Escucho el ruido que producen varias cadenas al golpearse las unas contra las otras, siento cómo el vello se me eriza cuando una ráfaga gélida me acaricia la piel y huelo el aroma de flores marchitas que trae consigo.
—Vagalat —alguien me susurra al oído; el tono es suave, casi frágil. Cuando la palabra se extingue, mueve los labios por el contorno de la cara. No veo quién es, pero sí siento el aliento rozándome—. Vagalat —repite, antes de besarme la mejilla.
Los párpados me pesan y me es imposible abrirlos. Aunque intento moverme, el cuerpo se niega a obedecerme. Mientras la confusión se adueña de mí, los músculos de las piernas sufren espasmos. Quiero gritar, pero las cuerdas vocales parecen estar rotas.
«¡¿Qué está pasando?!».
Decenas de manos surgen de la cama y se aferran a mí.
«¡¿Quiénes sois?!».
La histeria gana fuerza y soy incapaz de vencerla.
—Vagalat, cariño, tranquilízate. Solo me he asegurado de poder hablar contigo sin que puedas usar tus truquitos. —Me acaricia el pecho—. Mi padre se enfadaría mucho si se enterara de que he venido a verte.
Aunque la ansiedad sigue controlándome, al fin puedo abrir los ojos y ver quién me habla. Es una figura femenina, muy atractiva, de piel roja y pelo negro. Aparte de esos rasgos, lo que más la diferencia de una humana es la fina cola que le nace por debajo de la espalda; cola que, mientras sonríe, mueve rítmicamente.
—¿Quién eres? —pregunto con la voz carrasposa.
—Vagalat, cielo, ¿por qué jugaste con los dioses caídos? —Me toca los labios con el dedo índice—. Acabaste con la mente destrozada por culpa de buscar una forma de matar a mi padre. —La cara refleja cierta pena—. No me escuchaste y te topaste con una fuerza incontrolable.
—¿Los dioses caídos? No entiendo...
—Hay tantas cosas que yo no entiendo. —Se monta encima de mí y acerca los labios a los míos—. ¿Por qué tuviste que alejarte? —susurra, mirándome a los ojos.
Los gestos que hace hablan más que las palabras que pronuncia.
—¡¿Qué insinúas?! ¿Qué nos acostábamos? Eres un monstruo, jamás podría estar contigo —escupo con rabia.
Sus ojos no pueden esconder la tristeza. Los miro y, aunque me sorprende, en ellos veo cómo se proyecta parte del cariño que siente por mí.
«¿Le importo...?» me pregunto confundido.
Se levanta y se limpia un par de lágrimas que le surcan el rostro.
—Espero que algún día te des cuenta de que no todo tu pasado en Abismo fue una mentira. Y también de que no todos los que habitamos El Pozo sin Fondo somos como mi padre. —Se voltea, apoya una mano en la pared, quiere ocultarme el dolor que siente, pero no puede evitar que las capacidades que poseo me sumerjan en su sufrimiento.
—No entiendo nada... —susurro perplejo—. Tú y yo llegamos a tener algo... —Me quedo un segundo asimilando lo que veo en su mente y después niego—: No, eso es imposible. Te odio. Odio a los seres oscuros.
—¿Me odias? —pregunta sin girarse—. ¿Odias nuestra amistad? Nos acostábamos por placer, pero nuestra confianza era sincera. Aunque nunca llegamos a amarnos fuimos amigos durante mucho tiempo. —Se calla y, al cabo de unos segundos, dice con la voz apagada—: Ojalá hubieras podido llevar a cabo tu loco plan de rehacer la creación. A lo mejor así nunca habrías olvidado nuestra amistad, tonto idealista.
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El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]
FantasíaNacemos, vivimos y morimos. Los mundos cumplen su ciclo y se convierten en polvo. La ceniza de los soles extintos da vida a entidades, planetas y más estrellas. La creación se extiende infinita por multitud de planos, reinos y realidades. Los dioses...