Capítulo IV

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Superada la etapa más difícil de la enfermedad del abuelo y de su partida, sus vidas transcurrieron más tranquilas. 

Superado ese trago tan amargo como es la pérdida de un ser querido y jefe de familia. 

Superados los recuerdos que traen angustias y lagrimas a ojos. 

Agustina fue padre, madre y jefe de familia para salir adelante, peroles dejó en claro que solo lo lograrían estando unidos. 

Pasada la etapa de duelo, ya estaban perfectamente acoplados y en armonía.

Como una gran maquinaria que trabajaban al unísono. 

Todos esperaban la hora del crepúsculo, la hora del descanso cotidiano pues Agustina se sentaba en su mecedora en el portal, tal como la vimos tantas veces sus nietos.

Y sus hijos alrededor de ella.

 Le llevaban una jarra de limonada fresca con hojas dementa y unos bizcochos deliciosos que hacía Azucena, todo demostraba el amor y la devoción que sentían por ella.

 Que no era zalamera ni consentidora pero amaba a sus hijos y ellos a ella.

Y les contaba algunas historias, de la familia a veces y otras de las tantas de misterio o de miedo como les decían, historias de miedo, de esas cosas de campo que ruedan de boca en boca.

Pero la preferida de todas era la de la higuera; ya que de pequeños siempre pensaban y conversaban que si encontraran ese árbol de higos maduros, esa higuera serían millonarios.

 En fin... cosa de niños. Cuenta la historia, que en un gran descampado había una higuera que era inmensa ,y que todos querían cosechar sus hijos maduros, grandes y se los veía sabroso ,pero que muchos lo intentaron, pero ninguno pudo lograrlo ya que cuando se  acercaban demasiado la higuera gemía y cuando algún valiente trataba de llegar, la higuera lo detenía con sus ramas y si se resistía le asestaba un golpe que lo mandaba a rodar a más de cien metros. 

La higuera tenía frutos todo el año y decían que estaba encantada, otros sostenían que era un embrujo que retenía el alma de un hombre avaricioso que enterró su oro al pie de sus raíces por eso de noche se veía un resplandor que salía de la tierra.

 Así los codiciosos la buscaban de noche pero solo trataban de acercarse de día, pues temían que ese resplandor tan amarillo y brillante se los tragara. 

Ellos sacaban un sinfín de conclusiones, Agustina se reía al escucharlos, y les recordaba que la mayor recompensa y que el mejor bienestar se logra trabajando, no queriendo poseer una barita mágica para solucionar todo con facilidad, pues entonces donde está la inteligencia y el esfuerzo que es lo que nos respaldará toda la vida. 

Otros de los momentos esperados del día era ir al jardín con ella, y les decía: Que siempre cuidaran sus flores, porque la belleza de la naturaleza es un regalo de nuestro Creador, del Creador supremo del mundo.

Y que en sus colores y aromas nos deja saber lo dulce que es la vida. 

Aunque para eso debemos esforzarnos, todos los días y a cada instante.

Así como retiramos las malezas y lavamos sus hojas y tallos para que ningún apeste las ataque; así cuidamos de cuidamos de nosotros, de nuestros hermanos, de nuestros hijos, de nuestros vecinos. 

No dejamos que los tallos se tuerzan, o se ladeen, les ponemos una estaca y los amarramos así los tallos crecen derechos. 

Así debemos observar y cuidar a cada uno de nosotros, y de los que vendrán, sus hijos y sus nietos. 

Así se hace un mundo en armonía, un mundo sano, cuidándonos unos a otros. 

El jardín de la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora