Capítulo III

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Agustina Elizabeth Moran Montoya, con sus cuatro hijos, casada joven, enviudó joven. 

Una enfermedad desconocida se llevó a su esposo. 

Lo trataron muchos médicos y varios curanderos y curanderas del lugar, pues ella no se resignaba a dejarlo partir, hizo hasta lo inimaginable por mantenerlo vivo. 

Mi abuela amanecía al pie de la cama de mi abuelo, lo cuidaba día y noche; parecía que sus pies no tocaban el suelo, le ponía un emplasto de hierbas a su esposo y salía de la habitación para preparar la comida; volvía a la habitación y le colocaba un paño con agua y vinagre para bajarle la fiebre. Salía a la sala y controlaba las tareas escolares de los mayores y estos debían ayudar y revisar la de los pequeños.

 Y así mismo con todo lo que tenía que hacer más controlar las labores de los campos sembrados y a los trabajadores. 

Nunca descuidó sus hijos y su casa, menos aún su jardín. 

Aunque la mayoría de sus parientes le dijeran que cultivar flores era tiempo perdido, porque de ahí no tenía ni ganancias ni alimento, o sea no había ningún beneficio ,ningún provecho de unas cuantas flores. 

Agustina muy determinante les contestaba con una sonrisa: 

- No puedes ni debes apreciar el valor solo en materia porque hay cosas que son del alma, del espíritu, son intangibles, no todo es material...Ellos se reían y decían: "cosas de mujeres; quien las entiende "Mi abuela reía y pensaba, no entienden nada, que la ignorancia les valga.

 Por cada nacimiento de sus cuatro hijos, sembró un rosal de diferentes colores ;El de Alejandro era blanco, el de María Pía era rojo, el de Azucena era amarillo y el Manuel era rojo. 

Y los cuidaba tanto como a sus hijos que crecieran sanos y rectos, cuidaba de la tierra y de cuando en vez los podaba para que se fortalecieran y dieran flores hermosas, sanas con pétalos de terciopelo.

 Educó a sus hijos con severidad pero con amor de madre, les enseño el camino correcto, a ser honestos y compasivos, a superarse en cada labor que realizaban y a respetar al prójimo y a la vida misma. 

Así hizo su familia, pues al enviudar no se abandonó a la pena, sino que se fortaleció en su dolor y luchó cada día con todas sus habilidades. 

Guió a sus hijos y los hizo un equipo invencible, donde cada uno tenía su día organizado.

Cumplían con todo lo asignado y también se divertían, les gustaban los juegos de mesa, el chantón , las damas, el dominó, las palabras y las adivinanzas. 

La abuela se sentaba a coser o a tejer eran sus momentos de descanso y a reír con las ocurrencias de sus hijos. 

Me contaba mi madre que nunca se aburrían, como es en la época actual, que todos los jóvenes dicen estar aburridos.

Y es que siempre tenían algo que hacer en beneficio de toda la familia.

Esa familia tan unida como la abuela Agustina les enseñó.

El jardín de la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora