Capítulo I: "Un día como cualquier otro"

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A sus treinta años, Arguell creía que trabajar de mercader era como caer en el pozo más profundo de todo Zenda, sin embargo casi no había más trabajos en el reino excepto de minero o de constructor, y según su padre, esos trabajos no eran para gente noble, solo para personas que necesitan algo para poder comer toda la semana. Pero ser mercader tampoco era algo para gente noble, o al menos eso opinaba él, ver las mismas caras todos los días, comprando los mismos víveres todos los días: cajas de avena y cereal, leche, manzanas y otras frutas y verduras, costillas de cerdo, muslos de pollo, paquetes de arroz, latas con salsa de tomate, vino, distintos tipos de cerveza, entre otras cosas.

Ese día transcurrió como cualquier otro: con mucha fatiga y más de cien clientes por atender, por lo general lo ayudaba su amigo Phinéas, sin embargo le había avisado que justo ese día había amaneció un poco indispuesto y que no podría ir a trabajar. Clásica excusa, sin embargo, ésta vez no era una excusa, lamentablemente para Arguell, era totalmente real.

El mercado había cerrado aproximadamente, según el horario solar*, a las doce y veinte minutos, como de costumbre. Arguell camino despacio por las arenosas calles infestadas de comercios y tiendas que ofrecían artículos insignificantes y que no servían nisiquiera como adorno, pero la gente ilusa y adicta a las chucherías las compraban para... la verdad no sé para qué. Para tener algún recuerdo del lugar en donde lo compraron tal vez. Pero ese no es el punto principal de ésta historia.

Arguell ya estaba a doscientos metros de distancia de su mercado, y la verdad era que no había pensado en que hacer al salir de allí, ya que a su padre le había avisado que volvería a las una de la tarde, eso le daba unos... treinta minutos de sobra para hacer lo que le venga en gana, sin embargo no sabía que era lo que deseaba hacer, y como recordó que Phinéas estaba enfermo, decidió ir a visitarlo, al menos por un rato. Camino cuatro cuadras, giró a la derecha y se encontró con una colorida taberna, que estaba decorada con un gran menú hecho de madera, que contenía todas las comidas y (en su mayoría), bebidas que servían en el lugar, en su totalidad, vinos y cervezas: Cervezas patagónicas, negras, vinos tintos, vinos blancos, entre otros. Y colgado del techo, un enorme cartel (también de madera), con el nombre del local, Arguell leyó perfectamente: «Taberna "la cola del dragón"». Aborrecia cada vez que escuchaba o leía el nombre «dragón», para él era mala palabra, pero se veía por todas las esquinas del reino, y creía que era porque todo el mundo los extrañaba mucho, ya habían pasado diecisiete años desde que no veían uno volar por el claro cielo de Zenda, y tal vez nunca volverían a verlos. Necesitaban algo para no olvidarlos, y creo que pensaban que la mejor forma para no hacerlo, era colocar su nombre en algún comercio o taberna.

Arguell entró lentamente al lugar, que no tenía puertas, de hecho sí tenía, nada más que sólo aparecía mágicamente en la noche, cuando el negocio debía ser cerrado. Era un lugar pequeño, y la mayoría del espacio lo ocupaba una enorme mesa llena de pequeños vasos cargados de distintos tipos de tragos. Arguell se acercó a la otra mesa, una larga y rectangular, que estaba rodeada de miles de butacas bajas, detrás había cuatro barriles llenos de cerveza, otros cuatro con vino, dos de whisky y uno de «bibere citrea», una bebida inventada por el dueño de la taberna, que estaba hecha en su mayoría con limón, agua y nada más un poquito de miel, para darle un toque ácido. También, detrás estaba Anibal, un elfo obeso, enojón, dueño de la taberna (y por ende creador de «bibere citrea») y padre de Phinéas. Él y su esposa habían sido la primera pareja en romper el decreto real: «Non ex diversis gentibus», que prohibía el matrimonio entre dos especies distintas. Intentaron escapar, pero el rey Andrómaco logró encontrarlos y los mandó a ejecutar, sin embargo el reino entero clamó piedad y entonces el soberano decidió perdonarlos y eliminar el decreto que impedía su amor, y sólo así se pudieron casar, y tener a Phinéas. Luego de un tiempo, no pudieron pagar los gastos requeridos para comprar un hogar y decidieron poner la taberna, que durante muchos años les trajo muchas ganancias.

—¡Ornelia!, ¡¿recibiste los encargos?!—. Gritó Anibal, mientras controlaba el dinero que le había dado el enano que estaba ahí hace unos minutos y se marchó. En esos tiempos el dinero no se llamaba dinero, es más, nisiquiera existía, pero yo les digo así para que ustedes no se confundan. El sistema monetario de esos momentos era el «Xluck», un tipo de moneda bastante raro, se había creado justo después de que el trueque dejara de utilizarse como forma de pago, pero nadie habla de él, ya que después todo el mundo se dio cuenta de que fue un completo error crear el «Xluck» para sustituir al trueque.

—¡Sí, ya los recibí!—. Gritó su esposa desde la cocina.

De repente, Anibal percibió dos ojos mirones que lo observaban, y al levantar la mirada de su gran cantidad de «Xluck» recaudado vio el rostro de Arguell, embobado viendo como contaba cada monedita de oro, a él siempre le habían gustado esas cosas, y cuando digo eso me refiero a: investigar los distintos sistemas monetarios de cada reino (ya que cada uno tenía uno propio), saber cuando vale cada uno, de que material están hechos, cuál vale más que otro, etcétera.

—¿Disculpa? ¿Hace cuanto que estás ahí?—. Preguntó con una ceja levantada, dando a conocer un tono sarcástico.
—Creo que primero se dice "Buenos días", ¿no Anibal?—Dijo Arguell burlándose.
—Ja, ja. Muy gracioso, ya di que haces aquí.
—Bueno... vine a ver a Phinéas, ¿está aquí o salió a algún otro lado?
—Está enfermo, ¿a dónde crees que iría?
—Está bien, sólo preguntaba. ¿Puedo pasar?
—Sí claro, ve por el pasillo la última puerta a la izquierda, pero no hagas tanto ruido, él necesita descansar.
—Gracias. Eres un excelente amigo Anibal.

Y así fue como Arguell se dirigió a paso lento hacía la habitación de su mejor amigo Phinéas. Siguiendo perfectamente las instrucciones de Anibal. Abrió la puerta y vio a su mejor amigo postrado en una cama, pálido y con ojeras.

—Toc, toc. ¡Miren quién llegó!—. Dijo en modo chistoso, para animarlo.
—¡Hey, Arguell!—. Dijo Phinéas, y pareció que la visita de Arguell le devolvió el alma al cuerpo— ¿Qué haces aquí?, ¿no deberías estar tomando lecciones con tu padre?—. Arguell tomaba lecciones y clases dictadas por Laur, su padre, para que pueda aprender a ser rey. Ya que era él el próximo heredero al trono.
—Sí... pero le dije que llegaría más tarde. ¿Cómo has estado?
—Bien, mejorando poco a poco. Le pedí a papá que le diga a tu padre si le podía decir al brujo del palacio para darme una poción Adormecedora.
—¿Y se lo dijo? ¿te la dio?
—Por supuesto, ¿o cómo crees que mejore?
—Sí, claro. Que tonto soy.

Arguell era una de esas personas en las que el vacío su cerebro se traga toda la información que tú le acabas de proporcionar.

—Y dime... ¿Cómo fue todo hoy en el mercado?—. Preguntó Phinéas.
—Lo mismo de siempre: cientos de clientes que atender, los cuáles llevan las mismas cosas de siempre e intentan entablar una conversación... ya sabes, un día como cualquier otro.

Phinéas sonrió.

***

*En la época de Arguell no existía los relojes, los habitantes de todo el mundo utilizaban el «Horario Solar», el cuál es muy simple de explicar. Verás: si mirabas hacía el norte y el sol estaba ubicado al este del horizonte es porque era menos de las doce del mediodía, si estaba ubicado al centro del horizonte es porque claramente era mediodía, y su estaba ubicado muy al oeste era porque era más de las seis de la tarde, sin embargo calcular la hora exacta era casi imposible, ya que eso requería un proceso muy largo y aburrido, en el cuál no se sometió Arguell.

El domador de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora