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El teléfono de la cocina resonó y la madre de Taehyung contestó en cuestión de segundos. Su hijo, mientras tanto, acompañaba al allegado Jungkook desayunando pan y zumo de manzana —a falta de melocotones—. Intentaban no fisgonear en los asuntos de la mayor, pero dado a que estaban en la misma habitación, disimulaban.

La mujer arrugó la frente.

—¿Disculpe? —soltó un bufido rodó sus ojos con incredulidad, incrementando la curiosidad en los jóvenes— Increíble —negaba con la cabeza, notoriamente indignada. Colgó con enojo y el teléfono volvió a timbrar—. Y una mierda... —rugió para sus adentros y se frotó la frente para luego darle una mirada apenada al chico de la boina— Jungkook, es para ti.

Taehyung dejó de comer en cuanto oyó el nombre del chiquillo. ¿Qué tenía que ver él en otros asuntos?

El pelinegro se levantó de la coja silla de madera y tomó un poco dudoso el teléfono. Se lo pegó a la oreja y hubo un silencio. Se relamió los labios, sintiendo la mirada de su mejor amigo sobre él, expectante. 

—¿Aló?

Los segundos de mudez se contaron con los dedos de una mano, y con solo escuchar el «tenemos que hablar» de la otra voz en la línea, supo desgraciadamente a quién se le atribuía. 

Colgó de inmediato. Mostró una cara casi enferma a la familia que tenía enfrente y no tuvo otra alternativa mas que enchuecar la mueca disgustada. 

—Jungkook. ¿Qué pasa? ¿Quién era?

—Su Nonno —la mujer replicó por él—. El maldito me seguía insistiendo en hablar con Jungkook. Lo siento... —buscó el perdón de el chiquillo, pero a este no le causó molestia. La única contrariedad era la realidad que debería enfrentar ese domingo: volvería a pisar esa casa.

—🥩—

La puerta estaba abierta y no supo si adentrarse a la casa o esperar paciente por el viejo allí mismo, plantado. Estaba empezando a creer fervientemente en que no había nadie dentro de la casa, porque no se percibían las pisadas sobre la antaña madera, la hija de su tía Lucila no andaba corriendo con muñecas de trapo por los pasillos, la radio no cantaba los instrumentales del hermano de su padre, el privilegiado de la casa... Y su abuelo no le esperaba puntual, como era destacable en él. 

No perdió más tiempo y se ató bien los cordones de sus zapatos para dirigirse a los matorrales. De paso, saludaba a las gallinas dentro del gallinero y les daba de comer. 

Su abuelo no se hallaba por el perímetro, por lo que continuó su caminar hasta toparse con lo que indagaba por los prados: a metros lejos de él, su abuelo de pie en medio del campo, rodeado de las familiares vacas.

«¿Qué querrá ahora?»

—Ojalá quiera conversar.

Entretanto sus pies se enredaban en la yerba húmeda al caminar, el hombre no le quitaba la mirada de encima. Jungkook lo comparó con la mirilla de un arma de guerra. Sin embargo, traía la esperanza de que esa fuese la última vez en que tendría que verle la cara a ese despiadado anciano. Un vejestorio que esperaba lo peor de él.

—¿Dónde te has metido?

—¿Pregunta eso a estas alturas? —se guardó las manos echas puños en los bolsillos de su limpio overol.

—Vamos, no te metas las manos en los bolsillos. Eso no se hace —le reprochó como de costumbre, y sin expresión en la careta. 

—Nonno, por favor. No me diga qué es lo que tengo y no tengo que hacer para definir mi persona —se atrevió a enfrentarle con sus más razonables palabras, y se felicitó a sí mismo muy en lo profundo. Su abuelo, con una ceja alzada, se aturdió con la leve osadía que había demostrado el callado niño cauto que conoció hace poco más de mes dos meses—. Ahora, ¿para qué me necesitaba aquí? Dígame de qué quería hablar conmigo. 

—En realidad, quería que hicieses algo por mí antes de tomar tu propio camino —se le acercó frotándose las manos y colocándose en cuclillas frente al chico, como si este fuese un niño menor de diez. Sacó de su bolsillo trasero la bien conocida arma con la que se encargaba de las gallinas y la miró de pies a cabeza—. ¿Ves esto? —Jungkook no respondería nada a ello; comenzaba a enrojecer de la rabia— Yo sé que... Ya dejaste el nido. No quiero saber adónde o con quién te estás quedando; de seguro sacaste a relucir alguno de tus encantos que acá desconocemos. No me interesa en lo absoluto —descarado admitió—, pero... Pensé... Pensé un poco más esta semana, y se me ocurrió algo.

—Usted me habla como si confabulara contra mi —interrumpió ya algo fuera de sus cabales el chiquillo—. Dijo que teníamos que hablar, entonces, pues, ¡hábleme! 

Recibió un empujón y acalló.

—Recibí tu custodia cuando no la quería, mocoso, y ahora vienes y te vas como un yanqui novicio. ¡Y con qué cara! —volvió a ponerse de pie, sintiéndose superior al ser más alto que Jungkook— ¿Tienes idea de la bronca que me llegará cuando se den cuenta que no he cumplido con lo de la custodia?

—Pronto cumpliré la mayoría de edad.

—Cállate —le ladró y amedrentó al joven recargando la munición de su arma—. Mira, dije que había pensado... y llegué a algo: un acuerdo —le miró filoso antes de recalcar una por una sus palabras—. Si me matas a esa vaca de allá, te dejaré ir.

—¿Ah? —le palpitó el corazón.

El hombre apuntó detrás de Jungkook, a unos cuatro metros, una vaca.

—Si me la matas, y te miro dispararle bien, me las arreglaré con los otros y te dejaré ir. ¿Quedamos?

Jungkook se aguantó las lágrimas primerizas. 

—¿Por qué me pide algo así? —bajó la mirada— ¿Por qué me hace esto...?

—Porque me arruinaste la vida —acercó su nariz y le pegó la pistola al pecho—, y porque soy un hijo de puta —le incitó a tomar el arma y se alejó de brazos cruzados—. Ahora anda ya. 

A Jungkook se le cortó la respiración, tiritándole los huesos. Se giró a ver la indefensa vaca y cerró los ojos para buscar una inimaginable calma. Alzó el arma, intentando dar en un blanco sin apretar el gatillo. Le sudaron las manos.

—¡Vamos, hijo! ¡Hazte un puto hombre...! —escuchó por detrás y se mordió la lengua, aguantando el enojo.

—¡Por favor, cállese! —no lo dijo como él hubiese querido; la voz le tambaleó. Sintió que se había mostrado pusilánime y se odio por ello. 

Fijó una vez más su mira al animal, pero al pasar un minuto, la vaca empezó a alejarse.

—¡Por la mierda! ¡Pero apúntale! 

¡YA BASTA! —rugió rasgando sus cuerdas vocales, provocando la ira en el otro.

Ira. Ira. Ira. Ira. 

De pronto sintió las bruscas manos ásperas del anciano sobre las suyas. Sintió el palpitar del hombre en su espalda y su aliento a vino en la oreja izquierda. Sus manos estaban siendo controladas por aquel vejestorio y apretadas hasta doler.

—¡Apúntale! ¡Apúntale! ¡Así, joder!

¡No!

—¡Que se te va, maldición!

—¡Déjeme! ¡Déjela ir...!

¡Mocoso de mierda!

¡Zas! 

La pistola gritó... Pero la bala no atravesó a la vaca.

del cuero • taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora