𝟎𝟒.

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Capítulo 4. La espina de una rosa
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El pelo rojizo danzaba al unísono con el viento mientras la joven corría por la gran pradera.

Como cada atardecer, se sentó bajo el gran árbol y vio como el sol se ponía, volviendo el cielo del mismo tono que su pelo.

¿Amor? —el eco de una voz masculina resonó a lo lejos. Era él.

La joven no supo cómo sentirse. Su presencia la hacía feliz, pero al mismo tiempo le resultaba insuficiente o incluso asfixiante. Ella sentía que necesitaba algo más, sabía que lo merecía.

¿Amor? ¿Dónde estás, mi vida?

¡Estoy aquí, bajo el árbol! —exclamó ella tras varios minutos. No era lo que necesitaba, pero sí lo que tenía. Debía darle todo su amor, al igual que él.

Sabes que no puedes estar aquí, está prohibido... —murmuró, agachándose para estar a su altura y colocándole el pelo tras la oreja.

Lo sé, pero las vistas desde aquí son mejores, ¿no crees?

Mientras te tenga a ti delante, cualquier vista será insuficiente —aprovechó que la joven se había quedado sin habla para robarle un fugaz beso.

La pelirroja apartó la cara al instante, demostrándole una vez más que no quería recibir muestras de afecto.

Amor... ¿Por qué nunca me correspondes? —preguntó el hombre, con la voz levemente quebrada. Le dolía el rechazo que su mujer le demostraba—. ¿No me amas?¿Acaso no soy suficiente para ti?

No es eso, querido. Lo sabes perfectamente —murmuró—. Aún no estoy lista.

Su amado apoyó su espalda contra el robusto tronco y dejó escapar un largo suspiro, frustrado. Era su mujer, pero no sentía que lo fuese realmente. Estaban allí para amarse, al fin y al cabo.

No voy a ser capaz de esperar mucho más, querida —se levantó y se marchó sin volverla a mirarla.

Cada vez sentía que lo alejaba más, y no estaba segura de que aquello era lo que quería. No quería hacerle sufrir, pero tampoco quería ser su sombra para siempre.

La joven se quedó contemplando el atardecer, con una sensación completamente distinta a la que tuvo cuando llegó a su lugar especial. Un sentimiento, que nunca antes había sentido, la inundó por completo y se clavó en su pecho, como si fuera la espina de una rosa.

Hijos de Caín: La Caída del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora