Jungkook supo dos cosas el día en que sus padres murieron. Uno: la mayoría de las personas que sufrían de un accidente automovilístico no sobrevivían. Dos: él no era una de esas desafortunadas personas.
Sus párpados pesaron al intentar abrirlos, como si sus espesas cortinas de pestañas estuvieran embetunadas de la nieve invernal que caía de los cielos. Sentía un dolor punzante recorriéndole los músculos de cada rincón de su cuerpo. Notó como su visión se nublaba al intentar divisar en dónde se hallaba, y fue así como comprendió que estaba dentro del auto volcado de sus padres, muertos.
El delgaducho cuerpo le tembló de pies a cabeza. Su torso chocaba contra la trizada ventana del coche, su madre yacía ida a su lado y vio a su padre aplastado entre el volante y el respaldar, con un vidrio incrustado por la sienes.
Jungkook ni se inmutó. No lo entendía.
Desconcertado y tremendamente absorto en los sucesos, luchó para abrir la puerta arriba de su cabeza y trepó por los asientos para salir de allí.
Lo primero que le golpeó fue la intensa y congelada brisa de la estación del año. Uno que otro copo de nieve se le arraigaron a la cara. Un escalofrío se le formó por la espina dorsal al ver como los álamos se vestían de blanco, adornando cada una de sus ramas, y unas sirenas se intensificaban en la lejanía.
Pisó tierra firme y tambaleó al divisar luces rojas y azules a largos metros de distancia. Parpadeó cuando pensó un poco más. Un poco más...
Se había quedado solo.
—🥩—
1963.
—Deja ahí tu equipaje. Te esperaremos en la mesa —fueron dadas las instrucciones.
La puerta se cerró con un estruendo y rechinaron las bisagras.
Otra vez solo. No tan solo...
Luego de la despedida a sus padres, Jeon Jungkook fue llevado a la querida Italia de sus abuelos, pues había acabado desolado y desahuciado.
Arribaba justo en horas del desayuno con una cara larga cuando puso pie en la ajena casa; nunca había visto a los antecesores de su padre en todos sus diecisiete años. Le hacían sentir extrañamente tenso con las desapercibidas miradas que le echaban encima, casi descaradas como injuriosas. Sentía que por el simple hecho de venir de Corea se les venía el mundo encima, y no le sorprendería en lo más mínimo ser tratado como a un engendro del más allá. Una cosa rara que vino a hospedarse.
Miró a su alrededor y vio entre las cuatro paredes una habitación humilde. Contaba con una cama, un clóset, un sucio espejo y una ventana. Le pareció suficiente, pues no planeaba en moldearse a gusto entre esos seres que le aguardaban un lugar en la mesa.
Guardó con poca parsimonia las holgadas prendas que traía consigo en su maleta de mano y bajo la cama depositó unos cuantos libros con los que perdía la cuenta del tiempo la mayor parte del año. Se peinó los cabellos a un lado y dejó a la vista su bien nívea frente. Tomó una bocanada de aire antes de dirigirse a los pasillos, intentando dar con el comedor, y tardó seis minutos en asistir.
—Te demoraste. Ya casi acabamos —habló el hombre de la casa, el padre de su padre: su abuelo—. Siéntate y come el pan —indicó frívolo hasta el hueso.
Jungkook acató sin rechistar y luego se fijó en su mísera comida. Más que mísera, parecía injusta, pues todos los demás aparentaban tener sus platos llenos de embutidos y demás. Volvía su mirada al suyo y solo hallaba allí un pan gordo y una taza de té humeante. Se empezaba a cuestionar su figura; todos los otros en la mesa se parecían ser sanos o fornidos. ¿Y él? ¿Será que las raciones de comida se les eran dadas según sus contexturas? ¿Era Jungkook muy lánguido?
—Así que este es el hijo de mi hermano —soltó una voz al otro extremo de la mesa de palo—. Es similar a su madre, qué sorpresa... —Jungkook bajó la mirada. No sabía si aquello era un cumplido o un análisis a simple vista.
—Ya —interrumpió el viejo dejando el caldo de verduras a un lado—. Él es tu tío Ben —se refirió al hombre que anteriormente le había echado una ojeada—. La que está a su lado el tu tía Lucila. A tu izquierda está tu nonna y la mocosa de Lucila —a la pequeña no pareció haberle afectado en nada aquella presentación tan imprudente, pues continuó tomando de su leche.
—Es un gusto poder por fin conocerlos —Jungkook trató de familiarizar o, al menos, amistar con alguno. Sin embargo, presentía como la presión yacía en la mesa, como si todos estuvieran obligados a tratar con alguien como él. Un desconocido.
Después de ese encuentro, aprendió que a nadie le agradaba que él les llamase por sus nombres. Todos respondían a tía, tío, nonna, nonno, y pequeña. ¿Cómo se suponía que encajara bajo un techo como ese si nadie le tenía una pizca de compasión?
—🥩—
Una semana después.
—Mira, acá está tu uniforme —le lanzó las prendas a los pies de la cama y cayeron perfectas sobre las mantas. Parecían haber sido planchadas, lavadas y dobladas con cierto esmero. O eso quiso creer el pelinegro—. Acá dejaré un par de zapatos lustrados y unos calcetines blancos. Los dejaré junto al bolso con libros que llevarás —apuntó debajo de la cama para luego brindarle palmadas al cuerpo medio sedado bajo las sábanas—. Vas a apurarte, ¿va? La corriente de agua dura diez minutos nada más, y la ducha se encuentra al costado de la casa —le indicó, causando un malestar en los pensamientos del chico—. Te me vas apurando. Cocinaré unos huevos para ti.
Nonno ya se había ido, dejando solo al adormilado chiquillo. Este agradeció que el viejo hombre no corriera las cortinas; luego de una semana ya se había encariñado con la compañía de la oscuridad. Hasta podría decirse lo mismo de las arañas.
Hoy sería su primer día en otra escuela, con otra gente, y otras barreras. Estaba asustado y el estómago se le había revuelto con aquellos huevos semi-crudos que solían acostumbrar a degustar en esa casona. Estudiaba meticulosamente y cada dos minutos su vestimenta: camisa blanca casi impoluta, pantalones de tela color caqui, zapatos negros lustrados, una boina marrón y un sacó dos tallas más grandes que la apropiada. Se sentía diminuto y no quería ni imaginarse la impresión que causaría en otros. Sus ojos rasgados denotaban su descendencia y no sabía si era eso bueno o malo. ¿Qué tipo de mensaje transmitirían sus ropas? ¿Sería víctima de las burlas de otros?
La furgoneta malograda del abuelo le dejó enfrente de la gran y alta entrada de la escuela. Jungkook le había dado una mirada esperanzada allí sentado, esperando palabras como 'buena suerte' o 'cuídate', pero en vez de ello solo recibió una inclinación de cabeza del hombre mayor, incitándole a abrir la puerta sin más.
Una vez fuera del coche, vio como se alejaba por la terrosa y ancha calzada, siguiéndole varios vehículos por detrás, desapareciendo entre los valles. Se giró para mirar lo que tenía frente a sus ojos y suspiró.
—Vale... —le entró un frío.
Pasaron las horas; de la primera clase sobrevivió, pero de la segunda no. Había alcanzado a escuchar cosas como 'ese es el pobre' o 'qué pena', mas Jungkook solo se mordía las uñas a escondidas.
Eso era lo que ansiaba: esconderse.
Había tardado dos descansos en hallarse un refugio en el cual pasar todos los otros. Pensó que se le habían abierto las puertas de un paraíso, pues en cuanto plantó la suela del zapato lustrado y respingó la nariz, supo que se ubicó en la biblioteca de la escuela con el solo aroma de las páginas gastadas que se desprendía.
Allí nadie le quebró, nadie le burló ni difamó. Allí se quedó.
Entre pasillo y pasillo se acobijó en uno del final, donde habían libros que, según el bibliotecario, no atraían ningún interés. Jungkook pegaba la espalda en uno de los altos libreros y se dejaba caer hasta sentir el frío y duro suelo bajo sus posaderas. Atraía una pila de libros hacia él —sabiendo que solo leería uno de los quince— y se relajaba.
Sin duda, esa era su nueva casa.
Sin embargo, no fue hasta pasadas unas semanas que sintió una peculiar sensación: se sentía observado.

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del cuero • taekook
Hayran Kurgu" Jungkook y la teoría del veganismo. Jungkook y la teoría del cuero... " Donde las costumbres se arraigan a las raíces y tus venas se enferman por culpa de tu cabeza. Donde una familia forja un lazo inexpugnable, y un chico se sale del margen. D...