Nakiri

8.7K 659 121
                                    

Tiró de la camiseta hacia abajo. Arremango sus mangas. Hizo un gesto extraño con el rostro, levantando y bajando la cara mientras sus ojos, de un azul zafiro, recorrían el espejo de arriba abajo, escaneándose así mismo buscando alguna imperfección. Dejó finalmente que un suspiro de satisfacción escapara de sus labios, separándose varios pies de aquel espejo de su armario, examinando su rostro. Afilado. Con marcas de bigotes. No era ni apuesto ni feo, solamente un chico del montón. Al contrario que muchos japoneses, él se destacaba por sus ojos azules y su cabello rubio, dorado como el mismo solo que lo abrazaba cuando salía a la calle. Uzumaki Naruto no tenía un aspecto asiático, no demasiado al menos. Mientras que su madre mantenía la piel bronceada, su padre contaba con una piel clara, por lo que él terminó saliendo con una piel ligeramente bronceada, tomando los ojos y cabello de su padre, aunque su rostro en un principio fue como el de su madre, redondo. Cuando comenzó a llegar a la pubertad y entró al club de kendo de la secundaria, la grasa de bebe comenzó a marcharse lentamente y su rostro anteriormente redondo se transformó en uno ligeramente afilado casi dándole un aspecto demasiado parecido a su padre, si no fuera por la piel y los bigotes.

Uzumaki tiró un poco del cuello de la chaqueta de su uniforme, mirando con incomodidad su ropa. Llevar uniforme no estaba en sus planes. No era lo que quería. Pero su madre nunca estuvo demasiado de acuerdo en tomar su opinión. Uzumaki Kushina no era de las que se doblegaba rápidamente en un debate ante nadie. Tampoco había encontrado alguien que hubiera podido mantenerse frente a su madre durante el suficiente tiempo como para doblegarla. No comprendía como su padre estaba casado con una mujer como su madre. Poderosa. De carácter fuerte. Impulsiva. Emocional. Uzumaki Kushina era devastadora cuando alguien tocaba los botones necesarios sobre ella.

Y por ellos él estaba llevando aquel uniforme escolar, cuando podría estar llevando su preciado delantal y poder cocinar en Ramen Uzumaki, en vez de tener que ir a la escuela. Pero un adolescente siempre tenía que formarse. Al menos, eso era lo que su padre había taladrado en su mente desde que era pequeño, metiéndolo en su cabeza cada vez que estaban juntos, sin presionarle demasiado, pero si dejando en claro lo importante de la formación misma. Por ello no era capaz de reprochar nada por ser obligado a marchar al instituto, donde sus amigos lo estarían esperando para una nueva jornada lectiva pesada y aburrida, pero que de algún modo lo terminaría ayudando en el futuro.

―Ah~ esto es aburrido.

Naruto tiró de su cabello, viéndolo desordenado y puntiagudo mientras se observaba en el espejo de su armario, buscando alguna imperfección como si estuviera preparándose para salir de fiesta o hubiera quedado para ir a algún evento.

Cualquiera que viera al hijo de los dueños de un puesto local de ramen, pensaría que era presumido, orgulloso y que intentaba siempre mantener buena apariencia para los demás. Todo eso sería mentira, una blasfemia contra el adolescente de cabello dorado. Naruto prefería llevar ropa cómoda a un incómodo uniforme y estaría mil veces más dispuesto a mancharse que a permanecer completamente sin mancha alguna sobre aquel uniforme.

Sus padres darían fe de ello.

Cuando Naruto fue un niño, siempre estaba corriendo por todos lados, con un bote de pintura y llenando las casas del barrio con divertidos grafitis que las personas comenzaron a disfrutar con el tiempo, tomándolo como una cosa de niños, lo que impulsó a Naruto a lanzar sus bromas sobre aquellos vecinos y visitantes poco deseados en el barrio y que terminaban siendo una molestia para cualquier persona. Más de una vez volvió a casa con un golpe o raspón, debido a los constantes enfrentamientos con adolescentes y personas que no gustaban de sus bromas. Los vecinos del barrio las tomaban con humor, recordando los tiempos en que aquel lugar era más sombrío, menos divertido. Con la llegada de Naruto, todo fueron risas, diversión y bromas a partes iguales.

El ChefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora