CAPÍTULO 18: NEIL GORDON RESUELVE SUS PROPIOS PROBLEMAS

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—¡Es un milagro! —exclamó Thomas Gordon en tono reverente. Era la primera vez que hablaba desde que Eric y Kilmeny habían irrumpido, tomados de la mano, como dos criaturas intoxicadas de alegría y maravilla, contando los dos a un tiempo la estupenda historia a él y a la tía Janet. —¡Oh, no, es una maravilla, pero no es un milagro! —exclamó a su vez Eric—.
David me dijo que esto podía ocurrir, pero yo no tenía esperanza de que ocurriera. Él podría explicarlo todo si estuviese aquí. Thomas Gordon sacudió la cabeza.
—Dudo que pudiera, maestro… él o cualquier otro. Esto no es más que un
milagro para mí. Demos gracias al Señor con reverencia y humildad, por haber permitido que la maldición cesara en esta criatura. Sus médicos podrán explicarlo como quieran, muchacho, pero estoy pensando que no podrían llegar con verdad a nada más claro que eso. Esto es aterrador, sencillamente aterrador. Janet, mujer, siento como si estuviera viviendo un sueño. ¿Es verdad que Kilmeny puede hablar?
—Por cierto que puedo, tío —dijo Kilmeny con una mirada a Eric—. ¡Oh, no sé
cómo fue que vino a mí!… Sentí que «tenía» que hablar… y hablé. Y ahora es tan fácil hacerlo… Tengo la sensación de haber podido hablar siempre.
Hablaba con toda naturalidad y facilidad. La única dificultad que parecía tener consistía en cierta torpeza de modulación en la voz. Algunas veces elevaba el tono en demasía o lo bajaba excesivamente. Pero era evidente que pronto podría dominar los tonos a voluntad. Era una voz hermosa… muy clara, muy suave y exquisitamente musical.
—¡Oh, estoy tan contenta de que mi primera palabra haya sido tu nombre, Eric!
—murmuró.
—¿Y qué ocurrió con Neil? —preguntó Thomas Gordon gravemente, arrancándose a sí mismo con esfuerzo de la abstracción en que aquella maravilla lo había sumido—. ¿Qué vamos a hacer con él cuando regrese? En cierto modo éste es un negocio bastante triste. Eric casi se había olvidado de Neil en medio de su alegría y emoción. La circunstancia de haber escapado a una muerte rápida y violenta no había tenido oportunidad de enseñorearse de sus pensamientos.
—Tenemos que perdonarle, señor Gordon. Yo bien sé cómo me sentiría con respecto a un hombre que lograra quitarme a Kilmeny. Fue un impulso pecaminoso ante el cual cedió en medio de su sufrimiento… y piensen en el maravilloso resultado que tuvo su actitud.
—Eso es verdad, maestro, pero no altera el terrible hecho de que el chico lleva el
crimen en su corazón… Lo hubiera matado a usted. Y la Divina Providencia impidió
que él mismo se condenara con semejante crimen, para terminar transformando un acto endemoniado en una acción buena y generosa. Pero Neil es culpable en pensamiento y en propósito. Y nosotros lo hemos cuidado, criado y educado como si fuera uno de los nuestros. Con todas sus faltas lo hemos querido. Es un problema difícil y no veo qué podemos hacer. No podemos actuar como si nada hubiera ocurrido. No podríamos volver a confiar en él nunca más.
Pero Neil Gordon resolvió por sí el problema.
Cuando Eric regresó a su casa esa noche, encontró al viejo Robert Williamson en
la alacena, regalándose con un piscolabis de pan y queso después de un viaje hasta la estación. Timothy estaba echado sobre el aparador con su aterciopelado lomo y
gravemente aceptaba las pequeñas porciones que su patrón le prodigaba.
—Buenas noches, maestro. Estoy contento de verlo con un aspecto más adecuado
a su juventud. Le dije a mi mujer que toda esa tragedia no era más que una discusión de enamorados. Ha estado preocupada por usted, pero no ha querido preguntarle cual fue la dificultad. Mi mujer no es una de esas infortunadas personas que no pueden ser felices si no logran meter las narices en los asuntos de los demás. ¿Pero qué clase de lío hubo en casa de los Gordon esta noche, maestro?
Eric pareció divertido y asombrado. ¿De qué podía haberse enterado Robert
Williamson tan pronto?
—¿Qué es lo que quiere decir? —le preguntó.
—Pues los que estábamos en la estación nos dimos cuenta de que algo tenía que
haber ocurrido en casa de los Gordon, cuando vimos la forma en que Neil Gordon subió al tren de excursión de la cosecha.
—¡Neil se ha ido! ¡En el tren de excursión! —exclamó. Eric.
—Sí, señor. Usted sabe que hoy salía el tren de la excursión. Cruzan con el barco
esta noche… es un viaje especial. Había una docena de personas de la villa. Todos
estábamos allí charlando antes de que saliera el tren, cuando llegó Lincoln Frame que se lo llevaban los vientos y Neil saltó de su coche. Se zambulló en la oficina para tomar su boleto y salió corriendo para meterse en el tren sin cruzar una palabra con nadie. Con un aspecto tan renegrido como el mismo Satanás. Nos quedamos demasiado sorprendidos para hacer comentarios hasta que se fue. Lincoln no pudo informarnos mucho. Dijo que Neil había llegado corriendo a su casa al caer la noche, como si lo persiguieran tres regimientos y le ofreció venderle por sesenta dólares su potranca negra, si lo llevaba a la estación con tiempo para alcanzar el tren de la excursión. La potranca negra era de Neil y Lincoln siempre quiso comprársela aunque inútilmente. Lincoln parece que dio un salto ante la propuesta. Neil había
llevado la potranca con él y Lincoln preparó el coche y lo llevó a la estación. Neil no llevaba equipaje de ninguna naturaleza y no abrió la boca en todo el trayecto según explicó Lincoln. Llegamos a la conclusión de que él y el viejo Thomas debían haber tenido una trifulca. ¿No está enterado de algo de eso? ¿O es que estaba tan envuelto en su romance que no oyó ni vio nada? Eric reflexionó rápidamente. Se sintió muy aliviado al saber que Neil se había ido. Por cierto que nunca regresaría y eso era una ventaja para todos. Al viejo Robert era necesario decirle al menos una parte de la verdad, ya que pronto se sabría que Kilmeny había recuperado la facultad de hablar.
—Hubo ciertas dificultades en casa de los Gordon esta noche, señor Williamson
—explicó serenamente—. Neil Gordon se comportó de muy mala manera y asustó muchísimo a Kilmeny… la asustó a tal punto que ha sucedido una cosa muy sorprendente. Kilmeny se ha encontrado con que es capaz de hablar y puede hablar perfectamente. El viejo Robert volvió a bajar el pedazo de queso que se estaba llevando a la boca en la punta de un cuchillo y se quedó mirando a Eric con expresión de profundo asombro.
—¡Dios bendiga mi alma, maestro, qué cosa más extraordinaria! —exclamó—.
¿Está usted hablando en serio? ¿O acaso está tratando de comprobar hasta qué punto este viejo puede ser tomado por idiota?
—No, señor Williamson, le aseguro a usted que le estoy contando la verdad. El
doctor Baker me dijo a mí que ella podía curarse con un sacudón de tipo nervioso… y así ha sido. En cuanto a Neil, se ha ido, sin duda para bien de todos y yo personalmente me alegro.
No deseando discutir más el asunto, Eric subió a su habitación, pero cuando subía la escalera, oyó al viejo Robert murmurando como un hombre a, punto de trastornarse.
—Bueno…, bueno…, nunca he oído cosa semejante desde los días de mi
nacimiento…, nunca…, nunca. ¡Timothy! ¿Alguna vez has oído algo semejante? Indudablemente que los Gordon son un grupo de gente muy extraña. No podrían comportarse como la demás gente aunque se lo propusieran. Tengo que despertar a la madre para contarle todo esto. De otra manera no podría pegar los ojos yo mismo.

KILMENY LA DEL HUERTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora