perdiendo la cabeza

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Las noches siguientes me torturaron las imágenes de una chica de pelo lavanda huyendo de mis brazos mientras pequeñas gotitas de cristal corrían por su cara para irse a saber dónde y a saber con quién.

Los escalofríos recorrían mi cuerpo cuando pensaba en su frágil cuerpo siendo besado y amado por alguien más que no fuera yo. Los celos me ardían por dentro y quemaban todo a su paso. Como si yo tuviera derecho a sentirme de esa forma, no la tenía y jamás la tendría. Sin embargo, ahí estaba, torturándome hasta la locura.

En los últimos días sin verla había empezado a fumar, y los cigarrillos duraban como un suspiro en mi boca, con tanta rapidez que me asustaba. Quizás, la razón, era porque los cigarrillos me recordaban a ella o quizás porque ella me recordaba a los cigarrillos. No lo sé.

Pasaron algunas noches de soledad hasta que me decidí por esperarla en el banco porque había algo que me decía que la encontraría. Y así fue.

Ella estaba tan desecha, con su cigarrillo en la boca, su cabello sujeto en un moño desaliñado y un vestido negro por debajo de sus rodillas. Tan rota e inocente como siempre.

Me negué a acercarme, no podía hacerlo, no quería hacerlo, y como si ella hubiera detectado aquello en mi mirada, casi como si pudiera leer mi alma, se acercó a mi, subiendo las mangas de su vestido hasta sus codos.

Una desesperación insana por tenerla entre mis brazos me atacó como la última vez que nos vimos. La necesitaba, como las personas necesitan el oxígeno, como los adictos necesitan su adicción. Ella era mi luna, radiante, blanquecina y perfecta.

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, me besó. Su aliento era tabaco y alcohol, pero la desesperación de su beso solo tenía el nombre de tristeza.

La tomé entre mis brazos, como si eso pudiera detener el mundo y vi gotitas de cristal cayendo una vez más desde que la conozco.

Fuimos a mi casa y una vez en mi cama, la abracé hasta que sus sollozos se calmaron y su respiración rápida volvió a la normalidad. Yo le di mi amor esa noche, pero dudo que ella hiciera lo mismo. No porque no quisiera, si no que no podía. Dudo que ella tuviera esa capacidad de amar a alguien sobre el vacío que había en ella como yo la tenía con ella.

Abandonó mi casa por la mañana sin que yo me despertara. Creedme cuando os digo, que si hubiera estado despierto, la hubiera retenido cogiéndola por la muñeca para que se quedara.

A mi lado había una pequeña nota escrita a mano en cursiva con su letra que decía; "Lo siento. Purple."

Me sentí como un niño pequeño, indefenso y roto, como si me hubieran abandonado.

Y ahí estaba, abandonado.

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