Mara repasaba en su mente todos los sucesos del último tiempo, más que para ordenarlos, para poder darles un sentido completo. Mientras le daba vueltas al vendaje en sus manos, y así no sufrir una lesión en las articulaciones, escuchaba las palabras del Gran Maestro explicándole sobre el Libro del Conocimiento, los secretos de las An-u y el momento exacto en que este le decía que sus visiones podían ser el aterrador dios cósmico Ptah.
— Esto que me comentas... estas visiones, no pueden ser otra cosa que La Serpiente Cósmica, Mara. Pero, tranquila —le respondió el anciano al ver como se le desfiguraba el rostro a la chica —, es relativamente normal que tengas esas visiones. Y sobre todo, me reafirma que eres la indicada para sucederme. Ptah puede ser visto solo por aquellas personas con mucha sensibilidad ante cambios de energía en el universo y con mucho poder. Tú eres una de esas personar, como algunos pocos a lo largo de los siglos dentro de esta Orden.
— ¿Debo entonces... acostumbrarme a esas... imágenes? —preguntó Mara con un poco de desolación.
— ¡No! No, al contrario, es posible controlarlo. Pero, para eso, le pediré a tu sensei Kobayashi que te ayude y cualquier cosa, también puedes consultarme a mí —el rostro del anciano se volvió nuevamente sombrío —. Mara ¿Alguien más sabe de esto?
— ¡No! No, Gran Maestro. Ni si quiera me he atrevido a decírselo a mis padres.
— Bien, bien pero, si vuelves a tener estas visiones, o cualquier cosa que se le parezca, te pido por favor, que me lo digas a mí antes que a cualquier persona.
— Claro, no se preocupe.
Y finalmente, ahí estaba. En los camarines de la Arena que la Orden de los Caballeros había reservado para el Gran Torneo. Con su uniforme de duelo, la espada y el cinto a un lado y los puños listos para luchar. A punto de poner en práctica todas las técnicas y habilidades extraordinarias que le habían enseñado en estos meses de duro entrenamiento.
Habían venido de todas partes del mundo para encontrarse. Muchos solo venían a subir de rango dentro de su grupo pero, otros, como ella misma, venían a disputar el puesto que ocupaba el Gran Maestro. ¿Y es que acaso podría con toda la presión que eso implicaba? No solo se trataba de si era capaz de vencerles a cada uno de los que la retaran. Se trataba también de si los demás la creerían digna de ocupar el lugar que el Gran Maestro esperaba.
Por mucho que la Orden de los Caballeros tuviera una política de equidad entre hombres y mujeres, las brechas no dejaban de existir. Podían sus compañeros ser respetuosos dentro del lugar pero, por fuera hablaban. No faltaba el compañero que a la salida la pasaba a llevar a propósito, solo porque ella lo había vencido en los entrenamientos. Más de una vez los escuchó a escondidas llamándola "Maldita puta." "Se cree mejor pero, el Gran Maestro la tiene de favorita solo por bonita y porque le dice que si a todo." "Eso es lo único que saben hacer las mujeres, decir que si a todo y hacerse a las bonitas." No, definitivamente no la creían digna. Al menos no todos. Quizás la gran mayoría no lo creía solo por envidia. Pero, algunos lo pensaban de verdad. De verdad pensaban que ella no era digna solo por ser mujer. << La maestra Scarlett tiene razón. No tendrán consideración conmigo, al contrario. >> Y fue ahí; con la cabeza gacha mirando sus zapatillas negras, el piso gris levemente iluminado por los haces de luz que entraban por las estrechas ventanas de los camarines, que supo que ese día ella debía demostrar quién era y de lo que era capaz "esta mujer".
Suspiró, se ajustó los guantes, se levantó, se colocó el cinto con la espada envainada, se subió el cierre de la chaqueta de su uniforme hasta cubrirse la nariz, se irguió inflando el pecho y caminó a través del umbral de la puerta camino a la cancha.
Cada cuatro años la Orden de los Caballeros se reunía en una localidad de no más de 2 000 habitantes ubicada al sur del país. Atestaban las hostales y los bares. Reservaban la Arena a las afueras y los terrenos de varios fundos eran usados como estacionamientos durante la semana que duraba el torneo. Los lugareños creían que se trataba de un club exclusivo, con miembros de mucho dinero que venían de todas las partes del mundo a sus encuentros. Más que sentirse alarmados por la ola de visitantes, los recibían con los brazos abiertos. Además, era la mayor entrada de dinero que tenían cada cuatro años. Pero, también sabían no entrometerse en lo que hicieran o vieran. Los de la Orden colocaban a sus propios miembros a resguardar las calles, los bares, las entradas a la Arena. Ellos mismos ordenaban y limpiaban el lugar, pidiendo a los lugareños que se tomaran algo así como unas "vacaciones" de sus obligaciones diarias.
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La heroína de Ishtar
Teen FictionCualquiera que viera a Mara diría que es simplemente muy callada y muy seria. Muy perfecta para ser verdad. Pero la verdad es que ella y su familia pertenecen a una Orden secreta de Caballeros que juraron proteger grandes secretos. Secretos que le...