Cinco

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Cinco: Inés

Hoy, aquel recuerdo ha cesado de doler, acostumbrada a las espinas. A veces lo veo danzar entre mis sueños; soy voyeur, soy ella, soy la yo inocente, una vez fui Mima, quien la besaba en aquel instante. ¿O era la yo de hoy, depravada, y quise convencerme de ser ella para sentirme purificada? Pudiendo ser un lirio o una estrella, retorno a aquella noche de pesadilla invariablemente, cada determinado tiempo. La agonía ha cesado; el miedo, no. Por ese entonces sufría una somnolencia anómala. "Mi bella durmiente", decía Lourdes cuando abría las cortinas y la luz del sol bañaba mi cama a eso del mediodía. Aquellos rayos debieron ser mis protectores, la venda persistente en mis ojos. El fantasma de Trinidad.

En tinieblas, solitaria, húmeda tras el baño entre pétalos y burbujas teñidas cual salmón, olvidé beber el té que reposaba sobre el tocador. Dormí con mis cabellos rojizos como sangre coagulada contra la almohada, incluso en la media luz y la semi desnudez calurosa propia de la estación. Aquella noche, las risas y suspiros me despertaron. La infusión quieta y fría en su taza de porcelana, aún yacía abandonada. Tan curiosa, anduve descalza por los pasillos en busca de los ecos. ¿Serían sirenas, aves o acaso cuatro ninfas en su canto nocturno? Desde el marco que daba a la alcoba de mi madre, las vi: Eran ellas. Lourdes y sus tres amigas, todas desnudas y enredadas; los ojos amarillos en la oscuridad, los besos, las caricias de sodomía.

Apenas sé que corrí asustada, el camisón blanco y poroso cual brillo de luna en el pasillo, incapaz de borrar las sombras rojizas atrapadas en la jaula renovada de mi mente. Pude haber enloquecido. Sólo entonces comprendí los motivos de mi madre; su villanía, el somnífero floral de cada noche, su ausencia con los años.

Y por vez primera... la odié. La condené como a mis deseos todos, por siempre.  


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La virgen en los rosalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora