CAPÍTULO XI

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Gulf le dio un último mordisco a su media luna  aún calientita, sintiéndose satisfecho lo dejó el resto sobre la mesa.
Sonrió de lado y vistió el abrigo que Mew había dejado sobre el sofá. Sabía que el mayor lo deja intencionalmente para luego verlo vestido con su ropa, el omega sabe que el alfa se vuelve loco de ternura y queda encantado con esa simple acción.
Esa sonrisa boba nunca puede borrar de su cara y aquello sería más que satisfactorio.

Mew es muy simple. Muy simple... tan simple que es feliz con solo un roce de sus dedos.

Salió de su pequeña casa visualizando a su chofer ya esperándolo en su lujoso auto.

Era el día número seis.
El número maldito.
El número que condenaba.
Era el día en la que exterminaría en su totalidad a sus demonios.

Y estaba ansioso.

El asesino más tierno, duro como el maldito acero, el más hermoso como el milagro de la semilla que brota, el omega más perfecto como el más ácido.
Ese... Ese es el asesino que estaba emocionado.

Sus rosados dedos picaban por empuñar alguna preciosa arma letal y hundirla en la piel del condenado, no había nada más satisfactorio como la sangre que sale a borbotones, arrebatando sin piedad la insignificante vida.
Sonreirá y se enorgullecerá al sentir la presencia helada de la muerte jadeando a sus espaldas en el momento que sus manos ensangrentadas le entregue otra vida...

Pero era un asesino tan eficiente como despreocupado. Jamás prestaba atención a su alrededor. ¿Y que más da? Ya nada le importaba. No tenía nada, lo que pase ahora o después le daba lo mismo.

A solo unos cuantos metros de distancia la oscura mirada de un alfa poderoso siguió los pasos del precioso omega, vio como abordaba a su oscuro y ostentoso auto desapareciendo entre las penumbras del atardecer

...

La noche lóbrega estaba arrasando rápidamente con todo a su paso, no había alma que no sienta escalofríos ante aquella sombría oscuridad, ni la propia luna no tenía la suficiente fuerza para crear una pizca de luz entre las tinieblas de los confines de la tierra. Era noche de sangre, de lamento y muerte. Era noche de ovación al dulce diablo, de la satisfactoria venganza y la paz a costa de los lamentos del todopoderoso.

La criatura más bella y destrozada jamás creada llegaba a su pútrida guarida, sediento del dolor ajeno, ansioso por terminar con la última lacra que había osado a robarle su inocencia.
Bajo sus pasos delicados y silenciosos, se arrastraba lenta y perturbadoramente la propia muerte, emocionado por llevarse bajo su repugnante túnica otra miserable alma; próxima víctima de las garras débiles.

Caminó por aquel oscuro corredor, y no le molestó respirar el fuerte olor a sangre alfa descompuesta y quemada, no era difícil identificarla, ya conocía aquel hedor nauseabundo de memoria.
Los podridos...
Alfas infames y degenerados que habían lastimado a inocentes y abusado de los más débiles, la madre luna los maldecía por aquella imperdonable acción fermentado los olores de sus lobos.

Pero el precioso omega había logrado empeorar aquel castigo al punto que era irónicamente perfecto.
Ese ordinario y letal omega había superado la maldición de la luna sobre los podridos. Porque Gulf no se satisfacía de la putrefacción de sus lobos, había logrado que la carne descompuesta y agusanada se caiga a pedazos del cuerpo viviente, el castigo de la luna se había vuelto un patético chiste comparado con la tortura de la despiadada paria.
Se había convertido en el mayor miedo de la raza más fuerte, una leyenda; y un mito, una criatura tan preciosa y sanguinaria que disfrutaba de torturas lentas y desesperadas de sus victimas.

Un diablo disfrazado de ángel. Una maldición mortífera y preciosa.
Un débil, delicado y precioso omega...
Un asesino de alfas.

Tris apareció con un trapo entre las manos, como si fuese un mecánico retirándose el aceite de las manos, solo que éste carnicero se quitaba el resto de aquella apestosa sangre de la mano.

YO SECARE TUS LÁGRIMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora