría que las posibilidades disminuyeran.

Actualizaba a diario a Vero sobre su búsqueda de empleo, especialmente para que ella no creyera que se estaba acomodando demasiado a vivir gratis y que empezaría a ser un problema. Vero, como era natural en ella, le daba ánimos con todo.

—Para nadie es sencillo conseguir un primer empleo —le dijo una tarde—, los empleadores usualmente quieren experiencia, pero no quieren dar un empleo a alguien nuevo para darle esa experiencia. Es la paradoja de la vida.

—¿Cuál fue tu primer empleo? —preguntó Montse.

Estaban cenando una pizza casera que Montse intentó hacer; salió bien al menos y era comestible llegando a deliciosa.

—Es una florería. —Vero se rió—. Pero es diferente porque yo era casi niña y la dueña era amiga de mi abuela, así que era como un favor. Si hablamos de un empleo conseguido por mí, el primero fue como a los dieciocho y fue en una zapatería como vendedora. Duré solo unos meses, no era para mí. Soy mala aconsejando e intentando convencer a los demás de ese tipo de cosas.

—Aconsejas a tus clientes sobre qué flores llevar —le recordó con amabilidad.

—Sí, pero cuando trabajas en ventas debes mentir —explicó—. En plan "qué lindo se te ve ese zapato", "definitivamente mejora tu postura", "sé que los quieres blancos, pero estos amarillos son mucho más lindos". Son mentiras blancas, sí, pero soy mala en eso. No me gusta mentir. En cambio con mis flores nunca miento; si digo que sería lindo regalar rosas no es por conveniencia, es porque realmente creo que las rosas son adecuadas.

A Montse le gustaba escuchar a Vero hablar de su negocio. Había descubierto la alegría que cruzaba por su rostro cuando contaba cosas sobre sus flores y sus clientes, y Montse se preguntaba si ella misma algún día hablaría con esa pasión y cariño de algo, si lograría hallar algo que la llenara de esa forma.

—¿Y hace cuánto tienes tu florería?

—Va para tres años. Mi padre me ayudó a ponerla, pero mamá nunca lo ha sabido. —Vero se reacomodó en su silla y bebió un sorbo de té helado antes de tomar aire y seguir—. Mi mamá nunca estuvo de acuerdo en que dejara la universidad por el sueño de "una tiendita de flores", pero papá decía que debía hacer lo que me hiciera feliz; me vio pasando por varios empleos como el de la zapatería en los que no me sentía cómoda, así que un día habló conmigo y me dijo que si yo realmente quería, él me podía ayudar a poner mi florería, pero que debía comprometerme a ella con mi vida.

—¿Y cómo es que tu madre nunca se enteró?

—En ese entonces yo tenía un novio de dinero y le dije que él me haría un préstamo. No quería generar conflictos y por eso mentí diciendo eso; sé que aún hoy en día si se entera de que papá fue quien me alentó a lo que ella desaprueba, habría un conflicto. Como sea, mi papá me acompañó siempre a las diligencias, me ayudó a buscar local en el sector florista, me ayudó a firmar contratos y demás. El día en que abrí me la pasé llorando de felicidad a ratos y él me acompañó toda la tarde. Poco menos de un año después yo ya estaba establecida, ya tenía un promedio de ingresos, ya tenía mi clientela y sabía que me iba bien así que hice cuentas y noté que podía dejar la casa de mi madre; entonces me mudé acá.

Las (des)dichas de Montse •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora