Aquello que inconcluso quedó

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Nuevamente, volvió a despertarse, pero en esta ocasión por el sonido del móvil. Había vuelto a pasar otro incidente. Un ciudadano había descubierto el cuerpo de un hombre flotando en el río. En principio, no parecía tener relación con el asesinato anterior, pues el modus operandi había sido muy distinto. El cuerpo no había sido despedazado, sólo faltaban los ojos de sus cuencas vacías. Otra novedad fue que le habían cosido la boca y dentro habían metido una nota que recitaba: "Llegó el tiempo de recuperar lo extraviado, aquello que inconcluso quedó, ahora deberá ser enmendado". Nadie imaginaba cual podría ser el significado, todos hacían conjeturas, todos menos Dante, al que parecía no sorprenderle nada de aquello, como si ya lo hubiera visto anteriormente. Quedó en silencio, con una expresión seria poco característica de él, después se quedó mirando a Séfora pensativo. Tras un examen más detenido del cadáver, hallaron en su muñeca un reloj plateado que tenía las iniciales G.R.D y, posteriormente, averiguaron la identidad de la víctima, que no era otra que la del abogado desaparecido.

Dante ordenó que trajeran a Gabriel inmediatamente a Comisaría. Séfora vio como lo traían esposado y lo conducían a la sala de interrogatorios, por lo que lo siguió, con el corazón encogido de la angustia.

- Veo que ya no llevas puesto ese reloj tan caro –señaló el inspector-. ¿Acaso lo has perdido?

- Sí, hace bastante tiempo que no sé nada de él –asintió el abogado con una tranquilidad pasmosa-. Una lástima, me encantaba ese reloj.

- Pues estás de suerte, precisamente hoy lo hemos encontrado –dijo Dante, poniendo una bolsita hermética de plástico transparente que contenía el reloj sobre la mesa.

- Vaya, muy amable por devolvérmelo –Gabriel recogió la bolsa de la mesa para observarlo-. Efectivamente, tiene mis iniciales.

- Gabriel Rider Domenech –puntualizó Dante-. Un reloj que no pasa desapercibido fácilmente, aún recuerdo cuando viniste a poner aquella denuncia... ¿Te imaginas quién lo tenía cuando lo encontramos?

- No, pero me encantaría saber quién lo robó con tal maestría que ni siquiera pude darme cuenta de en qué preciso momento despareció de mi muñeca –contestó manteniendo su mirada con firmeza.

- Hoy fue descubierto un cadáver al que debía gustarle mucho tu reloj, pues lo llevaba puesto, aunque claro, no le quedaba tan bien como a ti –replicó el inspector con sorna clavando la mirada en el sospechoso.

- Le agradezco el halago, pero del mismo modo yo podría decirle a usted que casualmente dejé de ver mi reloj el día que vine a comisaría y, teniendo en cuenta que estuvo a mi lado todo el tiempo, quizá fue usted quien se lo quedó –Gabriel se recostó en el asiento, todavía manteniendo la mirada del inspector-. Y puestos a hacer suposiciones, quizá fue usted quien se lo regaló a la víctima.

- ¿Dónde estuviste anoche? –cambió de tema con tono tajante, haciendo caso omiso al comentario del abogado, que se limitó a mirar a Séfora.

- Estuvo conmigo... –confesó ella con cierta timidez-. Toda la noche.

Dante se giró hacia su compañera bruscamente. Ella no pudo adivinar lo que escondía aquella mirada exactamente... decepción tal vez.

- Dejad que se vaya –ordenó a los dos policías que estaban en la puerta, después, se alejó de allí a paso ligero sin mirar atrás.

Gabriel se levantó del asiento con expresión aburrida.

- Menuda pérdida de tiempo –se quejó para sí, recolocándose la corbata-. Arrestado en mitad de un juicio, que desfachatez. Deberían indemnizarme por dañar mi buena imagen de esta manera.

A continuación, se despidió de Séfora con un beso en la mejilla y se marchó de allí malhumorado. Ella ni siquiera se dio cuenta de ese beso, en su mente sólo conservaba la mirada acusadora de su compañero y no alcanzaba a comprender porqué le afectaba tanto.

Los días transcurrieron dando paso al gélido invierno. Amelia regresó a Córdoba nuevamente y, a pesar de que Séfora no volvió a recibir paquetes macabros y la investigación de los asesinatos volvió a quedar estancada, le causaba gran inquietud el hecho de que su hermana pequeña estuviera allí. Aún así, intentó actuar con normalidad e, incluso, aprovechó para presentarle a Gabriel, que cumplió sus expectativas tal y como esperaba, agradando al torbellino de la familia.

Por la noche, Amelia quedó en reunirse con unos amigos de los que hacía mucho tiempo no sabía nada. De camino, pasando por un pequeño bar, le dio la impresión de haber visto a Dante, así que entró para comprobar si sus sentidos no la habían engañado. Así era, se encontraba sentado junto a la barra, con la mirada perdida en la nada mientras pasaba un vaso vacío de una mano a otra. Tenía un aspecto más descuidado de lo habitual, con la camisa mal abrochada, el pelo apuntando a direcciones contrapuestas y una espesa barba que crecía de manera irregular.

- Hola... Dante –saludó con recelo la joven, preguntándose qué le había conducido a dejarse tanto. Éste le dirigió una mirada fugaz y rellenó su vaso con una botella de ginebra que había a su lado.

- Será mejor que no me tomes de ejemplo si no quieres acabar sola como yo –le aconsejó con una sonrisa torcida, que luego tornó en un gesto enfurecido-. Si encontrase al que dijo que beber ayuda a olvidar las penas, le rompería todos los huesos ahora mismo.

- ¿Por qué no hablas con mi hermana? –preguntó Amelia-. Ella podría ayudarte, es tu amiga, ya lo sabes.

- Amiga... -soltó una risa irónica-. Digamos que... nos hemos distanciado últimamente.

- Pues es una pena, después de conoceros de tanto tiempo –replicó la chica con tristeza.

- Cada uno debe seguir su propio camino –comentó él antes de dar un sorbo a su vaso-. Y tú deberías seguir el tuyo, éste no es lugar para ti.

Amelia captó la indirecta enseguida, por lo que se despidió y salió de allí sin demora, continuando con su trayecto. De repente, oyó un ruido cercano y se lamentó de haber callejeado por las calles más estrechas para atajar, ya que no había ni un alma por ese lugar y las sombras nocturnas daban una apariencia tétrica al ambiente. Aceleró el paso para salir a un lugar más concurrido lo antes posible. Las sombras parecían perseguirla en cada esquina y su respiración comenzaba a agitarse al sentir que alguien no dejaba de observarla. Entonces, escuchó unos pasos tras ella, se dispuso a correr con todas sus fuerzas pero, antes de que pudiera darse cuenta, todo se volvió negro. 

La bruma de los recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora