Piloto

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El estruendo se sentía en el momento en que el barco carguero se detenía por primera vez, en aquel puerto después de seis largos meses. Ella había decidido viajar al otro lado del mundo donde nadie la conocía, para poder usar sus artimañas por las cuales era muy conocida. Si volvía solo significaba algo, venía con sus bolsas llenas de oro, así ganaba su vida ya que no le toco una fácil, eso se notaba en su mirada sombría y en aquellos ojos miel, sin aquel brillo que tienen las personas que han gozado una vida de lujos y sin preocupaciones.

El pequeño puente de madera ya estaba listo, tomó paso rápido mientras sus botas hacían crujir la madera bajo ellas, acomodó su morral en su hombro y se limitó a seguir su camino, pasando entre las personas que habían salido antes que ella de aquel barco. Un fuerte viento golpeó desde atrás y su sombrero negro de chistera salió volando un par de metros más adelante, apresuró el paso para poder tomarlo cuando un pequeño niño se adelantó y quedo de frente.

- Parece que esto es suyo señor - decía algo sonriente. No pudo evitar mirarlo de pies a cabeza. Estaba sucio y desaliñado, parecía le tocaría llevar su misma vida. Le devolvió la sonrisa, mientras tomaba el sombrero y volvía a colocarlo en su lugar. Sacó una fruta roja de su bolsa y la colocó en las manos sucias de aquel niño.

- Muchas gracias - alborotó su cabello antes de retomar nuevamente su camino.

- Sé fuerte y no te rindas - susurró alejándose.

Nada cambió, pensó para sí. Era el mismo paisaje que recordaba, los pesqueros tenían sus lanchas ancladas al muelle, el revoloteo de las moscas, el olor penetrante a pescado, las voces, todo era como recordaba, se encogió de hombros. Levemente su mirada recorría cada calle por la que pasaba hasta quedar frente a una cantina. Su mano empujó levemente las puertas que chillaron al momento de pasar entre ellas, ahora el olor a tabaco y licor impregnaban aquel lugar. Tenía poca luz que entraba por las ventanas, algunas miradas le seguían mientras llegaba a la barra, donde dejó su bolsa y su sombrero, y se quitaba el abrigo negro gastado que llevaba encima. Tomó asiento, su silueta era esbelta, su cabello corto, ondulado y negro como el alquitrán, y ese lunar bajo su ojo izquierdo, cualquiera pensaría que era un hombre. Miró el montón de licores atrás de aquella barra, el cantinero aún seguía de espaldas.

- Lo de siempre Jerry - su voz era suave y grave a la vez, sus manos se deslizaron en uno de los bolsillos se su abrigo, donde una cajetilla de puros salió a la luz. Deslizó uno entre sus labios, mientras encendía un pequeño fósforo.

- No se puede fumar dentro - comentó el cantinero que, al girarse, tiró una carcajada - Ja...eres tú, Velvet - acercó dos pequeños vasos de cristal, los cuales llenó con aquel líquido que adora la mayoría que ama navegar por los mares.

Una nube de humo salió de los labios de la chica

- Sabes que tengo malas costumbres, Jerry - dejó el puro encendido sobre uno de los shots para poder tomarse el primero. No hubo ningún rasgo de disgusto al tomar el trago. Tomó el puro nuevamente, pero tomó el segundo shot antes de que el cigarro tocara sus labios - El mejor ron, como siempre – sonrió mientras el pura se desgastaba con cada inhalación que hacía. Desvió la mirada hacia las mesas tras de ella, las miradas no se apartaban, tenía más enemigos que amigos en aquel lugar. Apagó el puro en el pequeño cenicero de la barra, dejó un par de monedas. - Quédate con el cambio. -

Se puso de pie y tomó nuevamente su abrigo que le quedaba bastante bien, su camisa blanca de algodón estaba algo abierta, pero tenía la costumbre de vendar su torso. Un pequeño colgante de calavera hacía juego con su conjunto. Caminó hasta la salida, agradecía poder pasar como chico había sido una gran ventaja en su difícil vida, gracias a aquello logró aprender a usar la espada. Aquellos rasgos finos y androginos habían sido una bendición en su vida.

No estaba tan lejos de la posada donde acostumbraba a quedarse cuando estaba en la costa de la ciudad. No tenía padres ni familiar alguno para tener una casa donde volver y con su tipo de vida comprar una casa no era lo ideal. En sus casi 28 años, lo único que hacía era robar, disfrutar de la vida, mujeres y beber, no tenía un propósito más grande o no lo sabía en aquel momento.

Luego de pasar unos callejones, estaba plantada frente a la posada. Su mano abrió la puerta con algo de temor, notó el mostrador vacío así que tocó la pequeña campana y el sonido de unos tacones avanzando rápidamente a su dirección no se hicieron tardar.

- Mary, una habitación - dijo aún sin levantar la vista.

- Cómo te atreves, a venir aquí Velvet Black? - un vestido amarillo pastel muy pomposo se hizo notar a pocos metros, y un escote que hacía ver más los atributos de aquella chica frente a ella. Unos mechones rojizos caían a los lados, para fijarse en un rostro molesto con ella - Seis meses te fuiste, sin dejar una carta ni tampoco mandar nunca una... con qué cara crees que puedes venir aquí, busca otra posada – terminó de decir mientras se cruzaba de brazos.

- Vamos Mary, fue un viaje largo y es la mejor posada en la costa, no puedes tratarme así - quitó su sombrero para peinar levemente su cabello hacia atrás, sabía usar sus atributos con las mujeres, era buena en eso, nunca le fallaba. Intentó acercarse, pero recibió una cachetada en su mejilla. Frotó levemente con su mano, lo merecía, si...pero no se detendría ahí, no hasta conseguir lo que quería. Notó la mirada de la chica, se estaba arrepintiendo. Tomó con fuerza su muñeca y la hizo retroceder hasta la pared, no había distancia entre ambos cuerpos. Sus rostros estaban a centímetros que podían sentir su respiración.

- Vamos, sabes que si me quedo aquí hay beneficios mutuos, y lo sabes - acercó su rostro casi a rozar los labios, notó como las mejillas de la otra se ruborizaban.
- Vamos, nada te cuesta - una sonrisa se dibujó en sus labios, cuando Mary la apartó y caminó hasta el mostrador para tomar una de las llaves. Se volvió para entregarla – Gracias, madame - se había salido con la suya, como una de tantas ocasiones.

Subió las gradas que llevaban al segundo piso, el pasillo continuo daba a la última habitación, la que siempre elegia cada vez que iba. La puerta crujió un poco y el sol iluminaba la habitación, el ventanal era grande. Lo primero que se veía al entrar era una mesa de caoba, algo desgastada pero grande. Dejó su bolsa, primeramente, luego su abrigo colgado sobre la pequeña silla, al igual que su sombrero. Desató su cinturón para dejar la espada reposando contra el marco de la cama, y sus pies se deslizaron fuera de aquellas botas negras que quedaron tiradas contra el suelo. Quitó la camisa de algodón para solo dejarse caer en la cama en pantalón y aquellas vendas que cubrían todo su torso y pecho. Su espalda en aquel momento agradecía aquella cama, tenía meses sin sentirse relajada como en ese instante. Miró hacia el ventanal, había una pequeña campana que se movía con el viento, sus manos taparon su rostro un momento para luego apartarlas y cerrar sus ojos, volvió a su cabeza aquel recuerdo... uno que no podía olvidar:

Corría por callejones mientras huía por haber robado algunas cosas de comer de un puesto en el mercado. Tropezó en el suelo y solo miraba la silueta del vendedor sobre ella, luego las patadas constantes contra su pequeño cuerpo, tendría unos 10 años cuando aquello ocurrió. Creyó que ese sería su ultimo día, moriría ahí en el suelo, como la escoria que era. Estaba cerrando sus ojos ya dándose por vencida de todo aquello, cuando la voz de un ángel, así le recordaba, peleaba con aquel hombre intentando apartarlo de la pequeña. No recordaba bien, todo era borroso y se escuchaban los pasos al unísono como si de guardias se trataran. La chica había ofrecido pagar lo que robó y luego recordaba ser cargada por alguien. Despertó en un monasterio donde sus cuidados habían sido pagados, nadie quiso darle información de quién había sido, pero una chica la había salvado.

- Deseo saber quién fue la chica que creyó que salvar mi vida valía la pena...

A la DerivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora