Día cero

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Brock Rumlow siempre lo miraba despertar.

Era una impronta sutil, pero poderosa. Asegurarse de estar allí cada vez que aquel hombre volvía a la vida era el objetivo final de su presencia en Hydra y su papel como manejador del Activo.

Hacía años, Brock había dejado de creer en cualquier organización y sus promesas vacías. SHIELD, Hydra y cualquier otra instancia le eran perfectamente indiferentes, pero no esto. Definitivamente.

Dos horas antes, el Activo había sido extraído de la cámara criogénica, y dentro de sus venas habían sido bombeadas docenas de sustancias en un orden preciso para devolverle el pulso a su corazón y el color a sus mejillas. Ahora, yacía sobre su espalda en una helada plancha de metal, sin nada que cubriera aquel espléndido cuerpo. Rumlow ni siquiera se permitió mirarlo.

-¿Cuándo lo tendrán listo? –Gruñó al encargado; un pobre sujeto con el físico de un insecto palo.

-En menos de cinco minutos recuperará la conciencia, Señor Comandante. Debería estar plenamente funcional en 22 minutos.

-Más te vale. En cuanto termines de prepararlo, acude inmediatamente al área de suministros tácticos. Pídeles expresamente elementos para equipar al Soldado en una misión ártica.

-Sí... Sí señor Comandante.

Después de extraer la última manguera de la garganta del Activo, el encargado se escabulló y dejó al Comandante Brock Rumlow solo con el Soldado del Invierno. Probablemente, los dos hombres más letales de Hydra estaban juntos en aquella habitación, pero de momento ninguno de los dos parecía capaz de mover un dedo.

Lenta y parsimoniosamente, Brock metió las manos en sus bolsillos, y una vez allí presionó el interruptor remoto que le permitía congelar por unos segundos la señal de las cámaras de vigilancia. En cuanto  logró su objetivo, se acercó conteniendo el aliento donde lo esperaba su amado, inmóvil y pálido.

Sin poder aguardar más, el hombre acarició con suavidad el cabello del otro, aún cubierto de una fina capa de escarcha, y rozó con la punta de sus dedos aquellos labios azules que lo habían hecho tan feliz incontables veces.

Desde que tenía memoria, Brock Rumlow siempre había sido un innegable hijo de puta. Y aún más. Él estaba destinado a ser el villano de su propia historia; era por derecho propio el monstruo que escupía fuego... y a decir verdad, le encantaba. Pero estar allí, arrodillado ante aquella inmarcesible belleza lo hacía sentirse como uno de esos estúpidos príncipes de cuento de hadas. Cada vez era como si una parte de él esperara a que el beso de amor verdadero rompiera el hechizo.

Y a veces... Muy de vez en cuando, tenía éxito.

Los párpados del Soldado se apretaron un poco, justo antes de abrir paso a los ojos más exquisitos que Brock haya visto jamás, y cuando despertó, le miró directamente.

-Bienvenido, Wint. –Rumlow susurró casi para sí mismo, e inmediatamente se dio cuenta de que su tiempo se agotaba. No se podía permitir robar otro segundo de videotransmisión, por lo que dio un paso atrás hasta su posición original y presionó de nuevo su interruptor portátil.

-Hydra requiere de tus servicios, Soldado. Saldremos de inmediato a una misión y yo seré tu oficial a cargo. ¿Lo entiendes?

-Sí, señor. –El Activo musitó casi como un reflejo, aún aturdido.

-Es prioritario que puedas comunicarte conmigo, así que no dudes en informarme sobre tu estado o tus necesidades jamás. ¿Están claros esos parámetros?

-Sí, señor. Conozco los parámetros. Yo... Los recuerdo... Algunos. –El joven frunció el ceño suavemente. El asesino más temido de Hydra bajó la mirada, tratando de asirse a cualquier trocito de memoria que restara en su cerebro. Brock odiaba verlo tan vulnerable. –Usted... es mi Comandante, el agente Ramlou. Jefe de la Unidad Especial de Élite de Hydra. Yo seré su activo durante esta misión.

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