𝐶𝑖𝑛𝑐𝑜

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Era sábado y tocaba que Kou fuera a la casa del azabache. Había preparado sus cosas desde hacía un rato y solo esperaba a que la comida estuviera lista para apagarla y dejarla en la mesa. También esperaba que las donas que había hecho se enfriaran.

Pensó que sería bueno llevar un juego de mesa, mas no tenía ninguno. A su cabeza se le ocurrió que debía comprar helado para la noche, seguramente verían una película o saldrían al techo a observar el manto estelar. El sonido del temporizador había sonado, era hora de irse.

Se despidió de sus hermanos y cerró la puerta. Tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía por dónde empezar a aclararse. La tarde dió un último suspiro antes de darle el turno al astro rey.

Las luces de las lámparas en la calle se encendieron, como si estuvieran indicándole hacia dónde ir. Temeroso, las siguió. Su cuerpo ya sabía a dónde debía dirigirse, su nariz captó el olor a comida recién preparada en todas las casas a las que dejaba. Se preguntaba si la señora Yugi estaría de buen humor.

Abrió la pequeña reja que separaba el hogar de la banqueta, cerrándola, produciendo un sonido chirriante dando aviso de su llegada. Las cortinas de la sala se movieron y la puerta principal se abrió dejando ver al Yugi mayor recibiéndolo con una sonrisa.

—Bienvenido, niño.— una sonrisa como recibimiento siempre era una buena opción.— ¿Que traes ahí?

—Helado y donas.— le extendió la bolsa blanca e hizo una reverencia.— Permiso.

—Pasa, pasa.— cerro las puertas y le entregó sus zapatillas de casa.— ¿Quieres cenar? Mamá hizo la cena.

—¿Tu mamá está aquí?.— sus ojos se abrieron de la impresión.— Es decir... ¿Afuera?

—Lamento no haberte dicho, fue de imprevisto pero...— agarraba sus manos nerviosamente, tanto que el rubio se estaba mareando.

—¿Amane-kun? ¿Ya vienes? ¡Oh, es Kou-kun! ¿Cómo estás?.— la fina figura de la fémina se asomó por la puerta de la cocina, tenía el cabello suelto pero con dos pasadores en forma de cruz en su oído izquierdo.

—¡Aoi-sempai! Lamento la intromisión.— otra reverencia, esta vez de disculpas.— No sabía que vendrías.

—Entre más, mejor ¿No? Vamos vamos, has de estar hambriento.— después de decir eso, volvió de donde vino.

—Lo lamento niño, mamá insistió en que viniera para conocerla.— se excuso rascándose la espalda con las manos ocultas.— ¿Aún así quieres quedarte?

—Por supuesto, Amane.— dejó una sonrisa que calentaba el corazón del mas bajo.

Ambos ingresaron a la cocina, encontrando a la señora de la casa con su hijo menor y la novia de Amane.

Todo era tan raro

—¡Kou!.— Tsukasa se le aventó subiéndose a sus hombros sonriendo lo más grande que podía.

—Tsukasa, bájate.— le había reñido su progenitora.— Hola Kou, pasa por favor.

—Buenas noches, con permiso ¿Le ayudo en algo.— se ofreció dejando su bolso en la esquina de la puerta.

—Gracias, pero ya terminamos ¿Quieres sentarte?.— Minamoto agradeció, sentándose a la mesa junto a Tsukasa, pues la pareja debía estar juntos.

Pasó toda la cena admirando la gran actuación de su amigo hacia las dos mujeres en esa habitación, él se había dado cuenta

Incluso Tsukasa se había dado cuenta.

Amane terminó acompañando a Aoi a su casa y él se quedó a levantar la mesa junto a las dos personas restantes.

Cuando volvió se veía decaído, cansado, le dijo que subieran a su habitación, cambiando su ropa por la pijama. No dijieron nada, el silencio era más que suficiente

En aquella cama, los dos cerraron sus ojos durmiendo con sus cuerpos frente a frente. Los latidos se hacían irregulares y el aliento se perdía en algún lugar de sus pulmones, olvidando como respirar.

Tsukasa se dió cuenta, de que el corazón de su hermano no latía por la bella chica de ojos morados. Si no por el niño color sol que cada quince días se quedaba a dormir a su casa.

Estoy solo contigo
Tú estas solo conmigo
¿Que desastre has hecho con todo esto?

Estoy solo contigoTú estas solo conmigo ¿Que desastre has hecho con todo esto?

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