Pesadillas

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Al final, acabaron charlando sobre cosas que no tenían nada que ver con los interrogantes de Séfora. Gabriel le estuvo contando como era su vida de abogado. No era tan estirado como aparentaba; en verdad, era una persona bastante agradable. Séfora descubrió que no siempre el nivel de ingresos o el nivel de cultura van de la mano de la superficialidad o la soberbia. Él, simplemente, era una persona que cuidaba su aspecto, algo que, además, era exigencia de su oficio.

Gabriel le propuso quedar nuevamente en otra ocasión, lo que ella aceptó gustosamente. Antes de que se diera cuenta, verlo se convirtió en algo habitual y cada vez se sentía más a gusto en su presencia. Mientras que la relación de Séfora y Gabriel parecía avanzar a pasos agigantados, la investigación del asesinato se había bloqueado por completo... No había nuevas pistas y las existentes no parecían llevar a ninguna parte. Incluso Séfora convenció a Dante para que dejara de hacer guardia en su casa por las noches, ya que hacía cerca de un mes que no había pasado nada irregular; a cambio, le prometió guardar total cautela. Sin embargo, la verdadera razón era otra muy diferente... Había descubierto que era el cumpleaños de Gabriel y esa misma noche había decidido prepararle una sorpresa. Tomó su tiempo para limpiar el piso hasta dejarlo sin una mera y minúscula mota de polvo. Para una hora antes de la llegada del abogado, ya tenía lista la cena e incluso el postre.

No tardó ni dos segundos en abrir la puerta cuando sonó el timbre. Gabriel llevaba una camisa mitad negra, mitad gris, con los botones del cuello desabrochados y unos pantalones de pinza negros, con los correspondientes zapatos a juego. En cambio, Séfora se había puesto un vestido sencillo de color verde lima.

- Buenas noches –saludó él, dándole una rosa amarilla al tiempo que le dedicaba una amplia sonrisa.

- Gracias, no tenías que haberte molestado –dijo ella al recogerla de su mano. Seguidamente, le condujo al salón, donde había colocado una mesa con dos sillas, una enfrente de la otra-. Toma asiento, en seguida vengo –le pidió a su invitado, el cual obedeció sumisamente.

En cuanto trajo los entrantes, se sentó con él a la mesa. La velada se desarrolló con normalidad, conversaron animadamente entre bocado y bocado. De los entrantes pasaron al plato principal y, finalmente, llegó el turno del postre. Séfora apareció con una gran tarta de tiramisú.

- Espero que te guste, la he hecho yo misma –expuso con nerviosismo al ponerla sobre la mesa. A continuación puso un par de velas y las encendió con un mechero-. ¡Feliz cumpleaños!

Gabriel se quedó con la vista fija en la tarta, sin expresar ningún tipo de emoción, por lo que ella comenzó a pensar que había hecho algo que lo había molestado.

- ¿No te gusta? –preguntó con decepción- Bueno, no importa, podemos comer otra cosa... -cogió el recipiente para llevárselo de nuevo a la cocina, pero entonces él la agarró de la muñeca.

- No es eso, es que hacía mucho tiempo que no celebraba mi cumpleaños y no me esperaba algo así –trató de explicarse-. No pienses que no me alegra, al contrario, te lo agradezco sinceramente –como Séfora aún parecía no convencerse, le mostró una de sus sonrisas más radiantes-. Es más, me encantaría probarla ahora mismo.

La joven le devolvió la sonrisa y sirvió un trozo para cada uno. Se sorprendió cuando Gabriel repitió varias veces, lo que la animó bastante.

- ¿Cómo es que no celebras tu cumpleaños con tu familia? –curioseó ella.

- No tengo familia –contestó con seriedad-. Mis padres murieron cuando tenía dieciocho años, eran bastante ricos y yo era el único heredero –sostuvo la mirada de ella unos segundos antes de continuar-. Gracias a ello pude labrarme mi futuro.

- Lo siento, no sabía nada –se compadeció Séfora, pero él le quitó importancia con un gesto de la mano.

- No te preocupes, ya hace mucho tiempo de aquello –se limitó a decir-. Hace tiempo que me acostumbré a estar solo.

- Yo también perdí a mis padres hace unos años, pero aún me queda mi hermana pequeña –le dijo la chica mientras lo observaba con sumo respeto-. La próxima vez que venga a Córdoba me gustaría presentártela.

- Será un placer –accedió él de buen grado.

- Bueno, tengo algo para ti –anunció Séfora, dando un salto de la silla y perdiéndose de vista por el pasillo, para regresar al poco tiempo con una pequeña cajita envuelta en papel de regalo-. Es tu cumpleaños... –se excusó, poniéndolo frente a él.

Gabriel se quedó nuevamente sin saber qué decir, pero esta vez reaccionó más rápido y abrió el envoltorio casi al instante, dejando al descubierto el contenido.

- No sé como agradecértelo –pasó los dedos por un par de gemelos plateados con forma de carta de póker-. Son perfectos.

- Ya no tienes motivos para volver a sentirte solo –sus labios pronunciaron estas palabras con profunda sinceridad.

Después de la cena, se entretuvieron viendo una película que echaban en la televisión y antes de que se dieran cuenta llegaron las altas horas de la madrugada. Tras darle muchas vueltas, Séfora sacó el valor para proponerle pasar la noche allí. Temió haber sido descarada; es más, se arrepintió enseguida... Sin embargo, el brillo perspicaz en los ojos del joven dio a entender que eso era justo lo que estaba deseando que le pidiera.

Extrañas pesadillas acudieron a la mente de Séfora mientras dormía; diversas escenas difusas se arremolinaron en ellas como un poderoso torrencial. Se vio en una habitación sumida en tinieblas, donde un viento helado hacía crujir la madera de los muebles. Se levantó de la cama con pesadez, restregándose los ojos cansados debido a tantos días de insomnio. Entonces, oyó una especie de grito en el exterior y corrió hacia la ventana para comprobar de qué se trataba, aunque ella bien lo sabía. Vio a un niño moreno de no más de diez años corriendo a tal velocidad que parecía que su vida dependiera de ello. Sin pensarlo dos veces, cogió su osito de peluche y se apresuró a salir del chalet. Tenía la total certeza de a dónde tenía que dirigirse... la encina, allí debía ir. Sólo estaba a unos metros de allí. "No, por favor" -suplicaba su mente incesantemente- "No". Cuando alcanzó el gran árbol vio aquello que tanto temía... Su hermano mayor se había subido al tronco de la encina, agarrado a una de las ramas como un gato clava las uñas aterrado en aquello que puede salvar su existencia. Su padre lo miraba desde abajo, con el juicio nublado por el alcohol, vociferando palabras incomprensibles. Fuera de sí, cogió una piedra y la lanzó contra la cabeza del chiquillo, que calló al suelo igual que un peso muerto. No satisfecho con ello, se acercó a él con la piedra en alto, pero antes de que llevara a término sus intenciones, Séfora se arrojó contra él golpeándolo con todas sus energías y fue entonces cuando se percató de que era una niña, tan pequeña que su padre la lanzó en el aire de un manotazo sin dificultad. Escuchó el golpe seco de su cuerpo al caer contra el suelo bruscamente, donde quedó tendida sin fuerzas, mientras todo daba vueltas en su cabeza. De repente, una manaza la agarró del cuello y la elevó en el aire como si fuera una endeble muñeca de trapo, asfixiándola, y supo entonces que no volvería a ver un nuevo día. Entonces, su padre soltó un grito de sorpresa, dejándola caer. Después, lo último que pudo ver entre la confusión fue a su hermano, herido en la frente, sosteniendo un cuchillo ensangrentado.

Séfora despertó sobresaltada, sudando y temblando. Gabriel se incorporó rápidamente para tranquilizarla entre sus brazos.

- Ya pasó –le susurró al oído, haciendo que volviera a echarse en la cama-. Duerme.

La bruma de los recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora