Capítulo I

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Todas las vacaciones, de nuestra infancia y adolescencia íbamos a la casa de la abuela Agustina.

Todavía la recuerdo; la veo sentada en su portal, en su mecedora preferida, con los almohadones bordados por mi madre. 

Su hija Mará Pía. Sentada en su mecedora, con la mirada serena, ella tan majestuosa como las flores de su jardín, tan bondadosa como el perfume de sus jazmines.

Y tan fuerte como la montaña que se observa a lo lejos, donde se oculta el sol y nos trae la noche. 

Hoy esta reunida toda su familia, porque quieren decidir que hacer con la propiedad.

Están sus cuatro hijos, Alejandro, María Pía, Azucena y Manuel, todos con sus hijos, mis primos, con los cuales casi que crecimos juntos. 

Somos una gran familia muy unida, tal como lo quería y conseguimos la Abuela Agustina. 

El mayor de sus hijos Alejandro, se quedó al cuidado de la propiedad de la casa, de las tierras de cultivo y por supuesto del jardín. 

Aunque durante todo el año, muchas fines de semana y días festivos; íbamos con mi madre y hermanos a cuidar y renovar el jardín, porque estando la abuela en vida, siempre lo hacíamos y ahora que físicamente no está con mayor razón tenemos que cuidarlo. 

Y es una tarea que me encanta, el contacto con la naturaleza, aun veo sus manos cortando unas hojas secas, o podándolas para que crezcan fuertes. 

Hoy sentados todos en su portal, hecho de madera, con su barandilla pintada de blanco y su piso limpio y repasado mil veces con diésel quemado, el cual la conservación de cualquier desgaste. 

La honramos y recordamos con nostalgia y con amor. Cada uno tiene su anécdota curiosa con ella; mi madre, Mará Pía recuerda que su hermana nunca quería comer los rabanitos y los escondía en el bolsillo de su delantal, cuando Agustina se volteaba; después a ella le tocaba lavarle muy bien los bolsillos para que no sea descubierta, y en una de esas ocasiones la abuela le dice: si le pones un poquitito de cloro el color rojo de los rábanos sale más fácil. 

Desde ese día Azucena aprendió a comer rábanos. Todos se ríen a carcajadas. 

Azucena cuenta que Manuel, el menor de los hermanos, esperaba que Agustina cerrara los ojos en su mecedora para escaparse a jugar pelota. su tarea escolar. 

Pero ... un día, cuando iba en puntillas casi donde termina el jardín, Agustina saco una cuerda y le enlazó las piernas, Manuel grito asombrado, al escuchar sus gritos todos salimos afuera a mirar. 

No sabíamos si reírnos o ayudarlo, entonces Agustina comenzó a jalar de la soga, y le dijo, si te comportas irracionalmente como un animalito, mereces el mismo trato que ellos. 

Manuel rogaba perdón, a lo que ella replico, si te perdono, pero igual mereces un correctivo, durante un mes limpiarás el chiquero. 

Vuelven a reír y Azucena recuerda que Manuel decía entre lágrimas "el chiquero no, el chiquero no" Manuel dice que fue el peor mes de su vida, que siempre lo recuerda y que ninguno de sus hermanos le podía ayudar, pero que la lección le sirvió hasta el día de hoy y que nunca elige cerdo para comer. 

Todos ríen nuevamente con ganas. 

En fin todos reunidos en armonía, tomando limonada y comiéndolas cosas ricas del lugar, infaltable los patacones bien doraditos.

El queso hecho en la finca, chicharrones que se deshacen en la boca. 

El pan casero hecho en horno de barro, que tiene un sabor incomparable, y dentro de toda esa armonía y esos gratos recuerdos transcurría el día. 

Hasta que Manuel dice que su madre debe estar tranquila y orgullosa de los hijos que crió y educó porque todos respetaron sus deseos y ahora aún más. 

Pero que sería bueno un cambio, un poco de modernidad.

Los hermanos lo miran asombrados y casi sin entender. 

El se explica, toda la casa y los cultivos o sea todo está muy bien cuidado, Alejandro sabe del campo y lo hace excelente, no tengo queja alguna ycreo que ninguno de nosotros. 

Tampoco pongan esa cara de incertidumbre, ya sabemos que nunca venderemos la casa de Agustina, que nuestros hijos y después sus hijos harán que este lugar siempre permanezca.

Alejandro, respira, le dice: como eres tan disparatado creí que propondrías algo como eso, Azucena y María Pía pensaron lo mismo. 

Los primos se miran y también cambian gestos de alivio. 

Manuel los tranquiliza y dice a modo de broma, ni loco diría una cosa así, ya me veo enlazado y maniatado, arrastrado por la tierra. 

Miren yo digo que deberíamos agrandar o hacer de este espacio un área de recreación, un área social, como se estila ahora, salta del portal hacia el frente, bordeando el Jardín de la abuela, podemos hacer una extensión, techar unos cuantos metros más, y colocar juegos recreativos, una mesa de ping pon, una gran parrillada, una piscina, así cuando estamos todos juntos la pasamos divertidos.

¿Qué les parece? Todos quedan pensativos.

 Yo me animo a preguntar: donde sería, donde haríamos todo esas cosas, Y Manuel responde, aquí, en el jardín, botamos y limpiamos bien el terreno ... Y dicho esto por su imprudente boca y escuchado por los presentes ... Fue una verdadera hecatombe, fue peor que lanzar una bomba.

Todos los hermanos callaron, se quedaron en blanco, como suspendidos en el tiempo y el espacio.

Manuel seguía argumentando sobre su gran idea, los otros solo escuchaban un murmullo.

Hasta que los increpa, y dice: ¿Qué les parece? Den una respuesta o su opinión, los tiempos han cambiado hay que modernizarse. 

El jardín de la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora