Capítulo nueve

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        Las manualidades y talleres artísticos solían relajarla, y queriendo que el cosquilleo fastidioso de sus manos y el sudor que recorría su espalda se detuviera, Lara respiro hondo y volvió a trazar el sombreado sobre el paisaje que había visto entre las telarañas de su sueño: ella vestida con colores oscuros, parada sobre una superficie blanca y observando un cielo lleno de estrellas.

       El profesor, sabiendo que los artistas no se creaban solos, les pidió que pintaran sobre el lienzo cualquier cosa, sin embargo, advirtió que debía ser llamativo y ordenado, sobre todo a la hora de manejar las paletas de colores. La joven, al comienzo, no sabia que hacer, pero luego de pensar tanto en un mal sueño que no la dejaba en paz, colocó el lápiz en la inmensidad blanca y se dejó llevar poco. Tardó más de lo esperado, y al final, luego de muchos difuminados y varias mezclas, ella se dejó envolver por la satisfacción de haber hecho algo decente.

       Aunque, y después de escuchar las correcciones del maestro y anotarlas para las clases futuras, una curiosidad extraña invadió su mente. Recorrió con inusual pesadez la textura que estaba frente a sus ojos, y no esperando esa reacción de nuevo, se tocó el pecho en busca de alivio al dolor que, de un momento a otro, había empezado a sentir.

—¿Lara?, ¿Puedes oírme? —preguntó Mérida tocándole el hombro.

—Creo que si lo hace, Med, solo que no sabe responderte— dijo Julia permaneciendo impávida—. Como lo practicamos, ¿okey? Respirar y mantener la calma.

       La blanquecina siguió los consejos, y pese a que las molestias se disiparon por breves instantes, la preocupación no la soltaba.

—A nosotras nunca nos ocurrió de esta forma. Es tan raro— pensó en voz alta la pelirroja.

—Y aunque sea raro, debe estar calmada: recuerden que nadie debe saber sobre esto— aconsejó su otra amiga mirando la pintura—. Vaya, los cursos en verano funcionaron.

—Mamá me ayudó un poco — comentó la pálida sonriendo.

       Un pinchazo en una de las manos la hizo lanzar un jadeo, y antes de que sus compañeros se dieran cuenta, decidió que lo mejor era salir y respirar un poco de aire fresco.

—Definitivamente esto no es normal— murmuró Mérida.

—¿Lo que nos pasó lo es? Que yo sepa, una baba radioactiva no se ve todos los días— susurró Julia algo molesta.

—No discutan ahora sobre eso— se exaspero la chica adolorida.

—¿Pasa algo, señoritas?— inquirió el que mandaba en la clase bajando sus lentes.

       Las tres, con expresiones de quien fue atrapado, levantaron las comisuras de sus labios y negaron con la cabeza. Después, cuando todos volvieron a lo suyo, Lara se puso de pie y comenzó a dirigirse hacia la salida.

—Si es lo que creo que es, no vayas a la enfermería— pidió la castaña tomando su mano.

—No lo haré.

—Ten mucho cuidado. Todo lo que nos paso lo vivimos en nuestras casas, y no queremos que tú...

—Silencio— exigió el hombre sentado frente a la clase.

       La chica asintió ante los consejos de sus amigas, y recorriendo los metros que estaban entre ella y la puerta, tomó el pomo y se quedó paralizada. Observó a aquel joven que había estado en su casa un día anterior, y sintiendo compasión al ver su rostro interrogante, giró lo que había agarrado y salió al exterior.

      Un fuerte viento movió su ropa, y analizando las hojas verdes que empezaban a caer de los árboles, marchó rápido hacia otro lugar. Frotándose los brazos debido a la falta de abrigo, se dedicó unos segundos para contemplar los distintos edificios en medio de ese ambiente nublado y deprimente. Se lamentó, a través de sus dedos fríos, de no haber pensado en ella y en el cambio de temperatura.

Las Cinco Lunas [Saga Moons #1] {✔}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora