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La luna brilla. Las flores caen mientras que el secreto es revelado.
La ira toma posesión y va al compás de los pétalos.
La paz de los reinos corre peligro.

Era una noche fresca. El gran camino estaba lleno de pétalos y hojas secas debido al otoño, uno más frío que otros años. 

El reino estaba en paz, sumiéndose en el silencio, al cual la luna llena acompañaba. Sin embargo, los guardias estaban atentos a todo. La lealtad y la palabra eran importantes, pero mucho más la protección de su rey.

Él se encontraba durmiendo, con la única y tenue luz de la luna colándose y alumbrando las esquinas, su gran ventanal se encontraba semi abierto, dejando que el aire fresco de la noche entrara, no le gustaba dormir encerrado del todo, ya que consideraba que aquello era ser similar a un pájaro siendo prisionero de su jaula.

Solo podían oírse el sonido de los grillos y el agua de la cascada que estaba cerca. Lo relajaba.

El palacio estaba en paz. El rey estaba a salvo.

Jamás había tenido el sueño pesado. Dichosos eran los momentos en que podía dormir aunque sea unas pocas horas. Contaba con la desventaja de que al mínimo ruido desconocido, sus ojos se abrían. Quizás era los traumas que venían con los años, pero no podía evitarlo.

Con el pasar de los segundos, escuchó apenas un paso en el piso de madera, un crujido que podría pasar de ser percibido para cualquiera, pero no para él; sus sentidos estaban alertas. 

Abrió los ojos y en ese instante, se dio cuenta que no podía moverse. Había una presión en su cuello, una afilada. Vio por el rabillo como una espada estaba levantada, brillante, tan afilada que con solo tocarla podrías sangrar, y no era cualquier espada, él conocía bien a su dueño.

Ese porte, la sutileza en la que era levantada. Por supuesto que sabía quien era el portador.

De igual forma se mantuvo quieto, si hacía un movimiento brusco, su cuello sería rebanado. Aprendió a mantener la calma y serenidad hasta en situaciones como esas.

—Príncipe Nakahara.— habló bajo, como si quisiera que ese momento se mantuviera y guardara bajo secreto.

—Habla de una vez.— su voz era tosca y firme. Podía percibir el tono de desprecio, tal vez mezclado con tintes de desespero.

—Me sorprende tu habilidad para colarte en el palacio sin que nadie te vea.

—No me cambies el tema, maldito infeliz.— presionó más la espada.—¿Desde cuándo?

Sus ojos azules, aunque estuvieran sin brillo y cargados de odio, seguían siendo como el zafiro. Tan sublimes. Dazai creía que podía hasta compararlos con el cielo, como una entrada al mismo paraíso. Siempre había tenido una secreta fascinación por ellos, obviamente nunca fue dicha, ni lo sería.

—¿Quién te lo dijo?— preguntó, intentando que su voz fuera serena. Sabía perfectamente de lo que hablaba el príncipe, pero no pensó que la noticia le llegaría tan pronto.

—Mi tía.— de un movimiento rápido, cambió el curso del filo, apuntando de lleno a su nuez de Adán.— Un matrimonio. Un matrimonio entre nosotros dos. Y soy el último en enterarme, como siempre.—una risa fría y carente de diversión brotó desde el fondo de su garganta.— ¿Desde cuándo lo sabes?

—Príncipe, deb—

—Dímelo o clavaré mi espada en tu cuello.

—¿Estás dispuesto a desatar una guerra entre los pueblos por matar al rey?— en sus labios se dibujó una sonrisa, no era de reto, mucho menos de burla, era una línea vacía y triste. No le importaba morir, jamás le importó un poco, pero si algo le pasaba, todo ardería en llamas. Y no podían permitirse otra guerra.

The King (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora