Agustina Elizabeth Moran Montoya, con sus cuatro hijos, casada joven, enviudó joven.
Una enfermedad desconocida se llevó a su esposo.
Lo trataron muchos médicos y varios curanderos y curanderas del lugar, pues ella no se resignaba a dejarlo partir, hizo hasta lo inimaginable por mantenerlo vivo.
Mi abuela amanecía al pie de la cama de mi abuelo, lo cuidaba día y noche; parecía que sus pies no tocaban el suelo, le ponía un emplasto de hierbas a su esposo y salía de la habitación para preparar la comida; volvía a la habitación y le colocaba un paño con agua y vinagre para bajarle la fiebre. Salía a la sala y controlaba las tareas escolares de los mayores y estos debían ayudar y revisar la de los pequeños.
Y así mismo con todo lo que tenía que hacer más controlar las labores de los campos sembrados y a los trabajadores.
Nunca descuidó sus hijos y su casa, menos aún su jardín.
Aunque la mayoría de sus parientes le dijeran que cultivar flores era tiempo perdido, porque de ahí no tenía ni ganancias ni alimento, o sea no había ningún beneficio ,ningún provecho de unas cuantas flores.
Agustina muy determinante les contestaba con una sonrisa:
- No puedes ni debes apreciar el valor solo en materia porque hay cosas que son del alma, del espíritu, son intangibles, no todo es material...Ellos se reían y decían: "cosas de mujeres; quien las entiende "Mi abuela reía y pensaba, no entienden nada, que la ignorancia les valga.
Por cada nacimiento de sus cuatro hijos, sembró un rosal de diferentes colores ;El de Alejandro era blanco, el de María Pía era rojo, el de Azucena era amarillo y el Manuel era rojo.
Y los cuidaba tanto como a sus hijos que crecieran sanos y rectos, cuidaba de la tierra y de cuando en vez los podaba para que se fortalecieran y dieran flores hermosas, sanas con pétalos de terciopelo.
Educó a sus hijos con severidad pero con amor de madre, les enseño el camino correcto, a ser honestos y compasivos, a superarse en cada labor que realizaban y a respetar al prójimo y a la vida misma.
Así hizo su familia, pues al enviudar no se abandonó a la pena, sino que se fortaleció en su dolor y luchó cada día con todas sus habilidades.
Guió a sus hijos y los hizo un equipo invencible, donde cada uno tenía su día organizado.
Cumplían con todo lo asignado y también se divertían, les gustaban los juegos de mesa, el chantón , las damas, el dominó, las palabras y las adivinanzas.
La abuela se sentaba a coser o a tejer eran sus momentos de descanso y a reír con las ocurrencias de sus hijos.
Me contaba mi madre que nunca se aburrían, como es en la época actual, que todos los jóvenes dicen estar aburridos.
Y es que siempre tenían algo que hacer en beneficio de toda la familia.
Esa familia tan unida como la abuela Agustina les enseñó.
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El jardín de la abuela
PertualanganEsta novela, rinde homenaje a todas las mujeres, a todas las madres que día a día con máximo esmero construyen un futuro solido y honesto.