Ocho

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Ocho: Adela

Virgen de los Dolores, tú conoces su verdad... ¿o doy por sentada una mentira? ¿Es su sufrimiento parte de tu plan inmisericorde, o acaso la aureola divina a tu alrededor te ciega e impide adivinar el sangrado en sus palmas? Desde que Inés conoció a Lilith, ha huido de ella, incluso si su corazón ennegrecido supura para siempre una ponzoña peor que la ensartada en las colas de los diablos. En su momento, el embarazo riesgoso de Lourdes, sólo pudo añadir una nota superior a las llamas de su ira. Por eso, comprendo que seas incapaz de perdonarla, prolongando su angustia; y no me refiero al abandono, a las heridas hacia Calisto que provocaron su huida, la sangre derramada en el jardín, o acaso al orozuz que colocaba en la bebida de Lou. Después de todo, había aprendido de ella los efectos de las plantas en un té con intenciones ocultas.* Pero no. Yo apelo a la noche invernal, aquella en la que se recostó a su lado.

Días atrás, había escuchado murmullos en el rosal a medio marchitar. A veces, soñaba con una daga. Con el aquelarre. Yo, a distancia, creo que el cambio se gestó en las noches de insomnio, cuando la serpiente mudaba de escamas. Tan frágil, tan verdadera como cuando era una niña abandonada.

Movida por algún presentimiento, la luna o quizás la voz imperceptible de una divinidad, Inés acudió a la cama de su madre. Se acurrucó pequeña, asida a su cuerpo, desnuda de su piel y, por ende, de su espíritu. El vientre de aquella lucía tan hinchado al octavo mes, que la posición fetal de la virgen se tornaba invasora. En silencio, la acariciaba; su dermis, los latidos compartidos. Sentía la humedad de su sudor en las palmas, en el hueco del cuello donde había colocado su nariz y su boca. "Mamá", debió murmurar, con la vista roja y aquella sed sanguinolenta en su lengua. "Te quiero tanto... eres todo lo que he querido en la vida..." pero aquella confesión sincera y desesperada, de alguna forma, fungía cual condena. El castigo de la Dolorosa ultrajada; un manto corroído, un ciempiés en sus mejillas de porcelana. Tocó los senos blanquísimos de los que alguna vez debió tomar; acarició la vida en el vientre, las piernas, el sexo; como un amante, como el pedazo de su propia carne que en verdad era. "Lo quiero todo, todo de ti". Besó su frente, los ojos, la boca.

Lourdes, horrorizada, comenzó a sangrar. En la sábana roja, pegajosa, Inés miró el rosal a través de la ventana. La luna invernal, su aullido. Reconoció aquella luz, el llamado de Lilith; y sintió por primera vez la libertad natural en su alma, que después habría de reconocer avergonzada como un arrebato de malignidad presagiado por la abuela.

Pero... en ese entonces, y sólo durante aquella noche, decidió devorarla.

"Inés... cariño... tienes que llevarme al hospital". Ella sólo la miró en un suspiro de amor, y se recostó sobre la sangre, cerrando sus indolentes ojos. Recordó la desesperación en los rosales cuando Lourdes la había desamparado. Y sonrió. La voz asustada no podía alcanzarla, porque una calma perversa se había apoderado de ella. La tenía... por fin, después de tantos años, era suya. Hija de bruja, lo asumía.

A veces pienso... ¿no fue como golpear su mano y destronarla, respuesta tardía? Luego contemplo sus cicatrices, y sé que me equivoco.


*Tomado durante el embarazo, el orozuz puede provocar aborto y parto prematuro

*Tomado durante el embarazo, el orozuz puede provocar aborto y parto prematuro

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La virgen en los rosalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora