KEVIN

2 0 0
                                    


No supe cuánto tiempo estuve tocando la guitarra, me había desconectado de todo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No supe cuánto tiempo estuve tocando la guitarra, me había desconectado de todo. Era una sensación pacificadora, como si nada más importara, como si la música cobrara vida envolviéndome en una burbuja protectora. La había tomado antes de salir de mi apartamento, sin estar seguro de por qué lo hacía, simplemente seguí un impulso. Encontré un lugar seguro junto al río Willamette, me senté en un banco y la apoyé sobre mi rodilla, dejando que mis dedos acariciaran las cuerdas, lo demás fue sencillo, las notas simplemente fluyeron. No me preocupé quien pudiese pasar por allí, seguro de que nadie me escucharía ni repararía en mí, nadie más se atrevería a estar afuera en medio del gélido invierno. Cuando sentí que me había desahogado lo suficiente terminé de rasgar las cuerdas y me puse de pie para regresar, caminé despacio, deteniéndome un momento para mirar al cielo. ¿Acaso era siempre de color gris? A lo largo de mi vida me había hecho esa pregunta muchas veces, pues tenía la sensación de qué sin importar la época del año o la hora del día, ese tono nunca cambiaba. Sentí el ligero peso de la guitarra en mi espalda y me alegré de que por fin me hubiese decidido a tocarla, de alguna forma esto fue liberador, casi como si la música pudiera llevarse algunos de mis demonios, o al menos los mantuviera encerrados por un rato permitiéndome respirar. Era extraño, como en tu exterior podías aparentar normalidad cuando internamente sentías que te estabas ahogando.

Llegué hasta las puertas de un pequeño café y decidí entrar, a esa hora había pocos clientes, aun así, busqué la mesa más apartada, puse la guitarra a un lado y una chica se acercó con una enorme sonrisa pintada en sus labios.

—¿No tienes frío? —preguntó señalando mi atuendo, fue entonces que caí en cuenta. Parecía que el frío estaba tan arraigado en mi alma, que era incapaz de notar la temperatura externa. Me encogí de hombros restándole importancia, no me interesaba tener ninguna charla.

—Quiero un trozo de pastel de chocolate y una taza de café —pedí, sin darle oportunidad a que me lo preguntara, anotó en su libreta y se alejó. Unos minutos después regresó y puso mi pedido sobre la mesa. Esperé a que se marchara, pero ella seguía de pie sin decir nada, fue entonces que decidí mirarla con una ceja enarcada.

—Bonitos tatuajes. —Miré mis brazos y luego de vuelta a ella.

—Gracias.

—¿Tocas la guitarra? —inquirió, y señaló el instrumento. Yo asentí—. Tengo un amigo que toca en una banda de rock. —Quería decirle que aquello me tenía sin cuidado, aunque decidí no ser tan imbécil, ella no era desagradable, solo hablaba demasiado.

—Me alegro por él, supongo. Ahora, si no te importa, me gustaría beber mi café antes de que se enfríe.

—Oh sí, lo lamento, que lo disfrutes.

Por fin me dejó solo, que era como mejor me sentía, no soportaba estar rodeado de gente, ni que me hablaran de cosas que para mí no tenían mucho sentido. Comí despacio recordando la única vez que mamá hizo pastel de chocolate. En aquel momento, apenas sí alcancé a probar un bocado antes de que terminara esparcido por el piso en un arranque de furia de mi padre, entonces éramos demasiado pobres y el dinero muy escaso, por lo que comprar ingredientes para hacer otro era un lujo que no podíamos darnos, por eso nunca más lo comimos, sin embargo, el sabor de ese pequeño trozo se quedó grabado en mi memoria, así que comía pastel de chocolate cada vez que podía, incluso aprendí a hacerlo buscando recetas en internet. No sabía si lo hacía porque me gustaba o porque me recordaba a mamá, tal vez ambas, podía ser una forma de aferrarme a su recuerdo, queriendo que una parte de ella viviera por siempre conmigo. A medida que mi plato iba quedándose vacío, el local comenzó a llenarse de clientes inundando el ambiente con un murmullo de voces, cuando terminé puse el dinero sobre la mesa, asegurándome de dejar una propina para la chica. Al salir, cerré los ojos cuando una ráfaga de viento acompañada de nieve golpeó mi rostro, caminé por la acera esquivando a los pocos transeúntes que me encontré. Justo cuando giraba en una esquina mi teléfono vibró en mi bolsillo, lo saqué para ver un mensaje de Devon.

Absolución.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora