Capítulo 12

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Semana once

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Semana once

El helado sabía mejor con una buena compañía; Montse acababa de descubrirlo.

Frank caminaba a su lado lamiendo su paleta y soltando comentarios ocasionales que terminaban en una cómoda conversación. Chocolate andaba al paso de su dueña bajo el caliente sol de la tarde y por ese rato, Montse fue realmente dichosa.

—¿Y cuál es tu plan actual? —preguntó Montse—. Ahora que supiste que el ejército no era lo tuyo, ¿qué quieres hacer?

—Tengo un amigo que es hijo del dueño de un gimnasio y de momento trabajo ahí. El entrenamiento del ejército me ha servido de algo y ayudaré con los entrenamientos de los clientes y en general con todo en el gimnasio. Es algo que me gusta, así que quiero estudiar algo al respecto. Averigüé para hacer la licenciatura en Educación Física; ya llegué tarde a los exámenes de admisión para este semestre que viene, así que será el siguiente, a mitad del próximo año. Mientras eso... trabajar y estar en casa.

—Entrenas perros y ahora personas. Es una vocación interesante.

Frank rió de buena gana.

—No lo había visto de esa manera. A lo mejor tengo complejos con mandar a otros. —Montse rió pues el tono daba a entender que no era en serio—. Cuando tenía catorce conocí al hermano mayor de una de mis compañeras, él es veterinario y entrenador de perros. Lo vi una vez entrenando y me enamoré de esa labor, así que me pegué a él como un chicle por varios veranos y todos los fines de semana. Finalmente aprendí y trabajé oficialmente con él casi dos años hasta que me gradué, luego cumplí dieciocho y me fui al ejército. Y regresé.

Montse tomó dos segundos para hacer una pequeña cuenta mental. Le había dicho que el servicio obligatorio era de dos años, así que no podía tener más de veinte, o a lo mucho, veintiún años. Veintiuno, se repitió mentalmente, le llevo casi diez años. Arrugó la frente; la forma de hablar, de actuar y de ser de Frank no parecía de alguien tan joven, pero lo era y... a Montse le atraía. No como para intentar algo, no había salido de su resaca amorosa ni de lejos, pero sí le gustaba lo suficiente como para sentirse mal y culpable. ¡Era muy joven!

—Eres muy joven —soltó sin querer.

—¿Muy joven para qué?

Montse miró a Frank y este tenía una sonrisa ladeada llena de picardía. Se sonrojó. Dios, ¿por qué se sonrojaba con eso? Aclaró la garganta.

—Para saber qué hacer con tu vida —dijo, en un tono quizás muy agudo como para que sonara casual—. Tienes veinte...

—Veintiuno —corrigió.

—Veintiuno. Tienes veintiuno y ya sabes qué hacer. Yo tengo casi treinta y ando perdida.

Hizo énfasis en el treinta como si deseara dejar una advertencia desde ya en su vecino. No era tonta, notaba que en ocasionales momentos Frank le coqueteaba, y aunque había dicho que Nicolas no pudo acompañarlos a tomar el helado prometido, Montse sabía que era más probable que Frank hubiese preferido estar a solas con ella. La halagaba, confundía y hacía sentir mal a partes iguales.

Las (des)dichas de Montse •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora