Epílogo

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A veces sueño que soy un cuervo, a veces sueño que soy Laht y que me desplazo por los distintos planos sin ser visto. Sueño que vuelo, moviendo la cabeza rápidamente, escrutando todo, buscando algo que me llame la atención.

Vuelo hasta que lo encuentro, hasta que desciendo para posarme cerca y observar. Desde ahí, sea donde sea, soy testigo de hechos que quizá son importantes. Desde ahí, sea donde sea, escucho con atención aquello que se dice:

—Ha pasado mucho tiempo —mientras habla, un hombre corpulento se acaricia la barba canosa—. Demasiado —añade, golpeando con los dedos la pieza del trono donde apoya el brazo.

Tapado con una túnica azul, levitando unos metros por delante de él, un ser amorfo contesta:

—Es intrigante que ahora su alma se muestre con tanta intensidad. —Con las manos deformes sostiene un báculo anaranjado—. Es incomprensible.

—Lo es...

Con pasos lentos, un hombre que porta una armadura negra se adentra en esta sala que se sustenta en el vacío, en esta estancia que flota por encima de una densa niebla gris que gira en un remolino infinito.

El que está sentado en el trono, le pregunta:

—Hijo, ¿pudiste completar la misión que te encomendé?

—Sí, padre —responde, mirando con desprecio al ser amorfo—. ¿Qué haces tú aquí?

—He sido llamado —contesta temeroso.

—¿Llamado? —Dirige la mirada hacia el hombre de la barba canosa—. ¿Por qué lo has llamado, padre?

Durante unos segundos, el silencio se adueña de este lugar que existe alejado de muchos puntos de la creación.

—Está vivo —pronuncia despacio.

—¿Vivo? No entien... —Al darse cuenta de a quien se refiere, asegura—: Es imposible. Murió cuando lo lanzaste al vacío. Justo cuando acabé con la vida de esa furcia.

El hombre de la barba canosa se levanta del trono y afirma:

—No murió. De alguna forma, sobrevivió a la caída a Abismo.

—¿Cómo estás tan seguro?

Me señala y dice:

—Fuerza la mirada en ese punto, traspasa lo que lo cubre y observa. —Cuando su hijo consigue verme, añade—: Es una parte de su alma.

Grazno y muevo la cabeza de un lado a otro.

—Vive —pronuncia con rabia.

El ser amorfo se aproxima un poco y comenta:

—Poco antes de que notara el vuelo de este cuervo por los distintos planos, sentí con fuerza el fulgor de su alma. —Mueve el báculo ligeramente—. Lo sentí junto a la extinción de uno de los planetas forjados para ser un receptor de una luna roja.

El hombre de la coraza oscura manifiesta una espada de energía azul y señala:

—Lástima que no pueda acabar con esta pequeña representación de esa escoria.

Al terminar de hablar, ante el ruido que producen al manifestarse, eleva la mirada y observa a unos seres encapuchados que sostienen esferas mitad blancas mitad negras.

—Depón tu actitud —dicen al unísono lo aparecidos.

Con lentitud, el hombre suelta el mango del arma y esta desaparece. Casi al mismo instante, los seres también se desvanecen.

—Malditos carceleros.

El padre se aproxima a él.

—No pienses en ellos, pronto serán pasado, al igual que este lugar. —Dirige la mirada hacía mí, escucha cómo grazno y mira a su hijo—. Debes encontrar a Vagalat. Debes quitarle lo que nos arrebató. Debes matarlo.

El hombre de la coraza negra asiente.

—Viajaré por los distintos planos y lo cazaré. —Me observa con repugnancia—. Bañaré la espada con su sangre y lo ejecutaré para que por fin puedas ser libre.

Satisfecho, el padre dice:

—Así sea, haz que tu hermano sufra, haz que grite, que pida clemencia y mátalo.

El hijo sonríe, se despide con un gesto y abandona este lugar perdido en uno de los rincones oscuros de la creación.

—Pronto seré libre y me vengaré de los traidores —susurra el hombre de la barba canosa mientras se frota las manos despacio.

Muevo la cabeza, observo una última vez la sala y me alejo volando. Poco a poco, surcando distintos lugares, regreso al sitio donde en verdad me hallo.

Cuando llego, al volver a sentir este frío que me hiela el alma, pienso que he soñado que volaba, que he soñado haber visto a mi padre y a mi hermano: a los asesinos de mi madre. Aunque lo que más siento es que en el sueño el odio se ha apoderado de mí.

Conmovido por ese intenso sentimiento y por la pena de la ejecución de la mujer que me dio a luz, aun costándome mucho hacerlo, consigo abrir los párpados y mover los ojos.

Aquí, con el cuerpo congelado, flotando entre medio de lo poco que queda del Mundo Ghuraki, dirijo la mirada hacia el vacío y, a través de él, gracias a los sentidos aumentados, soy capaz de ver los distintos mundos de La Convergencia. Mundos que, orbitando alrededor de los puntos luminosos que titilan en medio de la intensa negrura, son el escenario de una gran guerra.

Aunque me cuesta, aunque tardo en lograrlo, mientras contemplo el conflicto que asola La Convergencia soy capaz de mover los dedos. El silencio que arde con fuerza en mi interior me permite hacerlo.

Sé que lo que he pasado es solo el principio, sé que me esperan peligros mayores que los que he afrontado, pero eso no impide que, aun costándome mover los labios a causa de tenerlos congelados, se me marque media sonrisa en la cara.

Flotando en el vacío, entre los restos de un mundo donde fui esclavizado, entre los restos de un planeta en el que conocí a grandes amigos, al mismo tiempo que siento una inmensa paz, pienso:

«Abismo y sus aliados serán derrotados».

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora