viaje

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Cinco días nos tomó agarrar nuestras cosas y marcharnos en el auto con lo indispensable.

Lo dejamos todo atrás, creyendo que funcionaría como si fuéramos unos niños que no conocen las consecuencias de sus actos, que piensan que pueden salir ilesos de cualquier situación y que otros se ocuparán de sus problemas.

Y nosotros si que teníamos grandes problemas, después de todo la conocí llorando mientras escribía en un banco a las tres de la mañana, escondiéndose detrás de cada página escrita y cigarrillos, y sin poder olvidarse ni por un segundo de su vida de mierda.

En el fondo, siempre supe que jamás podría repararla, no es como si ella viniera con un manual que te dice como hacer las cosas, ella era extremadamente frágil, creándome esa necesidad de protegerla a cada paso que daba.

Tardamos unas simples horas en hacer la maleta después de que ella apareciera por mi casa, con ojeras negras colgando debajo de sus ojos y su cabello recogido en un moño mal hecho, me dejó helado.

- No puedo esperar a que empecemos el viaje. - y plantó un pequeño beso inocente en mis labios, corto, pero que me hizo volar por varios segundos.

- No sé como meter mi vida en una maleta. - le dije y sonrió. - Ciertamente no puedo meterte en una maleta.

La tomé entre mis brazos y la besé, saboreando la como si supiera que a partir de ahora ya nunca seríamos felices otra vez. Como si algo me dijera que todo acabaría como la mierda.

Conduje toda la noche, distrayéndome de vez en cuándo al verla dormida apoyada en el cristal de la ventana con su precioso pelo lavanda cayendo en cascada por su espalda. Fuimos donde nos llevó la carretera y paramos en un motel cuándo amaneció, dormimos hasta la noche y continuamos nuestro camino. Porque ambos coincidíamos en que la noche era mejor que el día, y yo creo que a mi me gustaba la noche porque ella era la noche, ella era mi luna, pálida, perfecta y siempre inalcanzable.

Llegamos a una pequeña cuidad, y con lo poco que teníamos, arrentamos un apartamento.

No duró mucho, yo había dejado la universidad, ella no había dejado nada realmente, creo que ella nació para escapar, porque era lo único que realmente hacía bien.

Y por eso discutíamos, porque yo no la dejaba marchar y ella no podía hacer nada contra mí.

Y por las cuentas, porque hay que pagar las facturas y conseguir dinero con el que mantenernos. Y no lo conseguíamos.

Y supe que todo estaba mal, cuando vi sus muñecas desgarradas y sus glaciales ojos hinchados, desbordados por las lágrimas. Peleábamos por las noches y ella terminaba llorando en el pequeño balcón de nuestro nuevo apartamento matando sus pulmones a cigarrillos.

Yo salía de vez en cuándo sin poder evitarlo, preguntándole si se encontraba bien mientras la abrazaba y la susurraba una de mis ya casi habituales disculpas. Y su respuesta siempre era la misma.

- Estoy bien. - susurraba hundiéndose un poco más en en calor de mis brazos.

Y una vez más quise preguntarle en que estaba pensando para mentirme cuando decía que estaba bien. Pero no lo hice, porque no puedes ayudar a alguien que no quiere ser salvado.

Y realmente quise buscar esa respuesta en su mente perdida, pero sin darme cuenta perdí la mía intentando encontrarla.

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