Cuando el sol fue abrazado por algunas nubes y la brisa del viento comenzó a ser un poco más fría, el príncipe lo decidió: se aventuraría fuera del castillo. Lejos de los muros y las paredes que lo abrazaban con maldad. Iría de incógnito, pero iría. Y, no sabía si con pesar o soltura; sin embargo, su nuevo destino era el pueblo vecino. Internamente, reconocía que podía ir al otro pueblo cuando el deseo le ganara, pero aquello incluía tener guardias reales siguiéndolo por todas partes y contándole a su padre cada mínimo pesar que hubiese tenido. Se negaba a ello, por una vez quería soledad.Deseaba libertad. Pasar de ser percibido. No ser nadie, eso deseaba fervientemente.
Se colocó la capa sobre su cabeza, cubriendo su frente, mostrando a duras penas parte de su nariz y labios. Se encargó de retirar sutilmente los mechones rebeldes hacia atrás; y la ató con un nudo. Llevaba su espada escondida, solo preventivamente... No planeaba usarla, ni ocasionar escándalo alguno.
Si la seguridad real estaba fuera de su alcance. Su furtiva escapada daría frutos.
Su padre no estaba, no sabía qué clase de reunión real tendría y, francamente, no le importaba en lo más mínimo. Sin embargo, su tía si merodeaba el palacio, moviendo su figura de un lado a otro, acechando cada movimiento. Pintando las paredes del palacio con elegancia y preocupación. Oh, Cielos. Tendría que convertirse en su sombra.
Meditó unos segundos. La falacia que más se tragaría, y la que con más facilidad saldría de sus labios, sería la de ir a entrenar. Ya que, la mujer bien sabía que el joven cabellos naranjas tenía una obsesión, como ésta lo llamaba, a entrenar, a pasar tiempo en las afueras para usar su espada.
Días enteros se había pasado en los recónditos lugares de los bosques practicando con su espalda. Intentando que el sonido del viento y sus movimientos se convirtieran en uno. Cuantas noches en vela había pasado para espiar a los guardias reales y luego imitarlos en soledad. No, no era una obsesión. Él quería mejorar. Él deseaba liderar una batalla.
...Y, si los Dioses estaban de su lado, tal vez podría conseguirlo.
—Oh, Chuuya.— oyó, con cierta tensión acariciando sus cuerdas vocales.
—Tía. —habló con calma. Él no se movió de su lugar. Y su tía tampoco. Los dos se encontraban en cada extremo, aun así, podían escuchar sus propias respiraciones. Estar atentos a sus ajetreos.
No se daría la vuelta. Seguiría de espalda. Fingiría prisa, fingiría entusiasmo; pero no se movería ni un milímetro de su posición.
—¿Te vas? — preguntó meticulosa. — ¿Vas a entrenar?
El príncipe se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.
—Sí... A las afueras del gran bosque. Quiero... concentrarme.
—Uhum.— murmuró. Y a Chuuya no le gustó esa respuesta, si es que podía catalogarla así de alguna manera. Miró por el rabillo del ojo, girando su cabeza apenas. Su tía tenía flores recién cortadas, perdiendo pétalos por el suelo. Y era casi gracioso que quisiera adornar ese oscuro palacio con esas flores tan caras.— ¿Recuerdas lo que hablamos?
—¿Sobre...? — preguntó, más rígido.
—Tienes que cuidar tu aspecto personal, tus manos, sobre todo. Ahí es donde van a recaer las joyas más importantes.
—De acuerdo. — masculló, con cierto deje de cansancio. — Volveré antes de que el sol se oculte, si eso está bien para ti.
—Muy bien, cariño. Recuerda que tu padre vendrá para la cena. No creo que quieras que...
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The King (Soukoku)
General FictionChuuya vivía con el constante desprecio por ser un Beta y no uno cualquiera, era un príncipe, el siguiente rey de los Nakahara. Dazai es un alfa, ahora rey y único heredero de su familia. El reino de los Nakahara y los Dazai jamás se había llevado...