Día nueve

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La luna de miel parecía no tener fin.

Brock Rumlow jamás había pasado tanto tiempo a solas con otro ser humano y lo que al inicio lucía como una misión de un par de días, ahora se había convertido en una diminuta vida, repleta de cariño y cotidianeidad. Era como si cada hora descubriera un poco más de Winter y eso solo lo llevaba a amarlo más.

Se dio cuenta de que su ángel prefería las cerezas a las ciruelas; que amaba la ropa cómoda por encima de cualquier cosa que le recordara su uniforme militar y que solía dormir mirando a la puerta de la habitación, pero conforme transcurría la noche, siempre terminaba acurrucado con la cabeza sobre el pecho de Brock. Se dio cuenta de que cuando Wint reía a carcajadas, a veces sufría ligeros ataques de hipo y que antes de un orgasmo especialmente intenso, la cara interna de sus muslos se tensaba incontrolablemente. Rumlow a su vez, descubrió sus secretos más íntimos ante su amado y se dio cuenta de que en nueve días había compartido más de sí mismo con Winter que en toda una vida con el resto del mundo.

Le contó sobre su infancia en las calles más pobres del Bronx, en Nueva York y le pareció reconocer un extraño chispazo azul en su mirada cuando lo hizo. Le contó sobre su padre, un militar de bajo rango a quien apenas conoció antes de ser asesinado en una trifulca en un bar y sobre su madre, una belleza italiana, gentil e insegura que comenzó a salir con sujetos extraños tiempo después. Un día ella simplemente no llegó a casa y el pequeño Brock de casi siete años, confundido y triste quedó al cuidado de su abuela, una anciana harta de todo, quien lo llevó a su diminuto apartamento, donde vivió hasta los once años. La mujer intentó cultivar su inteligencia y carácter, al notar que aquel pequeño era increíblemente vivaz, pero apenas le pudo costear lo más elemental para una escuela estatal, donde se caracterizó por ser un pequeño hosco y ambicioso.

Cuando la anciana murió, cuatro años después, Brock sobrevivió en el pequeño sitio por un tiempo, acostumbrado a trabajar y a solucionar sus problemas con aquellos puños que cada día se volvían más rápidos y precisos. No pasó mucho tiempo para que aprendiera a acompañarlos con un cuchillo o un revólver. En cuanto tuvo la edad suficiente ingresó en el ejército y ascendió como la espuma hasta llegar al rango de teniente. Aprendió que la gente rara vez es lo que parece y se convirtió en un experto en fingir para lograr la aprobación de sus superiores, quienes tampoco solían ser más inteligentes que él. Aquella astucia mordaz y visión pragmática llamaron la atención de Hydra... El resto era historia. 

Brock suspiró, pensando en que aquella vertiginosa carrera contra sí mismo lo había llevado a una cabaña oculta en Siberia, al lado del compañero más bello e improbable del mundo.

"¿Y si ha iniciado alguna guerra y todos los gobiernos y agencias están demasiado ocupados destruyéndose mutuamente para buscarnos?" -Comenzó a fantasear mientras yacía entre los brazos de su esposo, cubierto hasta los hombros con suaves mantas. Nada lo haría más feliz que envejecer al lado de Winter en aquella cabaña apartada de todo; pasar una vida enseñándole a cocinar, a bailar y disfrutar su vida y su compañía por muchos años más, con apenas una o dos visitas al año al pueblo más cercano para reabastecerse... Pero la experiencia de décadas le gritaba que aquello jamás ocurriría. No mientras Hydra existiera.

La mejor ruta sería la que habían seguido hasta ese momento. Notificaría al equipo de extracción sobre su paradero y cuando la asquerosa luz del comunicador brillara en verde, la organización mandaría a alguien por ellos; le arrebatarían a su amado y lo almacenarían como un fiambre congelado, mientras él seguía escalando incansablemente en la jerarquía de Hydra, con la esperanza de que, años más tarde, encontrara una grieta en el sistema y hallara el momento oportuno para liberarlo, o que llegado el momento pudiera sustituir a Pierce y decretar que el Soldado del Invierno sería su guardaespaldas personal vitalicio. 

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