𝟎𝟑.

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Capítulo 3. Seth
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Vamos a cerrar ya, muchachos —nos gritó el hombre desde la cocina, elevando su tono por encima del estruendo que hacían los platos y vasos que estaban siendo apilados y lavados.

Todo el mundo que quedaba en aquella taberna, fumando y bebiendo, salió poco a poco. Seth y yo nos levantamos cuando ya no quedaba nadie, y salimos a la calle. Era de noche, casi entrada la madrugada pues el gran reloj de la plaza marcaba las cinco, y hacía mucho frío. Las voces y los gritos de los clientes que salían de las tabernas llenaban el ambiente. Ajusté mi túnica gris, algo vieja y con muchos parches.

—Huh —Seth hizo un ruido debido al frío y de su boca salió vaho—. Que frío hace... Bueno, aquí nos despedimos, lindura.

—Esto... —titubeé durante unos instantes—. Muchas gracias, "lindura".

Le dediqué una pequeña sonrisa y me di la vuelta, sopesando hacia dónde me dirigiría.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el chico, deteniéndome.

No podía decirle mi verdadero nombre. Había sido muy amable y me había librado de un aprieto, pero era un completo desconocido y no podía correr riesgos.

—Amery —opté por decirle mi apellido, pues, al fin y al cabo, también servía de nombre.

—Pues un placer haber coincidido esta noche contigo, Amery.

Nos quedamos mirándonos fijamente durante unos segundos. Mientras yo contemplaba su belleza, su mirada recayó en mis labios. Tragué saliva y giré levemente la cabeza, rompiendo el extraño momento que acababamos de compartir.

—Esto... —se aclaró la garganta para continuar— Voy a retirarme. Espero que nos volvamos a ver, Amery.

Antes de que pudiese contestarle, se dio la vuelta y echó a andar sin volver siquiera a mirarme.

Contemple entonces mis opciones. O me quedaba allí, en un lugar completamente desconocido para mí, tirada en medio de la oscuridad o iba tras él y le pedía refugio. No le conocía de nada, pero era mi única opción.

—¡Espera! —le grité y, cuando detuvo su paso, aproveché para correr hasta llegar a su lado— Yo... No tengo donde quedarme y me preguntaba si conocías algún sitio barato...

—En mi casa hay una cama libre, puedes quedarte si gustas.

—¿En tu casa? ¿No conoces algún hostal o algo parecido?

—¿No te fías de mí, lindura? —inclinó levemente la cabeza hacia un lado, reprimiendo una sonrisa—. No es mi casa casa. Es el hostal de un conocido, donde tengo un cuarto reservado. Y que yo sepa no quedaba ninguno libre anoche, pero podemos consultarlo.

Asentí y me lo replanteé durante unos instantes.

—Está bien —acepté finalmente —. ¿Está muy lejos de aquí?

—A unos pocos minutos a pie. Sígueme...

Tras un corto trayecto, en el que un silencio incómodo se adueñó del ambiente, llegamos a un hostal bastante humilde y a la vez acogedor.

—Déjame que vaya a preguntar —tras unos minutos hablando con el dueño tras el mostrador, volvió con unas llaves en su mano—. No hace falta que me des nada, tómalo como un favor —sonrió de lado, pasando un brazo por mis hombros para guiarme por el hostal—. Aunque ya me debes dos.

Rodé los ojos, divertida, y lo seguí por los pasillos. Aquel hostal constaba de dos plantas repletas de pequeñas habitaciones. Subimos hasta la planta superior y recorrimos todo el pasillo hasta llegar al fondo del mismo.

Hijos de Caín: La Caída del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora