NATASHA

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Caminé a lo largo de la costa del río Willamette, con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo

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Caminé a lo largo de la costa del río Willamette, con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo. Con el invierno propio de finales del mes de enero, los árboles de cerezo que se encontraban a un costado estaban cubiertos por una capa de nieve al igual que el suelo. Hacía demasiado frío, sin embargo, no podía quedarme en casa sin nada que hacer, por eso decidí salir a dar un paseo. A lo lejos, se podía apreciar la imponente estructura del puente Steel Bridge, donde en ese momento cruzaba un autobús, me detuve un momento apoyándome en la baranda con la vista puesta en el río. 

Una música suave llamó mi atención y busqué la fuente del sonido, hasta que vi a un hombre sentado en una banca. Tenía su guitarra apoyada en el regazo mientras rasgaba las cuerdas, las notas estaban cargadas de tanta melancolía que te hacían estremecer el alma. Me quedé absorta escuchándolo, al tiempo que reparaba un poco en su figura: era joven, tal vez cercano a mi edad, su cabello de un color castaño claro, largo hasta los hombros se agitaba por el viento. Una espesa barba cubría su rostro, tenía los ojos cerrados y por un momento quise que los abriera para saber de qué color eran, sin embargo, sabía que si lo hacía la magia se rompería y me descubriría mirándolo. No parecía importarle mucho la baja temperatura pues solo vestía una sencilla camiseta gris, dejando desnudos sus brazos y cuello totalmente cubiertos de tatuajes. Sin detenerme a pensarlo busqué en el bolsillo de mi abrigo mi móvil, lo enfoqué en su dirección y tomé una fotografía. Estudié la pantalla un momento empapándome de la imagen que esta me devolvía, lo guardé de nuevo y continué observándolo. No supe cuánto tiempo estuve escuchándolo, perdí la noción de todo embriagada por el sonido. El frío comenzó a aumentar y pequeños copos de nieve empezaron a caer, él pareció de pronto salir del ensimismamiento en el que se encontraba, por fin abrió los ojos, pero no pude descubrir su color, pues me giré veloz antes de que se diera cuenta que lo había estado observando fascinada. Un minuto después pasó por mi lado, sin apenas notar mi presencia y esta vez solo pude ver su espalda, de la cual colgaba su guitarra. Caminaba despacio con la cabeza baja y las manos en los bolsillos de sus jeans, como si no tuviera ninguna prisa o ningún lugar a donde llegar. En algún momento levantó la mirada y la enfocó en el cielo deteniéndose un instante, los pequeños copos de nieve caían en su rostro de forma tímida casi negándose a tocarlo, como si se sintieran indignos de hacerlo, luego continuó su camino. Estuve ahí, hasta que lo vi perderse en la lejanía. Suspiré y comencé a ir en dirección contraria pensando durante todo el trayecto, en el hombre que deambulaba en el frío apenas cubierto, y con una guitarra que parecía demasiado triste colgando de su espalda, preguntándome qué escondía la melancolía detrás de las notas de la música que tocaba.


Absolución.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora