Capítulo 14

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Un par de kilómetros más allá de la casa de fachada púrpura, Montserrat pidió a Frank que se detuviera

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Un par de kilómetros más allá de la casa de fachada púrpura, Montserrat pidió a Frank que se detuviera. Él anduvo otro poco hasta hallar una gasolinera en la carretera para poder estacionar. Cuando Montse se bajó de la moto y se quitó el casco, su rostro daba la impresión de que deseaba vomitar; estaba pálida y a la vez un poco verde.

Frank tardó un poco en notar que no era mareo, sino furia, incomodidad y deseos de gritar o llorar... o ambos.

—Ella sabía —musitó luego de un rato. Montse caminaba de un lado a otro, nerviosa. Miró a Frank—. Ella sabía, Frank. Sabía de mí, de nuestro compromiso... nunca le importó. ¿Y si todos lo sabían? ¿Y si en las reuniones en casa de su madre, ella y su padre y sus hermanos me miraban a los ojos sabiendo que él tiene una familia?

Montserrat apretó los puños y su caminata en un radio de cuatro metros se hizo más presurosa. Su ceño se frunció y sus ojos se llenaron de lágrimas. Frank la observaba sin saber muy bien qué hacer. Entonces Montse se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas hacia su mentón, inclinó la cabeza entre ambas, agarrando con fuerza su cabello... y gritó.

Su voz salió como un lamento que rasgaba la garganta de forma dolorosa y se amortiguó con su propio pecho. Había odio en su tono, un odio puro y negro que de seguro la estaba pudriendo por dentro. Cuando se quedó sin aire, el ambiente pareció silenciarse con ella. Frank se mordió el labio, frustrado y dolido también por la empatía de ver a una amiga tan notoriamente rota. Montse no sacó la cabeza de entre sus manos y solo tomó aire para llorar con desespero.

Frank se acercó con cautela y suavidad, se agachó a su lado y puso su palma sobre la espalda encorvada de Montse. Ella sollozó. Frank se acomodó mejor y se sentó también en el suelo junto a la moto; lentamente fue moviendo su mano hasta rodear los hombros de Montse, y luego de unos segundos, ella se inclinó hacia él, dejándose abrazar.

Permanecieron en silencio unos minutos, Frank la dejó llorar sin interrumpir y sin decir nada; sabía que no habría palabras que la ayudasen en ese momento.

Cuando Montse recuperó la entereza, se alejó poco a poco de Frank y fue como si estuviera saliendo de un trance; fue de repente consciente de que gritó porque la garganta le dolió al tragar saliva, supo que haló su cabello porque tenía comezón en la cabeza, que lloró porque vio borroso y que apretó los puños porque sus palmas escocían.

Abrió las manos para mirar y vio cuatro marcas de medialuna en cada una; enterró sus uñas tan fuerte que la hirieron hasta sangrar. Frank lo vio también y abrió mucho los ojos.

—Espera ahí —le pidió a Montse—, no cierres de nuevo la mano.

Se levantó del suelo y trotó hasta la tienda de la gasolinera, Montse no lo miró sino hasta que regresó con dos pequeños paquetes y dos botellas. Se sentó de nuevo en el suelo y abrió la botella plástica pequeña.

—Es solo agua oxigenada, no venden mucho en esta tienda.

Frank alargó su mano con algo de duda, pidiendo la de Montse; ella la estiró y apretó los dientes cuando el agua cayó en su piel abierta. No ardía en sí, solo fue la sorpresa y la horrible sensación del líquido contra la herida. Una vez limpio, Frank puso con suavidad una gasa de uno de los paquetes, y de la otra sacó un rollo de esparadrapo; con dos trozos de la cinta dejó la gasa acomodada. Repitió el proceso con la otra mano, todo en un silencio tenso que se erguía entre los dos.

Las (des)dichas de Montse •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora