El abogado

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A la mañana siguiente, el cartero llevó un paquete a casa de Séfora, que no tenía remitente y, aunque no recordaba haber hecho ninguna compra por Internet ni nada similar, su nombre y dirección aparecían claramente en una nota adherida a éste. Lo agitó con curiosidad, escuchando como algo sonaba en su interior, por lo que decidió abrirlo sin éxito, ya que justo en ese momento sonó el timbre de la puerta. Séfora dejó la caja sobre el sofá y fue a ver quién era.

Dante entró en la casa atropelladamente, seguido de la atónita mirada de la chica, que se hizo a un lado para no ser embestida por el enorme inspector, el cual se quedó de pie mirando en todas direcciones.

- ¿Estás bien? -preguntó con notorio nerviosismo, volviéndose para mirarla-. ¿No te ha pasado nada extraño hoy?

- ¿Aparte de verte allanar mi casa en este preciso instante? -replicó con sarcasmo mientras volvía al salón- No, no ha pasado nada por ahora. ¿Cuál es el problema?

- Es que... -comenzó él a hablar yendo tras sus pasos. Se detuvo un momento pensativo y continúo-. Tuve un mal presentimiento -a Séfora no le pasó desapercibido como el rostro de su compañero se ensombreció de repente. Realmente, parecía estar confundido, como si se hubieran roto todos sus esquemas en un instante. Entonces, Dante se fijó en el paquete que pocos minutos antes ella había dejado en el sofá, poniéndose completamente rígido-. ¡¿Qué es eso?!

- Me lo ha traído el cartero esta mañana... -Séfora cada vez entendía menos lo que estaba pasando-. Aunque, admito que me resultó extraño recibirlo, no esperaba nada... -se sentó en el sofá y puso el paquete sobre sus rodillas.

- ¡No! ¡No lo abras! -exclamó Dante haciendo que la chica diera un respingo sobresaltada- Dámelo, confía en mí -Séfora dudó qué hacer durante varios segundos, pero la mirada suplicante de él terminó por convencerla y accedió-. Prometo compensarte -dicho esto, cogió la caja de cartón y salió del piso tan rápido como entró, perdiéndose de vista, mientras Séfora quedaba allí sentada sin comprender nada.

Esa misma tarde la llamaron de Comisaría para que se reincorporara nuevamente al Servicio, todo gracias a que Dante había movido lo hilos necesarios para ello, justificándose en el envío que le había llegado a Séfora, que no era otra cosa que otro miembro amputado de la víctima. Esto hacía que ella estuviera en el punto de mira del asesino por algún motivo desconocido.

Dante le confesó que recibieron una nota en comisaría una media hora antes de que ella recibiera el envío, avisando de que estaba en peligro. Se interrogó al cartero, que al igual que el resto de la oficina de correos no sabían como había llegado el paquete allí. Todos se preguntaban si era posible que el asesino tuviera algún tipo de conexión con Séfora. Por ello, Dante pasó esa noche en su casa, haciendo guardia por si volvía a ocurrir algo inusual. Su mayor tranquilidad radicaba en que Amelia ya había vuelto a la Universidad.

Al entrar a comisaría al día siguiente, Séfora se topó con un hombre moreno de espaldas a ella, que vestía un traje negro; lo reconoció en el acto. Era la cara nueva que había visto en la ciudad en dos ocasiones, aquel joven apuesto tan bien ataviado de cutis perfecto. Éste debió notar su presencia, pues se volvió inmediatamente para observarla, haciendo que el tiempo pareciera detenerse igual que el primer día que lo vio en la estación. Su mente viajó en el tiempo, un tiempo olvidado... aquella habitación quedó a oscuras, como si alguien hubiera apagado las luces de repente, y delante de ella apareció su padre, con expresión preocupada. Se giró bruscamente a la derecha y luego se volvió para mirarla, abriendo la boca para susurrarle algo...

- Buenos días, Séfora -la devolvió a la realidad la voz ronca de su compañero-. Te presento a Gabriel Rider -aún no se había dado cuenta de que el fornido inspector estaba allí. Siempre que veía a aquel siniestro individuo era como si todo lo demás dejara de existir-. Ha venido a denunciar una desaparición -informó sosteniendo ante sí unos papeles mientras hablaba-. Según ha contado, hace varios días que un abogado de su bufete salió por la mañana para cerrar un contrato con cierto cliente y no se ha vuelto a saber nada de él -hizo una pausa para entregarle los documentos que llevaba en la mano a aquel sujeto, que permaneció en silencio todo el tiempo-. Rellena esto, por favor -tras pedirle esto, se volvió de nuevo hacia Séfora y continuó con la conversación-. Seguro que no imaginas quién es ese supuesto cliente... -dio unos segundos de pausa para darle un toque dramático antes de continuar-. Nada más y nada menos que nuestra víctima cortada en pedacitos -buscó con la mirada al denunciante para mirarlo detenidamente-. No esperes salir de Córdoba en un tiempecito, porque permanecerás aquí hasta que esclarezcamos el asunto.

- Por supuesto -se limitó a confirmar el joven, terminando de rellenar los papeles que le habían sido entregados-. Sólo espero que no tarden en llevar a buen término su investigación, pues mi bufete necesita recuperar ciertos documentos que se encuentran en posesión de mi compañero -le entregó los papeles rellenados a Dante con aire aburrido.

Teniendo en cuenta que la víctima era un cliente del abogado desaparecido, éste podía ser el asesino en cuestión u otra víctima. Tampoco dejaba de ser sospechoso el mismo Gabriel, así que habría que tenerlo en cuenta en la investigación policial, así como el resto de miembros del bufete. Podría ser que el móvil de este asesinato se fundamentara en algún trapo sucio entre los letrados.

Séfora se quedó mirando como el abogado salía de comisaría. Antes de que se diera cuenta, estaba fuera también, cogiendo el brazo de aquel sujeto, que no pudo hacer otra cosa que mirarla extrañado. Notó como sus mejillas se encendían lentamente. No estaba acostumbrada a que le dieran ese tipo de impulsos. No lo conocía de nada, pero sentía que él formaba parte de ella de algún modo y que no debía perder la oportunidad de hablar con él. A Dante no le pasó inadvertido este hecho, pero por alguna razón decidió dejarlo pasar por alto. Por lo general no interfería en lo que Séfora hacía o dejaba de hacer.

- ¿Te importaría si te hiciese algunas preguntas antes de irte? -consiguió pronunciar la policía tras tragar saliva, no sin esfuerzo.

- ¿Cómo no? -dijo él tras analizarla minuciosamente un lapsus de tiempo que a ella le resultó eterno-. Aunque, si no es mucho pedir, me gustaría tomar antes un café.

La bruma de los recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora